En las calles cercanas al Vaticano, un hombre corpulento estaba sentado en un restaurant pequeño bebiendo café por la mañana. Leía el periódico mientras intercaladamente le daba un sorbo a su taza. Sus ojos leían las noticias en el papel, buscando la verdad en cada una; por que el sabía, que la mayoría de esas noticias estaban pintadas de forma hermosa, de modo que la gente despistada no supiera el trasfondo de cada una de ellas.
"Visita del vicepresidente al Vaticano, encuentro esperado", leyó, pensando que esa visita no fue solo eso, fue un intercambio de jugoso dinero a modo de 'donativo a la iglesia', sabiendo que fue otro secreto más bien pegado. La mayoría de la gente en Italia le creía más al Papa que al presidente, mientras aquel senil persona chasqueaba los dedos en forma de plantas predicadas, los demás cantaban alabanzas y se dedicaban a esa persona sin siquiera saber la sangre que ya manchaba sus manos.
Bufo.
Había estado años en aquel mundo, y más allá de eso, tenía de comer su mesa por todo aquello. Su jefe lo había conocido en las calles, cuando él en aquel entonces tenía corazón y amaba, lo había apoyado de forma grande. Pero siempre lo mantenía lo más limpio que pudiera, era por ella que su única tarea era proteger a aquella niña que había adoptado tan bien como su sobrina —aunque no fueran verdaderos parientes de sangre—. Le resultaba curioso, que, a pesar de todo el mal que lo había manchado, aún quedaba un poco de gentileza en su corazón. Muy eran el fondo, pero ahí se encontraba.
Tomó otro sorbo.
Seguía leyendo la cantidad de mentiras en las letras en blanco y negro, tenía pocas preocupaciones en su corazón. Había dicho donde se encontraba su protegida y había procedido a venir aquí, a encontrarse con alguien.
No fue hasta después de que se terminara su café, que ese alguien llegó.
La pequeña monja que amaba a todos como una madre que recordaba, ahora era una anciana rechoncha con cara de poco amigos. O era qué tal vez, esa mirada solo se la dedicaba a todo aquel que tuviera contacto con una de las personas que más despreciaba. Y su jefe, resultaba ser esa persona.
—Madre—, la saludó de forma formal levantándose para recibirla.
Lorenza Carta levanto su mano, indicándole que no eran necesarias las formalidades.
—Es muy temprano para recibir un llamado de ti, especialmente después de tanto tiempo sin saber de ti, niño. Aunque ya no eres más un niño.—Dijo la madre mientras recibía una taza de té que claramente ella lo había pedido.—Gracias.—Agradeció a la camarera.
—Han pasado años madre, pero no estoy aquí para molestarla, estoy aquí para darle información que seguro usted está buscando.
Lorenza lo miro de forma dura, ¿qué podría querer ella que él supiera? Tomo la taza de Té y le dio un sorbo.—Habla, soy una mujer muy ocupada y pronto será el desayuno en el convento, necesito estar ahí para dar las órdenes del día.
Al hombre asintió.
—Yo se que no soy digno de estar frente a usted, pero como una persona cristiana y creyente, estoy segura de que usted protege algo muy precioso y ahora mismo, está lejos.
Lorenza lo miro con los ojos abiertos. Ahora, tenía su atención.
—¡¿Qué le hiciste?!—Pregunto de forma dura gritando un poco.
El hombre suspiró.—No estoy aquí para hacerle daño a usted o al Padre—dijo de forma calmada—, estoy aquí para informarle de algo que se que no le gustará.
—Carlo Vesstrana, estas haciendo que me de un dolor de cabeza y con este té, mis nervios se están crispando. Habla ahora muchacho, necesito que me digas lo que has venido a decirme sin acertijos.
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Votos Prohibidos ©
RandomUn devoto, un amor y una confesión. Aun los más santos se van al infierno. ¿Si quiera merece ir al averno? No, un ángel como Alessandro no lo merece. Y tu, ¿te confesarias con él? #1 No apta para menores [100601] #122 prohibido [190811] #100 inocen...