T R E N T A S E T T E

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La ironía de la vida, es cuando pierdes el camino que tanto te forjas y te desvías de tal forma, que caes en algo que jamás creíste posible

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La ironía de la vida, es cuando pierdes el camino que tanto te forjas y te desvías de tal forma, que caes en algo que jamás creíste posible...

La saliva, ¿tiene sabor?

Una persona, ¿puede tener olor propio cuando no se usa colonia o perfume caro?

¿Los hay?

Por qué, en ese momento, en el que Alessandro abrazaba a Gianna por la cintura y la besaba de forma delicada, tenía respuesta a ambos.

Su saliva le sabía a miel fresca.

Su aroma le recordaba un campo de lavanda.

Sus manos la recorrieron de forma lenta pero segura, tratando de memorizar con sus manos, cada una de sus curvas y valles.

Gianna no era exactamente delgada. Debajo de sus ropas lo aparentaba, pero a Alessandro le encantaba descubrir que su vientre no era totalmente plano, había una ligera pancita que se le formaba. Era delicada, pero le encantaba que fuera así. Eso le decía que a ella no le preocupaba lo que a muchas chicas de su edad: su físico. Se fascinó con sus muslos gruesos y, le encantaba estrujar en sus manos sus glúteos llenos.

Le encantabas cruzar la línea, explorar su cuerpo y conocerla de forma íntima. Eso, era su tarea favorita en esos momentos.

Mientras toma caía en una noche espesa llena de estrellas y todo el pasillo continuo dormía, los amantes aprovechaban esos momentos robados para poder pecar.

Pero, Gianna quería más.

Lo sabía, por aquellos gemiditos que iba soltando cada vez que la tocaba en los lugares perfectos. Lo sabía por la forma en que a veces, lo tomaba por los hombros de forma fuerte, tratándolo de acercar más a ella. Y también lo sabía, por que de repente sus manos buscaban las suyas y las tomaba, tratando de llevarlas a otros sitios que ella necesitaba.

Como en aquel momento exacto.

La mano de Gianna tomó su mano derecha y trató de guiarla entre sus piernas, pero Alessandro lo impidió.

La quería, incluso sabía que estaba excitado —si la gran erección entre sus piernas no era una prueba de ello—, pero el sabía como hacerlo. Le aterraba la idea de tocarla de forma incorrecta, de hacerla sentir menos que la persona más importante y también, le daba miedo ir más allá de lo que él podía soportar.

No debía presionarlo.

No debía de exigirle.

Porque, a pesar de ser una persona adulta y mayor, apenas estaba descubriendo lo que era la sexualidad como un Niño. ¿Que debía esperar?, ¿qué debía hacer?

La alejo un poco y rompió el beso.

Un gemido de protesta se escuchó fuerte y claro, la molestia clara en su suspiro.

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