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Capítulo 107: El Ermitaño

El muchacho soñó con una figura encapuchada que caminaba sin prisa en medio de lo que indudablemente era el Desierto Inder. Este ser llevaba una larga túnica negra de mangas anchas que cubría todo su cuerpo. Su mano izquierda sujetaba una formidable espada, la cual estaba empapada con un líquido amarillento y repugnante que no debía ser otra cosa más que sangre, ya que a varios metros detrás de aquel individuo yacían los cadáveres sin vida de una docena de esos gigantescos cangrejos negros y acorazados que Raidel sabía que eran endemoniadamente poderosos.

El rostro de esta persona no era visible, ya que estaba cubierto por las sombras de la capucha, aunque lo que sí se pudo ver con claridad fue que abrió la boca para decir algo, pero en aquel momento Raidel se despertó, quien abrió rápidamente los ojos. La espalda le dolía insufriblemente gracias al último golpe que había recibido antes de perder la consciencia.

Se encontraba acostado en una pequeña cama. Intentó moverse, pero le fue imposible debido a cuatro gruesas cadenas que estaban sujetando sus brazos y piernas, las cuales a su vez estaban enganchadas en los extremos de la cama.

Raidel miró de un lado a otro, sin saber lo que estaba ocurriendo. Vio que se encontraba en una habitación estrecha y circular, cuya puerta era gruesa y completamente de acero.

El muchacho ya no tenía puesta las ropas de recluso, sino que ahora llevaba una especie de bata roja que le llegaba hasta las rodillas. Y por debajo de ésta traía vendajes que cubrían su torso.

Raidel no se acordaba de nada de lo que había sucedido antes de desmayarse, hasta que miró a Keila, la cual estaba de pie, apoyada contra una pared, observando fijamente a Raidel. Fue entonces cuando él lo recordó todo. 

—Por fin despiertas —dijo ella, saliendo de su profundo ensimismamiento— . Philm me dio órdenes para que me quedara contigo hasta que despertaras... y vaya que tardaste tu tiempo en hacerlo.

—¡Tú...! —gruñó Raidel, rabioso, al recordar la manera en la que había perdido la consciencia—. ¡Me engañaste! ¡Me atacaste por la espalda!

—En realidad no fui yo —replicó ella, caminando lentamente hacia Raidel. El muchacho pudo ver que seguía vistiendo su armadura blanca y reluciente.

—¿Entonces quién demonios me golpeó por la espalda después de que Philm alzara el brazo? —gruñó Raidel, recordando claramente el dolor indescriptible que lo había embargado antes de desmayarse.

—Uno de los grandulones fue el que arrojó su alabarda contra tu espalda —dijo Keila con tranquilidad. Y luego de ver la furiosa expresión que componía Raidel, añadió—:  No te enojes. Ese fue el único método para inmovilizar a una bestia como tú —se encogió de hombros.

Raidel frunció el ceño.

—¿Y ahora qué es lo que harán conmigo? —gruñó—. ¿Volverán a hacerme esclavo? ¿Me matarán? ¿O acaso intentarán persuadirme para que me una al Ala Rota?

—Te liberaremos —se limitó a decir ella.

Raidel abrió los ojos de par en par.

—¿Qué?

—No podemos mantenerte prisionero, ya que desde que saliste de las cavernas sabemos que no existe celda que te contenga ni cadenas que te inmovilicen. Tú te liberarás tarde o temprano, y luego te lanzarás contra nosotros por haberte hecho prisionero... Así que esa no fue una opción —soltó un suspiro—. Por lo que solo nos quedó dos alternativas viables. La primera, evidentemente, fue matarte. Pero a nadie le agradó la idea, ya que tú eres algo... especial. A tan corta edad ya eres capaz de controlar el Rem... Muchos son los guerreros que entregan sus vidas al entrenamiento para intentar dominar el Rem, pero muy pocos son los que al final lo consiguen, luego de haber invertido todas sus vidas en ello... —sus ojos no se depegaban de Raidel en ningún momento—. Así que simplemente no pudimos matar a alguien con tanto potencial como tú... Por lo que no queda más alternativa que liberarte.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 2: La Ira del Dios de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora