XXVIII. EL DELFÍN DORADO

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KILLA

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KILLA

La playa está tan hermosa como siempre. El sol se está poniendo y el agua del mar está tibia. Siento tanta paz como no sentía antes de la coronación de Kiara y la muerte de nuestras madres. Extraño esos tiempos en los que no tenía esta carga enorme y aterradora sobre mis hombros.

Floto sobre el agua mirando el cielo, la luna comienza a hacerse más notable a medida que el cielo se oscurece y suspiro de alegría. Hace mucho no veo la luna, está tan hermosa y brillante como la última vez que la vi.

La última vez que la vi...

Borrosos recuerdos de hielo y agua quieren sacarme de mi paz, mientras que los gritos de terror de las mujeres que están siendo asesinadas se hacen presentes, pero lo empujo todo muy lejos. No quiero salir de aquí, no quiero volver al terror de esa noche. No deseo mirar a la luna manchada de rojo de nuevo.

- Tienes que volver – escucho una voz maternal que nunca antes había oído en mi vida.

- No quiero – respondo y cierro los ojos, gozando de la tibieza del mar.

- No ha llegado tu hora – una mano cálida me cubre la cara con violencia y me empuja, haciendo que trague el agua salada por la boca y la nariz.

Lucho, pero esta mujer es mucho más fuerte que yo. El aire se me escapa de los pulmones hasta que finalmente me rindo y me hundo hasta el fondo. Veo a la mujer, fuera del agua, brillando tanto que sólo logro ver su silueta luminosa.

¿Madre?

****

Me despierto abruptamente, llenado mis pulmones de aire, sintiendo la humedad en mi piel, pero no es agua de mar. Estoy bañada en mi propio sudor, debido a la fiebre que he tenido gracias a mis heridas. Me quito la toallita de la frente, totalmente seca, que, en algún momento debió haberme puesto Rose para bajarme la fiebre.

Miro a mi alrededor y ya no estoy sola en la pequeña tienda. En una camilla a mi lado se encuentra Demetrio, quien se ve estable, pero también tiene una pequeña toalla en la frente y se encuentra profundamente dormido. Escucho movimiento afuera, hasta que finalmente Rose entra con un pequeño balde lleno de agua y toallas blancas limpias en la mano.

- Protectora, al fin despierta – me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa con esfuerzo.

- ¿Por qué él está aquí? – le pregunto, mientras ella comienza a remojar una toalla en el balde y cambia la que tiene el salvaje en su frente.

- Por alguna razón, mientras más lejos estaban, más empeoraban. Usted estuvo estable mientras él venía a verla, pero, una vez Onora le negó la entrada, ambos comenzaron a tener fiebre y alucinaciones. Decían y gritaban disparates mientras deliraban, hasta que se nos hizo muy difícil cuidarlos de extremo a extremo. Trajimos al protector aquí para poder cuidarlos mejor y la fiebre comenzó a bajar a las pocas horas, dejándolos dormir plácidamente.

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