Q U A R A N T A D U E

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Dicen que la Luna llena en Roma es algo indescriptible y que, todos aquellos que la han mirado, se han enamorado de la vista.

Las más grandes historias de amor que se escriben en los libros dicen, que si dos amantes se besan ante tan bella escena de la naturaleza, cupido bajaría y les concedería el don del amor y la pasión eterna. Pequeños mitos que hacían que aquellos libros de amor siguieran siendo un éxito. Pequeñas mentiras que hacían creer a las personas que el amor era un sentimiento que existía, existe y existirá en alguna parte allá afuera.

Alessandro no creía en el amor, al menos no en el romántico en el que dos personas se amaban durante toda la vida. Había sido testigo de tantas confesiones de infidelidad, de tantos divorcios y tantas historias escalofriantes sobre el amor, que él tenía del mismo. El único amor que él había conocido era el que la fe le había enseñado. Amar a Dios; amar las sagradas escrituras y, amar a la iglesia era lo único que conocía.

Pero empezaba a darse cuenta de que, en el fondo de su pequeño corazón, empezaba a querer a Gianna.

Primero había sido un capricho, después una amiga y, ahora, una amante.

Había recorrido todo aquel proceso que de supone había de tener una persona para conocer a otra y llegar a amarla.

Y no la amaba, por supuesto que no.

Sabía, que si algún día ella lo dejaba a un lado, le dolería.

Sería un dolor pequeño de esos que duelen una tamponada, como una pequeña herida, pero después de ser tratada aquella herida, sanaría y dejaría de doler.

Pero entonces, parecía que aquella noche podría cambiar un poco su parecer.

Los muchachos entraron de forma lenta y delicada a una habitación grande. Ambos nerviosos y ansiosos. En la habitación yacía nada más que una cama con dosel de tamaño matrimonial con pequeños muebles a juego a cada lado.

Solo eso, una cama.

Aquella habitación tenía dos oyeras francesas que se abrían de par en par, dejando que el aire fresco se colara a la habitación, dándole la vista de una muy grande luna llena que dejó los ojos del muchacho fascinados por unos minutos.

Mientras sus ojos contemplaban tan bella escena y los rallos de Luna se filtraban en sus poros, no se dio cuenta de que la mano de Gianna hace rato lo había dejado, tampoco había prestado atención al sonido de ropas cayendo suavemente a su espalda. Mientras la vista le robaba el aliento, una mujer se desnudaba para él a sus espaldas.

Entonces, un par de manos en su cintura lo tomaron por sorpresa, alejando su asombro de lado.

Las manos eran cálidas, delicadas y empezaban a recorrer su abdomen desnudo de arriba hacia abajo. Aquella sensación delicada como una pluma, le gustó. No. Le encantó.

Suspiro con satisfacción, hasta que sintió algo caliente pegado a su espalda, además de dos protuberancias aplastándose en la misma. Jadeo.

Había imaginado tantas veces a Gianna desnuda, incluso la había visto en sueños de esa forma. Ahora, estaba seguro de que era real, no eran sueños, no eran ilusiones; era ella en su totalidad. Y eso lo puso aún más nervioso que hasta tembló.

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