✡ CLXXXVIII

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Capítulo 188: La Cordillera de Landei

Una larga maraña de frías y retorcidas sombras que no dejaban de susurrar blasfemias incomprensibles se cernieron sobre él, estrujándolo y torturándolo hasta extremos impensables.

—¡Vamos, demonios! —resonó una voz tan lejana que parecía que procedía desde otra dimensión; tal vez otro universo—. ¡Debemos irnos!

Raidel despertó, abriendo repentinamente los ojos. Se encontraba boca abajo, sobre un líquido tibio y viscoso que le recorría el rostro. Al instante se percató que era su propia sangre.

Alguien estaba arrodillado frente a él, sacudiéndole de un lado a otro.

El muchacho emitió un débil gruñido y las sacudidas cesaron de manera repentina.

—Oh, Raidel, por fin despiertas… —dijo la voz de Keila, la cual denotaba más preocupación que cualquier otra cosa.

El muchacho se puso lentamente de rodillas. Un dolor tan intenso azotó su cuerpo que él no pudo evitar soltar otro gruñido, esta vez más prolongado que el anterior. Era como si mil latigazos hubieran aporreado su frágil cuerpo hasta casi despedazarlo por completo. Su cabeza no paraba de darle vueltas, y él tenía que hacer grandes esfuerzos para poder mantenerse consciente.

—No te muevas tanto —dijo ella, colocándole una mano sobre su hombro.

Raidel vio que las heridas más profundas de su cuerpo habían sido vendadas de manera apresurada pero precisa, probablemente por Keila. Aunque de todas formas la sangre no dejaba de emanar de dichas heridas, tiñendo de rojo las vendas y desprendiendo un olor áspero, desagradable.

El muchacho escuchó unos pasos y giró la mirada para ver que Sendor se estaba acercando a ellos. Su barba enmarañada se encontraba más negra y mugrosa que nunca. Y los trapos andrajosos que llevaba encima estaban manchados con algo de sangre seca; la suya y la de sus enemigos.

—¿Ya despertaste?, muy bien. ¡Es hora de marcharnos! —exclamó el mago, evidentemente apresurado.

Raidel miró por encima del hombro de Sendor, en dirección hacia los enemigos caídos. Miles de soldados yacían derrumbados sobre el empolvado suelo. No había ni uno solo en pie. Ni siquiera parecía que hubiera alguien vivo. El muchacho tragó saliva con evidente inquietud. ¿Acaso todos estaban... muertos?

—¿Q-qué sucedió aquí? —balbuceó Raidel, mirando a sus alrededores con un elevado grado de pánico surcándole su pálido semblante.

Sendor y Keila intercambiaron una mirada de desconcierto por un segundo.

—¿No recuerdas nada? —dijo el mago con ambas cejas levantadas.

Raidel bajó la mirada al piso e intentó recordar algo. Tuvo que forzar un poco su maltratado cerebro.

—Eh… Estaba luchando contra cientos de soldados a la vez. Llegó un punto del combate en que varios se lanzaron encima mío. Y después de eso… nada; oscuridad —volvió a levantar su mirada hacia Sendor—. Eso es lo último que recuerdo…

La voz de Fran resonó desde la lejanía:

—¡Por las barbas de mi abuela!, ¿cuánto tiempo más tendré que esperarlos? ¡Me estoy haciendo viejo!

El mago soltó un suspiro. Se giró hacia Raidel para decir:

—Ya habrá tiempo para que te pongas al día. Ahora tenemos que largarnos de este maldito infierno cuanto antes.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 2: La Ira del Dios de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora