Alessandro miraba embelesado el atardecer.
Los pocos rayos de sol que quedaban, le pegaban en cara y hacían que se sintiera ligero, lleno de vida... relajado.
En la distancia se escuchaban las canciones típicas italianas cantadas por voces barítonas que se unían en armonía para hacer del atardecer algo mágico, algo lleno de cosas que empezaba a amar.
En definitiva amaba las música.
Y, estaba tan embelesado con las cosas de la vida, que había dejado pasar algo. Era pequeño, pero para ser alguien tan observador, lo había dejado pasar. Se podía decir que era despistado —pero por supuesto que no era así—. Tal vez solo quiso pasarlo por alto, tal vez solo lo había ignorado; pero estuvo ahí, persistente a lo que pasaba alrededor.
A la distancia una mujer que apenas lo conocía lo miraba y lo bebía de pies a cabeza, se preguntaba como alguien tan hermoso podría ser tan... inocente. Había crecido en un mundo lleno de avaricia y de excesos que, al ver a semejante espécimen tan puro, la hacía pensar que este mundo no estaba tan podrido como había imaginado. Él era oro puro entre tantos costales de carbón.
Le gustaba y mucho.
Pero como siempre, a veces la vida no era como uno la quisiese. A veces querer algo no era suficiente.
Y era por eso que había estado tanto con él.
Había disfrutado de cada uno de sus gestos. Amo como se le iluminaban los ojos cada vez que probaba algo nuevo, había disfrutado como había dicho de forma inocente y un poco avergonzado que, de todas las cosas, el helado era su favorito. Había sido increíble verlos admirar obras de arte de forma delicada, como si de algo más que valioso se tratase. Le encantó la forma en que su lengua se enredó de forma seductora cuando hablo en inglés, en Chino y en Aleman. Había sido tan hipnótico verlo mezclarse y conocer, que quería seguir haciéndolo.
Pero no podía, porque si de alguna forma ella seguía a su lado, sabía que era inevitable arrástralo al infierno; aquel lugar oscuro y lúgubre en el que estaba enredada su vida. Aquel pase oscuro en donde, no podía salir a dos metros sin la necesidad de un guarda espaldas, con ese miedo infundido que le habían metido desde pequeña.
Le gustaba Alex, mucho; pero comprendía que al quedarse a su lado, sería mala idea. No quería ensuciar esa alma tan pura.
Aunque podía, solo un poco.
Fue por eso que, de vez en cuando, arrastraba su mano ligeramente por la espalda de él. Le había regalado toques por aquí y allá, y aunque sabía que él no se los regresaba o los reconocía, estaban ahí. Era como si estuviera tocando un santo grial delicado y con un enorme valor. Claro, estuvo también ese miedo infundado de que los demás la miraban —y pudo haber sido así—, pero eso no le importó. Era poco el miedo que sintió aquel día, que realmente nada ni nadie le iba a imponer otro sentimiento que no fuera la relajación y el buen humor.
Y aún así, quería más.
Quería beber cada una de las reacciones de Alex, ver de nuevo como se emocionaba con las cosas nuevas que no conocía; ver como sus ojos brillaban de forma placentera al probar un nuevo sabor de helado. Verlo hablar fluidamente otro idioma para explicarle de forma delicada a personas extranjeras lo bello que era Italia.
Quería permanecer a su lado tanto como fuera posible, ademas que quería hacerlo probar tantas nuevas experiencias que, aunque fueran muy pequeñas, no tenía dudas de que lo iba a disfrutar e iba hacerlas ver astrónomas. Quería darle todas aquellas nuevas experiencias que fueran posibles... todas sus primeras veces. Y lo haría, solo rezaba porque nada saliera mal y si oscuridad no lo llegara a consumir; porque de ser así, ella también se estaría convirtiendo en uno de aquellos monstruos de los que tanto huyo y aún así pudieron alcanzarla...
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Votos Prohibidos ©
RandomUn devoto, un amor y una confesión. Aun los más santos se van al infierno. ¿Si quiera merece ir al averno? No, un ángel como Alessandro no lo merece. Y tu, ¿te confesarias con él? #1 No apta para menores [100601] #122 prohibido [190811] #100 inocen...
