Era un gran misterio.
Alessandro contemplaba aquella ropa como si de una araña gigante con patas peludas y olor a cebolla se tratara. Solo era eso: ropa; pero es que él jamás había utilizado ese tipo de vestimenta.
Miró aquel par de calzoncillos entre sus manos y a la vez, desnudó como Dios lo trajo al mundo, miró sus pantalones de manta que había usado toda su vida como ropa interior.
Quería ser normal, pero sentía que con cada cosa nueva que descubría, el mismo se estaba perdiendo —como si dejara de ser él. Pero también, se puso a pensar en aquel cuerpo pequeño, regordete y viejo que se apiadó de su alma.
Deseaba tanto salir, que le aterraba al mismo tiempo.
Miró hacia aquel ventanal y trató de decidir si aquello era una locura o el inicio de una gran aventura. Su mirada gris cambio de plano hacia el espejo en su habitación.
Contemplo la vista de aquel muchacho delgado de piel blanca y lunares pequeñísimos. Se le había prohibido sentirse bien consigo mismo, el tener en cuenta tu aspecto y saber que eras hermoso —como él—, podía considerarse vanidad.
La vanidad es un pecado.
Recordando aquello, sacó sus ojos del espejo y volvió su interés a las prendas. Todas ellas eran de segunda mano, excepto por la ropa interior que aún conservaba las etiquetas. Sin más, las había arrancado ya hace tiempo, pero aún trataba de decidir si usarla o no.
Al final, lo hizo.
Tan raro como parecía, se vistió como si lo hubiera hecho toda la vida con ese tipo de prendas. Empezó con la ropa interior, siguió con ambos calcetines; metió su cabeza y brazos por aquella sencilla playera de algodón color negro y, al final, dejó los pantalones vaqueros.
Los primeros segundos se sintió incómodo. El algodón se sentía suave, pero extraño contra la piel. La mezclilla se sentía pesada y rasposa en su piel. Los calcetines eran demasiado calientes para sus pies, pero, se acostumbró. Aquella sotana café si bien era abrigadora, también era incómoda. Andar por la vida con nada más que una sotana, era extraño.
Sin más, término por calzarse aquel par de tenis y ponerse la sudadera con capucha color azul.
Se miró de nuevo.
En ese preciso momento, ya no era aquel futuro sacerdote. En ese instante, tan pequeño, era un hombre común. Ahora le devolvía la mirada, un hermoso joven de ojos grises con aspecto normal —tan normal como se puede hacer.
Volviendo la mirada consciente del sacrilegio que estaba cometiendo al mirarse tanto tiempo, se apresuró a salir, no sin antes tomar aquella pequeña llave que le había dado como regalo.
Era demasiado aterrador caminar por los pasillos de mármol con paso delicado y aun así, hacer ruido (cosa que no pasaba con sus ya desgastadas y viejas sandalias). El clap de sus pasos, era un sonido molesto con cada uno que hacía eco; pero internamente, quería correr y plantar los pies aún más fuerte, causando un eco que seguro sería escuchado hasta el templo mayor.
Las figuras religiosas colgadas en la pared le miraban pasar. Cuando Alessandro pasaba por aquel pasillo, se demoraba un poco en cada una, mostrando el respeto que le impusieron desde que nació. Aquella vez no hizo nada.
Solo camino.
Como si uno de aquellos turistas y visitas se tratara. No le importaba. Se sentía liberador no tener que cumplir con algún estipulo impuesto y le agrado esa sensación de sentirse libre.
Libre.
No es como si Alessandro se sintiera un prisionero, pero siempre había una pequeña parte de él, que tenía ese vago conocimiento de perderse demasiadas cosas.

ESTÁS LEYENDO
Votos Prohibidos ©
DiversosUn devoto, un amor y una confesión. Aun los más santos se van al infierno. ¿Si quiera merece ir al averno? No, un ángel como Alessandro no lo merece. Y tu, ¿te confesarias con él? #1 No apta para menores [100601] #122 prohibido [190811] #100 inocen...