XVII. LOS PIRATAS

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KIARA

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KIARA

La dureza bajo mi cuerpo y el dolor de mi brazo hace que me despierte. Abro los ojos y veo el suelo de madera totalmente roja, la cual cruje bajo los pasos de los hombres en botas. Todo se mece, haciéndome saber que no estamos en tierra.

Un barco. ¿Cómo es esto posible?

¿Sorprendida, princesita? – la voz del rey Devak me hace elevar la mirada. Ya no tiene las ropas formales que tenía en Feminae, ahora está vestido con pantalones y botas de cuero, junto a una camisa blanca y un chaleco de cuero negro que le abraza el pecho. El cabello largo resalta bajo un enorme sombrero, también negro.

- Estamos en el mar – digo, más para mí que para él. Su risa inunda mis oídos, para luego escuchar varias carcajadas más de otros hombres.

- ¡Bienvenida a la primera flota de piratas en miles de años, princesa! – abre los brazos y todos los hombres a bordo vitorean -. Está usted en el Dragón del Mar, espero que le resulte cómodo, porque vamos a estar aquí un largo tiempo hasta llegar a la Ciudad del Rey.

- ¿Qué pasó con las sirenas? – me dan ganas de vomitar de sólo imaginar lo que estos bárbaros hicieron para poder estar en el mar sin haber muerto por el canto de las dueñas del océano.

- Se puede decir que no harán ningún daño mientras estemos en este barco – se encoge de hombros y me sonríe con socarronería -. Así que no intentes gritar por su ayuda, porque ningún pez va a venir a salvarte.

Se aleja, dejándome así observar todo a mi alrededor. Tengo el tobillo encadenado al gran mástil que sostiene la vela blanca que impulsa el barco. Mi brazo está de nuevo en su posición y envuelto con vendas, por su olor sé que ha sido lavado y curado.

El barco es grande, Devak no es quien lo dirige, hay un hombre en el timón en el rol de Capitán del navío, dando órdenes a diestra y siniestra, mientras el rey se encuentra en la Proa mirando al horizonte por un catalejo dorado, con incrustaciones de zafiro. Muevo un poco las cadenas, comprobando la fuerza del hierro con el que han sido forjadas.

- Disculpe – una voz me hace girar, topándome con el rostro de un hombre, quien está muy cerca de mí, haciéndome retroceder para mantener distancia -. Perdón – se aleja y veo lo joven que es. Debe tener mi edad. No tiene una espesa barba como los demás hombres y se ve incluso indefenso. Me muestra lo que trae en sus manos, así que dejo que se acerque -. He venido a asearla y a curar la herida.

- Chico – le grita un hombre, moreno y grande -. No es necesario que trates a la perra con amabilidad. Si ella se niega, le das un golpe y le lavas el cuerpo con orina.

Él mira de mí al hombre moreno, hasta que decide ignorar el comentario y remoja el pequeño estropajo en el balde lleno de agua, para luego limpiar mi rostro con delicadeza.

- La verdad yo sí creía que veníamos a hacer las paces – me susurra y yo le brindo una pequeña sonrisa.

- No te preocupes por eso ahora, muy pronto todo se volteará del lado de los que queremos la paz – él me mira a los ojos y asiente, no muy convencido.

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