❝𝐄𝐥 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐥𝐨𝐛𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐦𝐨❞

124 22 0
                                    

▷ 19

⋯⋯⋯⋯ ❀ 𝒟 𝒶 𝒾 𝓈 𝓎 ❀ ⋯⋯⋯⋯

La casa de los gritos crujía y murmuraba con el aullido del viento que se filtraba por las ventanas. El lugar tenía vida propia, una vida que jamás había pensado que una casa abandonada pudiera tenerla.

Seguí a Sirius a través de un pasillo que había estado completamente a oscuras, pero gracias a las luces de nuestras varitas, ésta no tan solo estaba carcomida por el tiempo, sino que, en cada parte del suelo podrido, había excremento de quizás de sus nuevos inquilinos.

Con cada paso, el suelo crujía como si estuviera lamentándose de nuestro peso. Como si hubiera pasado muchos años antes que alguien hubiera caminado por ese pasillo por primera vez.

Una escalera de caracol se presento frente a nosotros, pero ésta no tenía forma cuando subía al segundo piso, a lo que yo pude adivinar fácilmente que, con el tiempo, ésta se derrumbo hasta que solo pudiera facilitar bajar hacia el sótano de la residencia.

—¿A dónde vamos? —Le pregunté a Sirius cuando este empezó a bajar por las escaleras.

No me daba miedo la oscuridad ni lo que la casa escondía. Lo que me daba miedo era bajar por esas escaleras y que mi peso cediera mandándome a la boca de la oscuridad, pero a juzgar el cómo Sirius bajaba con tanta normalidad, supuse que ya habían usado esa escalera anteriormente.

—Aquí arriba no es muy cómodo—Dijo cuando la oscuridad cubrió todo su cuerpo—Decoramos el piso inferior con varios asientos para acompañar a Remus.

Cuando empecé a bajar detrás de él, la oscuridad me recibió con los brazos abiertos, dejando que el hedor a humedad y a madera podrida fuera lo único que pudiera oler en el sitio.

—Peter debe estar atacando las galletas que dejamos el semestre anterior.

—¿Desde hace cuando que usan este lugar? —Pregunté con las manos pegadas a la pared mientras que mi varita iluminaba débilmente aquella oscuridad infinita.

—Desde que supimos su condición—Respondió el pelinegro en medio de las sombras.

Cuando mis pies llegaron al suelo, sentí que un alivio crecía en la boca de mi estómago. Nunca había deseado estar a salvo con los pies en la tierra.

Sirius parecía haber entendido el suspiro que dejé escapar cuando me coloqué detrás de él, ya que él me miró por encima de su hombro y me ofreció un brazo. No me sentía mareada ni mucho menos sentía las rodillas como jalea, pero aún así agarré su brazo y permití que me guiara en medio de la oscuridad.

El lugar no era tan grande como lo esperaba, pero aún así era difícil saber cuán grande era puesto que las sombras oscuras impedía que la luz de nuestras varitas la atravesaran con facilidad.

—Es un encantamiento—Habló Sirius.

—¿Cómo lo hicieron? —Pregunté—Nadie nos ha enseñado a hacer esto... todavía.

Sirius sonrío en mi dirección y añadió:

—Eso es lo bueno de salir con chicas de último año. Siempre tienen disponibilidad de enseñarte lo que sea para tener un momento contigo.

Entrecerré mis ojos.

—Eres asqueroso.

Sirius ahogó una risa cuando atravesamos un arco y delante de nosotros, surgieron varias risas y algunas conversaciones que se perdieron por el sonido que había hecho el pelinegro.

Cicatrices Invisibles | Remus Lupin [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora