✡ CXXIV

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Capítulo 124: Descenso

Ya habían transcurrido dos meses desde la batalla entre Raidel y el Ermitaño, y desde que éste último dijo que los pondría en plena forma. El entrenamiento que tuvieron a partir de entonces fue tan increíblemente difícil que Raidel se habría desplomado y rendido en los primeros días si no hubiera sido por la imagen de Deon y, sobre todo, de la princesa, que siempre estaba presente en su mente, y la cual le había obligado a seguir adelante, sin importar qué.

El entrenamiento había sido mucho más doloroso y abrumador de lo que ambos jamás pudieron haber imaginado, el cual fácilmente podría equipararse a la peor de las torturas. Tuvieron que entrenar por dieciséis y a veces hasta veinte horas al día. Raidel estuvo al borde del colapso en todos y cada uno de los sesenta días que tuvieron que soportar aquella infernal rutina. Y para empeorar las cosas, su ración de comida se había visto extremadamente reducida, ya que el viejo había dicho que eso también era parte del entrenamiento.

Habían sufrido cosas innombrables y habían tenido que soportar entrenamientos terribles. El Ermitaño les había hecho caminar por encima de una pasarela de clavos; les había obligado a meditar con el Rem encendido por tres días seguidos en medio del frío glacial; les había dado azotes en la espalda cada vez que alguno no mostraba ninguna mejoría con el Rem en un lapso absurdamente corto de veinticuatro horas... En varias ocasiones incluso les hizo luchar entre ambos hasta que alguno perdiera la consciencia y ya no pudiera continuar. Pero lo peor de todo fueron las sesiones en las que tuvieron que resistir de pie y sin moverse mientras el viejo los golpeaba incesantemente por varios minutos... y si por algún motivo no podían soportar los ataques y caían al suelo, el castigo por ello era infinitamente peor que simplemente ser golpeados con los puños recubiertos de hielo.

Y no solo eso. Hubieron docenas y docenas de entrenamientos distintos, cada uno peor que el anterior, pero ambos compañeros no tenían muchas ganas de recordarlos... Y pese a que fue una experiencia de lo más horrible, tanto Keila como Raidel pensaban que había valido por completo la pena, y más ahora que los dos meses por fin habían concluido y el entrenamiento había tocado a su fin.

El Ermitaño quiso entrenarlos por más tiempo, pero desgraciadamente el ciclo ya estaba volviendo a comenzar, por lo que el viejo nuevamente estaba empezando a perder la razón, y al darse cuenta de esto, él mismo se despidió de Raidel y Keila, y les ordenó que se marcharan cuanto antes.

Y ahora ambos se encontraban descendiendo la montaña, bajo la guía de la luna menguante que brillaba en lo alto.

El muchacho, quien llevaba encima la misma capa de siempre, recordó con una sonrisa como casi se había muerto del frío cuando subió por aquella gigantesca montaña. Pero ahora, después de haber pasado varios meses en la cima, su cuerpo no sentía nada del insoportable frío que casi había acabado con él en numerosas ocasiones en el pasado.

Raidel y Keila estaban con un aspecto desaliñado. Sus pieles, en especial las de sus rostros, se encontraban ennegrecidas gracias a la suciedad. Tenían moretones, cortes y heridas repartidos por todo el cuerpo. Sus cabellos estaban enredados y llenos de mugre y nieve contaminada. Pero pese a todo, ellos se sentían felices y satisfechos, ya que aquel monstruoso entrenamiento había dado excelentes resultados.

Y mientras descendían por la gélida nieve, Raidel notó que su compañera no dejaba de regresar a ver en dirección a la cima de la montaña, en donde se levantaba la cabaña del Ermitaño. Y era raro que hiciera eso porque la cabaña ya se había perdido de vista hacía varias horas atrás.

—Me da pena por él... mi padre... —dijo ella en un murmullo ahogado.

—Sabes que no podemos hacer nada por el abuelo —dijo el muchacho con un apreciable grado de pesar en su voz.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 2: La Ira del Dios de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora