❝𝕃𝕒𝕤 𝕠𝕝𝕒𝕤 𝕕𝕖 𝔻𝕦𝕔𝕒𝕟𝕤𝕓𝕪❞

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❈𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 Ⅸ


⋯⋯⋯⋯ ↠ 𝔻 𝔸 𝕀 𝕊 𝕐 ↞ ⋯⋯⋯⋯


Las épocas oscuras para los magos y brujas provenientes de linajes antiguos siempre son recordadas con mucho dolor y respetos. Recordamos esa época en donde muchos de nosotros huyeron de sus hogares para buscar un sitio seguro donde esconderse durante la caza de brujas.
Hubo algunos afortunados que supieron enfrentar sus ejecuciones y fingir sus muertes, pero nadie podía prepararlos para las torturas que venían antes de dichas ejecuciones. Sus fuerzas se perdieron y la muerte no fue más que un acto de misericordia para su dolor.

Muchas familias de sangre pura desaparecieron ante tal masacre, ante ello, nuestro odio por los muggles incrementó con cada año, más aún con sus avances modernos los cuales podrían poner en peligro nuestro bienestar. El ministerio de magia ha creado tratados que podrían mantener nuestra magia en secreto y así, nuestra sociedad mágica se mantendría en paz. Sin embargo, era inevitable la existencia de ciertos líderes que se oponían ante tales tratados, por lo que muchos se unieron a sus filas para que estos líderes nos pudieran colocar en la cúspide de la pirámide de este mundo, dejando en la base a los muggles, muy por debajo de criaturas consideradas inferiores tales como los elfos domésticos.

Eara, una de mis elfinas domésticas se encontraba en mi habitación haciéndome compañía como siempre lo hizo desde que tengo memoria.
Su pequeño cuerpo era tapado por unos arapos que simulaban ser un vestido. Mi madre siempre fue una mujer que amaba la limpieza, por lo que los elfos domésticos que servían a nuestra familia tenían que lucir impecablemente y, cada cierto tiempo, ellos debían lavar sus prendas y asearse a sí mismo.

Mi elfina se colocó detrás de mí sin pronunciar ninguna palabra. En los meses que estaba en casa, tomé el hábito de mirar durante horas por la ventana sin decir absolutamente nada. El ver las olas explotar contra las rocas resultaba ser muy relajante para mí y ya nada parecía preocuparme cuando me perdía al ver las espumas disiparse en la oscura agua.
La mansión Blishwick fue tallada en la piedra de los acantilados Ducansby y solo eras capaz de verlo si te encontrabas en el agua o en las pilas de rocas que flotaban majestuosamente en el agua, pero gracias a varios hechizos, la mansión se encontraba escondida. Para poder acceder a ella, solo debías entrar a una cueva marina que se encontraba en la base de los acantilados. En el último tiempo, los muggles tomaron la costumbre de internarse en estas cuevas para conocer y maravillarse ante su belleza, pero no había nada mejor que colocar un hechizo y mantenerlos a raya.

—¿Eara? —La llamé volviendo a la realidad. Sabía que estaba detrás de mí y lamentaba hacer que se quedara de pie sin hacer nada.

—¿Requiere mis servicios, ama? —Su voz aguda me dio la señal que estaba ahí. Las comisuras de mis labios se curvaron hacia arriba.

—Déjame sola.

—Como usted desee, querida ama—Miré por encima de mi hombro y vi como ella se retiraba apuradamente de mi dormitorio.

Con un suspiro, caminé a mi tocador y sentándome, me reflejé en este.
Era muy temprano por la mañana y lo primero que hice fue mirar el exterior. Todo estaba blanco por las nubes y a juzgar como se veía, una tormenta se acercaba a toda velocidad. A pesar que ya no estaba mirando al mar, podía escuchar las olas golpear bruscamente en la piedra. Estaba agradecida que el agua no se filtrara por las ventanas. Hubiera sido una pena tener goteras y charcos de agua sala por todo el año.

Cogí un cepillo para el cabello y durante los siguientes minutos, me dediqué a arreglar la maraña que tenía en la cabeza pero cada vez que intentaba desenredarlo, las cedras del cepillo se enredaban con cada mechón y de vez en cuando soltaba pequeños gimoteos por el dolor. Odiaba moverme mucho mientras dormía porque al final era yo la que debía desenredarme todo el nido que se me había hecho en la cabeza.
Al cabo de 15 minutos logré deshacerme de todos los nudos que tenía en el cabello y sin energías como para arreglarme, me lo trencé.
Dejé el cepillo en el tocador y con un suspiro miré mi reflejo. Estaba ojerosa y muy pálida, parecía que estaba enferma, pero ese día me sentía muy bien de salud, pero como siempre me veía como un cadáver después de despertar; no lo atribuí como un problema.

Cicatrices Invisibles | Remus Lupin [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora