Aburrido era quedarse poco.
Tres días habían transcurrido desde que su tarea de confesionario empezó.
Hasta ahora no había ningún pecado realmente grave. Eran bastantes ridículos a decir verdad.
La primera vez que Alessandro creyó odiar confesar fue cuando una mujer de treinta años —le dijo su edad— confesó que se tomaba un tiempo libre de sus hijos y marido encerrándose en el baño. ¿En serio? Pensó. El tomarse un tiempo de sus responsabilidades no era pecado. Incluso, el mismo Jesús se tomaba un tiempo para descansar de la palabra de Dios y de dar consejos a la gente que lo seguía.
Esos no eran pecados, solo eran caprichos maximizados.
Lo peor de todo no eran aquellas personas molestas, era el hecho de que siempre tenía a alguien arrodillado a su lado "confesándose". No había tenido ni una sola pequeña oportunidad en aquellos días de poder salir o siquiera asomarse un poco por la puerta. No importaba que lo dejaran con tanta libertad; al final no había oportunidades para ser curioso.
Otro hombre llego.
Alessandro a suspiro.
—Ave María purísima—siguió su parámetro monótono.
—Sin pecado concebida, padre.—Respondió la voz grave de un hombre.
—Confiesa tus pecados.
—Padre, estoy aquí de rodillas después de diez años sin pisar la iglesia.
Alessandro está vez se sintió un poco intrigado.
—¿Por qué después de tanto tiempo has venido a la casa del señor?—Pregunto curioso.
—La verdad no lo sé.—Respondió la voz—. Había estado tan alejado de la iglesia que ni siquiera sé porque vine; cuando pude darme media vuelta.
Alessandro contempló decirle: Pues vete, nadie te obliga a estar aquí. Pero había algo en aquella persona que le intrigaba. ¿Cuáles serían sus pecados?
—Ahora estás aquí—Alex lo desafío—. Puedes decirme que te aflige, ¿Cuál es el pecado que te ha traído aquí cuando pudiste irte?
El hombre calló.
Era un silencio que se podía sentir, a pesar de que era solo eso: silencio. Y, después de unos dos o tres minutos de la misma forma, el hombre habló.
—No se si lo que siento es un pecado. ¿Puede el amor ser pecado?—Pregunto el hombre.
Alessandro lo sopesó.
El amor no podía ser pecado. Él amaba a su Dios, así que estaba bien. Había gente que amaba a su familia demasiado como Donato. También estaba la gente que amaba y ayudaba a los niños huérfanos, los amaba tanto como si fueran sus hijos en vez de pequeñas personas abandonadas; como la Madre superiora.
Amar no estaba mal.
—El amor no puede ser pecado—le respondió Alessandro con honestidad—. Puedes amar cuanto quieras y cuanto puedas. El amor, puede que sea el sentimiento más puro que tengas en esta vida.
El hombre calló, pareciese que estuviera pensando en algo demasiado.
—Amo a mi hermana padre—respondió el hombre—. Y no es un amor fraternal. Es un amor de un hombre a una mujer.
Alessandro frunció el ceño.
Hermanos... ¿qué tenía que la amara?
Pero entonces, recordó aquellas palabras de la madre superiora.
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Votos Prohibidos ©
RandomUn devoto, un amor y una confesión. Aun los más santos se van al infierno. ¿Si quiera merece ir al averno? No, un ángel como Alessandro no lo merece. Y tu, ¿te confesarias con él? #1 No apta para menores [100601] #122 prohibido [190811] #100 inocen...