✡ CXIV

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Capítulo 114: Aberración

Cuando el Ermitaño entró en la cabaña, fue a echarse una siesta de un par de horas, ya que en los últimos días no había descansado lo suficiente. Durmió como un tronco hasta que un espantoso presentimiento lo despertó.

El anciano se incorporó bruscamente de la cama. Sintió de inmediato que algo andaba mal. Algo andaba terriblemente mal...

Un pútrido hedor inhumano impregnaba el aire... un olor que el Ermitaño conocía muy bien.

Y al cabo de unos segundos, sus terribles sospechas fueron confirmadas, ya que escuchó con toda claridad los horripilantes aullidos infernales que resonaron con gran potencia fuera de su cabaña. Eran un millar de voces, las cuales musitaban cosas en un idioma desconocido... No obstante, el viejo sabía que ese era indudablemente el idioma de las criaturas demoníacas.

Sus bramidos eran tan espeluznantes que el anciano se estremeció al escucharlos. 

Y no transcurrió mucho tiempo cuando a estas voces se les sumó también el sonido de innumerables pasos. Es más, parecía que éstos se estaban acercando a él...

Una lámina de sudor frío le recorrió la frente. El Ermitaño sabía que el Dios Demonio quería su cabeza. Y en ocasiones había enviado a varios de sus demonios a cazarlo...

Él se levantó con mucho cuidado. Sus movimientos eran cautelosos, pero tan rápidos como el ataque de una serpiente.

Los horribles murmullos de los malignos seres abismales se hicieron más y más audibles conforme pasaban los segundos.

El Ermitaño usó su Rem para formar dos dagas en sus manos, a las cuales agarró con fuerza.

¿A cuántos demonios había matado a lo largo de su vida? ¿Cien? ¿Doscientos? En realidad la cifra no importaba, puesto que el Dios Demonio seguía enviando a sus bestias del averno a aniquilarlo.

—Alirden.... —empezaron a susurrar las voces, las cuales eran tan graves y potentes como el sonido de un trueno—. Alirden... Alirden...

Evidentemente eran ellos. Nadie más podría tener semejantes voces tan siniestras. Pero más importante aún, nadie más podría conocer su verdadero nombre...

Las siguientes palabras no fueron simples susurros, sino rugidos tan espantosos que el Ermitaño soltó un fuerte gruñido de terror al escucharlos:

—¡ALIRDEN! —gritaron un millar de voces demoníacas al unísono—. ¡VINIMOS PARA LLEVARTE CON NOSOTROS AL INFIERNO!

Aquellos bramidos infernales no tenían un punto de origen definido. Parecía que venían desde todas las direcciones posibles... Aunque daba la impresión de que la mayoría de ellas procedían debajo de sus pies, desde varios kilómetros bajo la tierra. Parecía que todos los demonios del inframundo estaban gritando su nombre en una melodía terrible:

¡Alirden!  ¡Alirden! ¡Alirden! ¡Alirden!

Y llegó un punto en el que la tierra debajo de sus pies empezó a latir como si el Ermitaño estuviera parado sobre el pecho de un gigante.

Pero por encima de todo aquello, el anciano sintió a los demonios que estaban fuera de su casa, quienes se acercaban rápidamente a él para aniquilarlo.

El Ermitaño intentó tranquilizarse, pero sabía que aquello sería inútil. Iba a tener que enfrentarse contra todas las bestias infernales que el Dios Demonio haya enviado.

—Oh, supremo Dios de la Creación —murmuró el viejo mientras recubría todo su cuerpo con una gruesa capa de hielo—. ¡Dame las fuerzas necesarias para exterminar a estos monstruos del abismo!

✡ Guerra de Dioses y Demonios 2: La Ira del Dios de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora