✡ CLXII

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Capítulo 162: Sumisión

Raidel abrió repentinamente los ojos al escuchar un estruendo lejano. Una oleada de dolor se apoderó de su cuerpo y lo paralizó casi por completo. Notó que tenía varios huesos rotos y se encontraba sobre un charco tibio que probablemente era su propia sangre. Miró a su alrededor. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué se encontraba allí tirado, fuera del Castillo? ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Lo último que recordaba era que había recibido un impacto tan contundente como si un castillo entero le hubiera caído encima… y luego todo fue oscuridad… No recordaba nada más.

El muchacho apenas pudo alzar la mirada para observar que el campo de batalla parecía más bien un maldito matadero. Eran cientos, no, miles los cadáveres que yacían desparramados por todo el suelo, inundando el ambiente con una fétida y nauseabunda putrefacción.

Varias docenas de cuervos y buitres sobrevolaban el castillo, en espera de que el movimiento cesara para hacerse con aquel maravilloso banquete.

Raidel se puso lentamente de pie, lo que le demoró medio minuto debido a su lamentable condición. Observó que la batalla ya prácticamente había finalizado… Todo estaba en completo silencio… No lograba ver a nadie de pie… Juzgando por las armaduras, casi todos los cadáveres eran soldados del imperio, pero también habían unos pocos hombres con las armaduras verdes azuladas del White Darkness… ¿Acaso el terrible Equipo Zero había eliminado a todos los demás equipos?

—M-mierda —balbuceó el muchacho, escupiendo algo de sangre al suelo—. ¿Qué… qué les sucedió a mis compañeros? ¿Dónde están todos?

Y entonces un estridente grito resonó por todo el lugar, el cual provenía desde algún lugar en la lejanía…

Raidel se quedó pasmado al escucharlo, ya que conocía muy bien aquella voz…

El muchacho soltó unas fuertes maldiciones mientras rodeaba el Castillo tan rápido como su maltrecho cuerpo se lo permitía.

Y una vez que lo hizo, tuvo visibilidad del lado oeste del Castillo. Todos allí también yacían en el suelo a excepción de dos personas.

La mujer del cabello rosa estaba ahorcando a Alisa con una mano mientras la levantaba varios centímetros del suelo.

Alisa seguía consciente, pero parecía encontrarse demasiado débil para intentar luchar…

El muchacho también pudo distinguir los cuerpos de Fran, Keila y Sendor los cuales yacían en el suelo como cadáveres.

—Me has decepcionado, niña —soltó la mujer—. Apenas pudiste resistir cinco de mis golpes antes de desplomarte en el suelo como una maldita muñeca… Es una lástima —sonrió, mientras que con su mano libre desenfundaba una daga cuya hoja era tan negra como el carbón—. Creo que ha llegado la hora de eliminarte…

Sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Raidel se aproximó cojeando al lugar al tiempo en que gritaba:

—¡NO!

Rosana le regresó a ver con una expresión de irritación como la que compondría un depredador al que alguien interrumpe su comida.

—¡NO! —repitió Raidel, medio desquiciado—. ¡Mátame a mí si así lo deseas, pero no lastimes a ella! ¡No a ella!

Rosana entrecerró los ojos. Su larga cabellera que más bien parecía una capa se revolvió con el batir del viento. La tenue y blanquecina luz de la luna resaltaba más su piel pálida.

Raidel bajó la mirada para verse las manos.

«¿Pero qué diablos es lo que estoy haciendo? —pensó—. ¿Qué fue lo que acabé de decir? ¿Acaso me estoy volviendo loco?».

✡ Guerra de Dioses y Demonios 2: La Ira del Dios de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora