❝𝔻𝕖𝕞𝕓𝕖 𝕪 𝕖𝕝 𝕙𝕠𝕞𝕓𝕣𝕖 𝕕𝕖𝕤𝕔𝕠𝕟𝕠𝕔𝕚𝕕𝕠❞

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❈𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 Ⅺ


⋯⋯⋯⋯ ↠ 𝔻 𝔸 𝕀 𝕊 𝕐 ↞ ⋯⋯⋯⋯


Nunca había considerado lo lejos que se encontraba mi dormitorio con todas las habitaciones de mi casa.
Sabía bien que debía caminar un buen trecho hasta llegar a mi "guarida", pero aun así disfrutaba pasar frente a los mismos cuadros con los mismos rostros inexpresivos, los cuales te ignoraban por completo, y cuando te alejabas del lugar, podías escuchar sus murmuros.
Sin embargo, en la situación que me encontraba, no podía considerar este trayecto de lo más tranquilo y gratificante, puesto que mis piernas no dejaban de temblar y la parte trasera de mis rodillas me dolían demasiado.
Me apegué a la pared que estaba a mi derecha y sin importar que pasaba a llevar los cuadros, y que estos se quejaran en voz baja cuando los movía bruscamente; empecé a arrastrarme a duras penas por el pasillo de piedra, débilmente iluminado por las pocas velas que estaban a punto de ser ahogadas por la cera líquida.

Mis pies descalzos estaban completamente sucios y no noté lo helados que estaban hasta que pise cera caliente que estaba en el suelo, y el contacto de ese calor provocó que la piel me ardiera inmediatamente, y como ya estaba completamente sensible por los golpes que mi madre me había propinado, caí de rodillas y sin siquiera tener fuerzas como para ponerme de pie, me quedé en el suelo.
Luché un poco con el peso de mi propio cuerpo e intenté arrastrarme. Lo único que quería era llegar a mi dormitorio y poder tener la voz suficiente como para llamar a Eara. Mi elfina sabría exactamente que debía hacer, puesto que estos castigos físicos formaban parte de mi vida cotidiana desde que tengo uso de razón.

Cuando estoy en Hogwarts, podía extrañar estos pasillos y los ya familiares rostros de los retratos, como también el sonido de las olas golpear mi ventana o los débiles rayos del sol atravesar las espesas nubes. Pero la única cosa que jamás podría extrañar son estos castigos físicos.
Apoyé mi cabeza en la pared y pude escuchar varios murmullos proviniendo de los retratos, pero cuando me moví, estos se silenciaron de inmediato, solo una voz llamó mi atención, una la cual jamás había escuchado en mi vida.

—¿Estás bien, niña? ¿Necesitas ayuda? —Cuando alcé la cabeza, un hombre de espeso cabello canoso, le llegaba hasta los hombros. Llevaba sobre su cabeza un extraño sombrero negro puntiagudo, y unos lentes de finos marcos cubrían gran parte de su rostro, incluyendo sus ojos de un color marrón oscuro.

El anciano estaba sentado en una butaca de color verde esmeralda y según podía alcanzar a leer, este respondía bajo el nombre de Mynor Blishwick. Lo miré sin siquiera creer que un cuadro me estaba hablando directamente, y cuando miré los que estaban a mi alrededor, noté que varios me estaban mirando.
Abrí la boca, completamente atónita y sin saber que decir. ¡Había pasado años mirando los retratos y ninguno me dirigió la palabra!

—Rosalind. ¿Podrías ir a tu cuadro que está en el pasillo de la cocina? Necesitamos a la elfina personal de la joven para que pueda atender sus... ya sabes qué hacer. Ve. —Mynor ordenó al cuadro vecino, la cual correspondía a una mujer ya adulta con tirabuzones pelirrojos en todo su cabello. —Tu elfina llegará pronto y podrás descansar por esta noche.

—G-gracias—Dije con voz ronca e inaudible.

Al cabo de unos segundos, un plop se hizo notar en el pasillo y el rostro arrugado y los grandes ojos de Eara apareció a mi lado.

—¡Joven Daisy! —Exclamó la elfina con expresión asustada—Eara está aquí para ayudarla a ir a su habitación. La joven Daisy ya no tiene que preocuparse más, su elfina doméstica cuidará de ella.

Cicatrices Invisibles | Remus Lupin [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora