XXXIII. EL CASTIGO

6 3 11
                                    

KIARA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

KIARA

Me despierto con la cabeza nublada y con la cara adolorida y entumecida. Tristán me dio un buen golpe. Es un desgraciado, ojalá tuviera la fuerza y la oportunidad para devolverle ese y mil más.

- Mierda – es lo único que logro articular. Silas, quien estaba medio adormilado en una silla junto a mi cama, se levanta a una velocidad increíble y me mira de arriba hacia abajo.

- Eres estúpida. Una reina infantil y demasiado estúpida – me regaña, mientras me pone un paño blanco y húmedo en la cara.

- Dijiste estúpida dos veces ¿No sabes otros insultos, niño? – trato de reírme, pero el dolor no me lo permite, así que sólo queda en el intento de una media sonrisa.

- Sé muchos más, pero eres doblemente estúpida, así que lo repetiré hasta que deje de creerlo ¿Cómo es que vas y haces lo primero que te advierto que no debes hacer? Te dije que Tristán iba a estar detrás de tu culo huesudo las veinticuatro horas del día – suelta un suspiro cansado, de esos que sueltas cuando hablas con una niña terca y casi me quiero ofender, pero tiene razón. Me arriesgué demasiado y este es mi castigo por creerme lo que no soy: una aventurera guerrera.

Debo ser más inteligente, no soy una soldado que puede ir por la vida enfrentándose a todos a los golpes, recibiendo y dando como si me hubiese entrenado para ello. Soy una reina, he pertenecido a la corte desde que nací y sé jugar otros juegos.

Nunca he estado en un campo de batalla, pero sí en la planeación de un ataque y eso me ha dejado un conocimiento más valioso que el uso de una espada: la estrategia.

He estado tan preocupada pensando en cómo actuaría Killa y lo que ella estaría pensando de mí en estos momentos, que olvidé que yo no soy ella: soy Kiara. Debo comenzar a actuar como lo haría una reina en mi situación.

No puedo ser la más fuerte, pero, al ser la más débil en este lugar, no se esperan que tenga ingenio. Lo que voy a hacer de ahora en adelante es usar lo que tengo a mi favor, sin tratar de ser quien otros han querido que sea. No soy ella y no soy las mujeres que han intentado crearme.

- No me dejes con llave en las noches – le susurro a Silas y este deja de sostener el paño en mi cara.

- La llave no es para que no salgas y lo sabes – me susurra de vuelta, con un tono de advertencia.

- Lo sé.

Quiero seguir insistiendo, pero el cansancio me llega de golpe y los ojos se me cierran en contra de mi voluntad.

Tengo ciertos relámpagos de conciencia y escucho a Silas preocupado hablando con otro hombre, pero no logro reconocerlo.

- Creo que tiene una contusión – dice él, con angustia.

- Yo pienso que nada más es demasiado débil – le responde el otro y casi me dan ganas de levantarme y golpear a ese desconocido.

No logro escuchar muchos más de la discusión, porque me vuelvo a sumir en un profundo sueño.

*****

Luego de no sé cuánto tiempo, logro poner mi cabeza en su lugar de nuevo. Al fin abro los ojos sin sentir una niebla cegándolos y veo cómo el sol se pone en el occidente. Ya no hay rastro de Silas por ningún lado, pero, en la mesa al lado de mi cama, hay una sopa humeante y algo que parece carne en un plato.

Espero unos cuantos minutos antes de levantarme, pero, el mareo me vuelve a postrar por otro rato. Cierro los ojos con fuerza, y, cuando los abro, el mundo ya ha dejado de dar vueltas a mi alrededor.

Me enderezo, y tomo el plato en mis manos. Cuando al fin tomo el primer sorbo, la sopa ya está fría y el sol ya se ha puesto del todo, sumiéndome en la oscuridad de la fría noche de Homine.

La luna no está en lo alto del cielo y la soledad me golpea el pecho nuevamente. Al menos esa compañía podía confortarme un poco, pero, ahora no tengo nada.

Termino la sopa y me levanto de la cama. Sigo oyendo pasos al otro lado de la puerta, así que el toque de queda no ha llegado.

Decido que será mejor esperar mientras me doy un baño y que, si voy a morir, al menos lo haré en las mejores condiciones. Así que, cuando entro al baño preparo la enorme bañera con una esencia de pino que encuentro al lado de unas velas aromáticas, las cuales también enciendo y disfruto el delicioso olor a lavanda.

No entiendo cómo estos salvajes poseen este tipo de cosas. Se supone no pueden cultivar gran cosa en sus tierras, más allá de las necesarias para alimentarse y sobrevivir.

Tal parece que nos la hemos pasado años subestimando al enemigo. Quisiera reírme de mi propia estupidez, pero, esto sólo me demuestra que no fui la primera, y si no salgo de aquí, tampoco seré la última reina soberbia que pensará que estaba pateando a un soldado caído en el suelo.

Continúo observando todo lo que hay en el baño hasta que me topo con mi propio reflejo en el espejo y casi quiero soltar un grito por la grotesca imagen que me devuelve la mirada. Tengo la mitad del rostro hinchado y morado, y mi ojo está tan rojo que a duras penas no quedé ciega por el golpe.

Me toco y quiero llorar por la punzada de dolor que me atraviesa de inmediato. Ese bruto me desfiguró el rostro. Silas no me dijo que estaba tan mal, aunque, debí asumirlo, nadie duerme toda una tarde por un simple golpecito sin importancia.

Me meto en la bañera, tratando de no temblar por el agua medio tibia con la que he logrado llenar la enorme tina. Me encantaría que este clima no fuese tan endemoniadamente helado como para tomar un baño de agua congelada. Pero, si hago esto aquí, probablemente muera de hipotermia, así que, cuando el agua pasa de estar tibia a fría, salgo con rapidez y me pongo la ropa de lana más abrigadora que hay en la habitación.

No sé por qué me siguen manteniendo tan cómoda y con vida, pero tampoco planeo quedarme tanto tiempo como para descubrirlo. Es obvio que el rey Devak me necesita respirando para su propósito, pero, sea lo que sea, no me va a beneficiar en nada a mí ni a mi pueblo, puedo apostarlo.

Cuando me termino de vestir tomo un profundo respiro, agarro un candelabro pequeño y me dirijo a la puerta. Poso mi oreja y, efectivamente, ya no se oye ni una sola alma en el pasillo. Ya es mi hora de salir de aquí.

Pero, cuando trato de girar el pomo de la puerta, este está cerrado con llave.

- No – exclamo y ahora jalo la puerta con desesperación. Cuando hago eso cae un pequeño pedazo de papel al suelo.

"No estás bien para hacer estupideces. Cuando lo estés, lo pensaré"

La letra ordinaria me hace saber que fue escrita con premura y yo maldigo en nombre de las muchas diosas al maldito de Silas.

Me voy a la cama como una niña castigada y me resigno a tener que pasar una noche más sin hacer nada y lejos de mi amada Feminae y de mi protectora. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
FEMINAEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora