XXIII. LA CENA

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KIARA

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KIARA

He estado recluida en esta celda, querría decir con exactitud si han pasado horas, días o semanas, pero no entra ninguna clase de luz. No sé qué está pasando, no entiendo nada, tengo hambre, porque lo único que me han dado ha sido agua. No me alimentan, y tal vez esta es señal de que no ha pasado más de una semana, porque mi cuerpo no lo resistiría.

Siento que me congelo a cada minuto que pasa, debo mantenerme en constante movimiento, porque cuando estoy quieta por mucho tiempo los dedos de mis manos y de mis pies comienzan a dormirse, y no quiero perderlos. No sólo eso, también las ratas me muerden si duro más de cierto tiempo muy quieta.

Los gritos de los hombres son constantes, cada vez que logro conciliar el sueño, el llanto desesperado o los gritos de dolor me despiertan. Lo cual agradezco, porque dormirse en este lugar por mucho tiempo es una muerte segura y dolorosa por parte de las ratas hambrientas que rondan por las celdas.

Si tuviese fuego tal vez me comería una rata...

Niego con la cabeza y una arcada me mueve. De sólo pensar en la posibilidad de estar tan desesperada para comerme uno de esos asquerosos animales me hace retorcerme asqueada.

Me levanto del suelo con suavidad. La espalda y los brazos me duelen y hay partes de ellos en los que ya no hay piel, debido a la dureza del suelo. Mis pies son un poco de lo mismo, al tratar de no congelarme, me he movido, caminado, bailando, incluso saltado.

He llorado, he llorado demasiado. Les he rezado a mis diosas, a pesar de que sé que no me pueden escuchar desde acá. Les he implorado por Killa, para que no muera, para que, si algo me llegase a pasar, que ella pueda seguir adelante. No quiero que ella venga y sufra el mismo destino que yo.

- ¿Aún tienes aliento para bailar? – la voz de Devak hace que me paralice de inmediato. Un escalofrío recorre mi espalda. Me giro lentamente, viendo a mi carcelero. Él tiene una antorcha en su mano, cuya luz hace que me ardan los ojos. Hace mucho no veía la luz.

- No quiero atrofiarme, ya sabes, soy la guardiana de las artes – trato de bromear, pero el temblor en mi voz es evidente. Tengo miedo, si él está aquí significa que algo va a pasar.

- ¿Crees que vas a poder salir de aquí? – su sonrisa de sorna me hace querer darle un puñetazo y tirarle todos los dientes.

- La esperanza es lo último que se pierde – logro decir, tragándome la ira.

- La esperanza es para los estúpidos, para quienes no son lo suficientemente inteligentes como para aceptar que han perdido y que están prácticamente muertos. La esperanza es el sentimiento más inútil, princesa, sólo hace que el ahogado de unas últimas patadas, que la bruja en la hoguera grite sus últimas maldiciones, y que la reina en la celda implore sus últimas oraciones.

Él se aleja de la celda, dando paso a dos hombres, quienes abren la puerta y caminan hacia mí. Yo me alejo de ellos, pero se apresuran a tomarme con fuerza de los brazos, intento luchar, pero no tengo la energía suficiente. Ellos me arrastran por el pasillo de celdas, en donde logro ver a los hombres, cuyos cuerpos están llenos de hematomas, cortadas y sangre seca.

FEMINAEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora