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Capítulo 104: El Dios de la Muerte

Los reclusos por fin tenían la oportunidad de desatar toda su furia contenida, de modo que no tardaron en lanzarse contra los guardias, al tiempo en que soltaban gruñidos y rugidos de guerra... Pero antes de que ambos bandos pudieran encontrarse, Raidel prendió sus dos manos en llamas, y luego las alzó por encima de su cabeza para que todo el mundo pudiera verlas.

El túnel estaba tan oscuro que, aunque las llamas eran pequeñas y débiles, eso fue suficiente para iluminar el lugar por completo.

Y en cuanto los guardias vieron la procedencia de aquella luz, se detuvieron en seco con los ojos muy abiertos del asombro.

—¡Alto! —vociferó Raidel a todo pulmón, y los reclusos también se detuvieron—. ¡Nadie tiene por qué salir herido!

Los guardias miraron fijamente las manos en llamas de aquel muchacho pelirrojo. ¿Acaso era alguna clase de truco? ¿O lo que veían sus ojos era real? Sea como fuere, ninguno de ellos se atrevió a moverse. Había un extraño brillo en los ojos de Raidel que los paralizaba por completo.

—¡Tiren las armas! —exclamó el muchacho con una potencia atronadora en la voz. Sus palabras habían hecho eco en las paredes de piedra de aquellos túneles. Sin embargo, al ver que nadie se movía, Raidel añadió—: ¡No lo volveré a repetir!

Los veinte guardias tiraron las armas al suelo y alzaron las manos en señal de rendición. Claramente se pudo apreciar el gran temor reflejado en sus rostros.

—¿Qué hacemos con ellos? —gruñó un recluso, quien no parecía que le gustara la idea de dejarlos vivos.

Raidel no respondió. No había pensado en eso.

—Podríamos usarlos de rehenes —sugirió un hombre barbudo—. Llevarlos con nosotros hasta la superficie.

—No creo que sea buena idea —dijo el viejo chimuelo—. Ellos fácilmente podrían ponerse en nuestra contra en cuanto tuviesen la oportunidad. Además, no tenemos cadenas para inmovilizarlos... Recuerda que el muchacho rompió las que llevabamos puestas en los tobillos...

—En ese caso será mejor encerrarlos en la caverna para que no causen problemas —dijo Raidel.

Todos estuvieron de acuerdo.

Los esclavos tomaron las armas que los guardias habían dejado caer al suelo, y con ellas los amenazaron abiertamente.

De modo que a los indefensos miembros del Ala Rota no les quedó más opción que entrar a la oscura y repugnante caverna, la cual desprendía un horrible olor que resultaba tan potente que parecía que habían cadáveres en descomposición allí dentro.

Y en medio del trayecto, tomaron la precaución de pasar muy lejos de Raidel.

Los hombres entraron a la caverna lentamente y luego se giraron hacia sus enemigos.

El viejo chimuelo se dirigió hacia ellos hasta el punto en que solamente la gran puerta de hierro los separaba.

—Veo que los papeles se intercambiaron, ¿no? —soltó una ronca y áspera carcajada—. Ahora ustedes son los reclusos... Pero no se preocupen porque en un par de horas alguien vendrá a liberarlos... Hasta entonces nosotros estaremos muy lejos de aquí...

Los guardias parecían horrorizados. Sus rostros reflejaban expresiones de desesperación absoluta.

El viejo frunció el ceño.

—No entiendo por qué tienen miedo —gruñó—. Solamente sentirán una cantidad de sufrimiento infinitamente menor de la que ustedes nos hicieron sentir a nosotros en todos estos años.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 2: La Ira del Dios de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora