❝ℙ𝕒𝕤𝕒𝕕𝕠𝕤 𝕪 𝕁𝕦𝕣𝕒𝕞𝕖𝕟𝕥𝕠𝕤❞

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❈𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 ⅩⅩⅡⅠ


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La primavera había llegado tan lento para conquistar la tierra besada por el gélido invierno.
Poco a poco, pintó el paisaje árido y seco de la región de Ducansby en un verde vivo. Miles de mariposas salieron de sus crisálidas y todo tipo de flores se abrieron dejando entre ver los colores lilas y rosas brillar con el rocío de una fría mañana de bruma.

Quizás era el frío que había despertado a las flores, o quizás era el recuerdo del mañana caluroso, esperando impacientemente a la llegada de la promesa del verano, o quizás era simplemente tiempo de despertar y permitir que el frío seque sus delicados pétalos hasta dejarlos en la nada misma.

Era en definitiva un pensamiento realmente triste y oscuro para una niña de ocho años, la cual se había despertado con el primer canto de sus vecinas, las gaviotas que vivían en el acantilado.

El invierno se había retirado desde hace mucho y por lo tanto, el nivel del mar había bajado también, dejando ver una pequeña playa en la base de Ducansby, permitiendo a más de algún turista transitar por aquel lugar y recoger miles de conchas, recuerdos de haber sido devoradas por algún animal más inteligente y más fuerte.

El cielo estaba despejado, como si ninguna nube hubiera perturbado aquella maravilla grisácea, y que poco a poco, se iluminaba permitiendo ver que en el ceniciento color existiera algo tan maravilloso como el reflejo del mar.
Diminutas estrellas se iban apagando con la llegada de los primeros rayos del sol, y cuando éste tocó la tierra, un paisaje congelado y húmedo se presentó ante la pequeña, la cual se encontraba refugiada en la sombra de la caverna que daba la entrada a su hogar.

El tic tac del reloj que le había robado a su padre sonaba en su mano, marcando los segundos que pasaban, pero eso no le interesaba a aquella niña.
Los segundos y los minutos eran tan banales, tan inútiles, tan... vulgares para ella. ¿Por qué le interesarían los segundos? No podía saborearlos como las horas, oh sí. Ella prefería las horas.

El vaho salía de su boca y un estremecimiento recorrió por todo su cuerpo, recordándole que estaba cerca, faltaba muy poco para el momento que había estado esperando.
Hace dos meses atrás había entrado a la biblioteca familiar, un lugar de columnas de piedra tallada tan altos que la mirada podía perderse en su profundidad.

Cuando era más pequeña, le tenía terror la biblioteca, por el simple hecho de sentir que estaba parada en un espacio tan infinito y oscuro, pero ahora, era el lugar que más le gustaba estar.
Conocía todos sus más íntimos secretos, y había tocado los libros más viejos y polvorosos que jamás había visto.

En aquella biblioteca, poseían una infinidad de libros con los idiomas más graciosos y curiosos, especialmente un idioma que no sabía leer muy bien, pero reconocía por la similitud de las palabras que había oído a su padre decir.
Y por eso mismo esa biblioteca era tan sagrada para ella. Era el lugar de su familia, de su tradición y el único lugar que mantenía vivo sus idiomas.

Fue en ese mismo momento, cuando encontró un grueso libro con un idioma desconocido y extraño para ella. Jamás lo había leído antes, por lo que intuyó que era algo muy antiguo y sagrado.

Con ese pensamiento en su pequeña cabecita, la pequeña se escondió con el pesado libro en brazos y sin saber lo que decía el libro, empezó a ver los dibujos hechos a manos.
Vio todo tipo de relojes dibujados, hasta sombras de personas que en un momento estaban y al otro no, pero que, según el orden de los dibujos, eran personas del pasado.

Cicatrices Invisibles | Remus Lupin [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora