❝ℕ𝕦𝕟𝕔𝕒 𝕝𝕠 𝕗𝕦𝕖 𝕪 𝕛𝕒𝕞𝕒𝕤 𝕝𝕠 𝕤𝕖𝕣𝕒❞

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❈𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 ⅩⅩⅡ


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Había pasado solamente tres semanas desde la última vez que pensé en lo cálido y mágico que podía llegar a ser el invierno, y a pesar de la gélida brisa que se alzaba en cada mañana o la fina línea de bruma que se podía ver en el campo, había ignorado que el invierno podía ser frío y sinónimo de muerte, cuando en realidad no era así.
Las noches eran mágicas, más aún aquellas noches que eran previas a una luna llena. Donde los animales se alzan bajo los débiles rayos plateados del astro nocturno.

Antes había maldecido dichas noches, las cuales me recordaban a la bestia que habitaba en mi interior, pero hace tres semanas atrás sentía que cada parte de mi cuerpo aceptaba aquella bestia, sin importar lo feroz o salvaje que pudiera llegar a ser.

Sin embargo, la felicidad era un sentimiento escaso. Y tarde o temprano caes en la realidad, sin importar lo duro que sea, sin importar que tan frío u oscuro pueda llegar a ser.
Mi realidad era esa, oscura y fría. Tan densa como la noche sin luna y siniestra como las esquinas oscuras de una cueva abandonada por la mano de Dios.

¿Es qué yo, como criatura de la noche estaba destinado a vivir de esta manera? Antes lo creía así, pero sin saberlo, antes poseía una luz que me permitía ver mi camino hacia adelante. Con aquella luz podía saber dónde estaba y a dónde debía ir, pero si no tuviera el sentimiento de culpa en mi pecho, ahora sería poseedor de aquella luz.
Algunas personas dicen que los egoístas y los seres malvados son los que más sufrirán en el fin de los tiempos, y lo hacen porque poseyeron todo lo que deseaban, dejando atrás sus buenas intenciones y sus almas puras.

Pero si yo, poseedor de una bestia. ¿Podía ser considerado como un ser malvado? Y si era así, ¿por qué no podía tener conmigo a la luz que necesitaba? O quizás no era digno de recibir, aunque sea una pizca de bondad.

Durante tres semanas me maldecí a mi mismo, por dejarme controlar por mi lado bueno, por la culpa de estar arrebatándole algo que no era mío, sino que era de alguien a quien valoraba y quería como a un hermano.
¿Es que acaso podía ser mío algo que jamás puede estar destinado a mí? No, jamás.
Pero mi oscuridad, aquella sombra que carcome mi alma hasta ennegrecerla había logrado perturbar mis sueños, recordándome lo imbécil que podía llegar a ser.

Si bien había sido mi elección apartar a la persona que podría ser la única luz que me iluminara en esta vida, no impidió que el surgimiento de un sentimiento tan puro, tan noble que ni siquiera era capaz de tolerarlo se detuviera, es más, incremento con mayor poder y fuerza. No era siquiera lo suficientemente fuerte como para ahogarlo, y aunque si fuera poseedor de aquella fuerza, tampoco creía que pudiera lograrlo. Era quizás lo único bueno y puro que podía almacenar mi interior y el tener que apagarlo era simplemente devastador.

Durante esas semanas, las cuales se sintieron como unos interminables meses, la estuve ignorando. La dueña de aquella sonrisa torcida y de aquellos ojos marrones que podrían cautivar a cualquiera que la mirasen.
Desvié sus comentarios, llevándolos hacia el olvido, donde solo el viento pudiera entrar para llevarse sus palabras, hasta convertirlos en simples murmuros que se pierden a medida que avanzas en un árido bosque nevado.

Sin embargo, seguí mirando hacia atrás cada vez que su figura pasó por mi lado, dejando en el aire el camino dulce de su perfume.
Seguí buscando su mirada cuando ya no había más rayos del sol que pudieran ser capaces de descubrir los miles de secretos que guardan sus ojos. Yo ya no quería descubrir sus secretos, quería que ella descubriera los míos. Quería que fuera ella la única que pusiera fin a este infernal sufrimiento, a este sentimiento de ahogo que cada día incrementaba de tamaño.

Cicatrices Invisibles | Remus Lupin [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora