XLII. EL HECHIZO

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KILLA

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KILLA

La atmosfera en tensa a pesar de que ya han pasado horas desde que La Madre nos dejó. Me salvó la vida en persona la diosa que nos ha dado la vida y todo lo que nos mantiene en este mundo. Me siento especial y una especie de nueva esperanza se ha adueñado de mi estado de ánimo.

Demetrio no ha dejado de verme con dudas. Sé que ha de ser raro para él que la diosa haya venido por mí, pero, aun así, se ha mantenido a mi lado, como si temiera que de nuevo las hadas nos fueran a drogar o asesinar.

Me causa gracia que después de lo que vio crea que ellas van a ser capaces de hacernos algo. No hay nada a lo que ellas le teman sobre esta tierra, sólo a las deidades, y la mayor de ellas vino a amenazarlas en su propio hogar. No se van a atrever ni a mirarnos feo.

-        ¿Cuándo te vas a dignar a hablarme de lo que significa el papel que robaste? – espeto, luego de lo que parecieron horas mirándonos la una a la otra, como esperando que alguien ataque primero.

-        No quiero hablar de algo tan importante frente al enemigo – dice con furia mirando a Demetrio.

Algo escoce dentro de mí, pero al mismo tiempo la entiendo. El hecho de que yo tenga este lazo extraño con Demetrio no significa que automáticamente todas deban confiar en él, o que deje de ser un hombre. Quisiera, en serio, que fuera una mujer. Tal vez así no me sentiría tan mal al quererlo tener cerca todo el tiempo.

-        Por favor espérame con Aymeri – le digo, sin mirarlo. Sé que eso lo decepciona, pero no dice nada. Sale de la gran carpa de Alina sin siquiera emitir un sonido. Definitivamente es un buen sirviente y un buen protector.

Alina me mira fijamente, con esos ojos viejos impresos en sus facciones tan jóvenes. Siempre le he tenido un poco de envidia a las criaturas inmortales. Nosotras las humanas, a pesar de ser reina o protectora, tenemos un ciclo de vida corto y morimos para darle nuestro lugar a las siguientes una vez cumplimos nuestro objetivo en esta tierra. Pero ellas tienen más opciones, las fae, más que nadie, pueden decidir qué hacer durante siglos o milenios.

-        Tienes que prometer algo primero – habla la líder finalmente. Yo enarco una ceja y cruzo mis brazos.

-        Se supone es una orden celestial, sin condiciones. ¿Quieres que te recuerde la furia de La Madre?

Ella se estremece, haciendo que sus alas parezcan erizadas, aunque no tengan ni un solo pelo. Se frota la cara con impaciencia. Es la primera vez que veo a esta hada cansada y sin su pose de perfección impoluta.

-        No planeo guardarlo de nuevo. Simplemente quiero estar segura de que eres lo suficientemente inteligente para mantener este conocimiento sin morir – espeta y yo siento una punzada de terror. No lo demuestro, pero estoy segura de que ella puede escuchar los latidos de mi corazón acelerado.

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