Q U A R A N T A N O V E

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Sicilia era hermoso, pero muy peligroso.

El lado oscuro de la ciudad, se había evidente en la noche, cuando los casinos se llenaban de gente; pero no era cualquier gente, eran personas muy poderosas que se movían en los bajos mundos de la ciudad Italiana. Drogas, mujeres, armas y joyas; una combinación verdaderamente poderosa.

Donato miraba el aeropuerto abarrotado, mirando a la gente yendo y viniendo por todos lados, sin embargo, lo que más le daba miedo era pensar al lugar al que se dirigían. Se suponía que debía de sacar a su amigo de ahí, no llevarlo a la cuna de los lobos más peligrosos de toda Italia. ¿Cómo evitaría todo aquello?

Se sentía nervioso al estar caminando entre la gente del aeropuerto. Notaba muchos trajes negros y gafas puestas alrededor de gente normal.

Guaruras.

Aquel lugar era la cuna de los magnates más grandes, no solo de Italia, si no de todo el mundo. Acentos rusos, alemanes y hasta Japoneses se escuchaba a su alrededor. Aquello no me gustaba nada, sin embargo, caminaba detrás de las dos chicas y Alessandro de forma uniforme y continua; siguiéndoles el paso. Debía de idear la forma de salir de ahí tan pronto sea posible.

Entonces, la mirada de Beca se cruzó con la suya.

—No los mires demasiado.—Le pidió una vez poniéndose a la par con él.

Donato frunció el ceño. —¿A quienes?

Beca se rio bajito.—No soy estupida, actúas como un perro guardián ante tu amigo y miras alrededor. No los mires, se lo que son, y conozco a varios de ellos. Puedo decirte con seguridad que no les gusta ser observados.

Donato suspiró. Su paranoia era notable, tanto así que la pequeña chica había notado sus miradas—unas que según él, había estado ocultando bastante bien—.

—No se supone que estemos aquí.—Mencionó Donato.

Beca lo miro.—Oh chico, nadie se supone que debería de estar aquí. Mis padres me van a matar cuando sepan que no voy a estar en su subasta de beneficencia mañana en Roma, a Gianna la matarán por haberse ido y saltado las clases. Y a ustedes, probablemente los excomulguen...—Terminó sonriéndole y caminando felizmente hasta alcanzar de niebla bajo amiga.

Donato tembló.

A decir verdad, él no se había pensando en aquello. Un destierro de la iglesia era algo en lo que no había pensando ni un poco. ¿Le importaba? No mucho. Pero a quien si le importaría, sería a Alessandro. ¿Cómo iba a protegerlo de aquello?

Aquel chico había crecido dentro de muros fuertes llenos de cánticos y rezos, vivía por los salmos y todo lo conocido por la iglesia. ¿Cómo se sentiría si le quitaran aquello que era lo único que conocía y le parecía familiar? El muchacho podría sentirse perdido, solo... triste. A Alessandro no le sentaba bien la tristeza, era como si cada pequeña emoción conocida, le cayera con un peso multiplicado por cien. Aún recuerdo el hecho de que tan sólo ayer, el era... Virgen. Mirándolo de cerca, había otro semblante en él, y que Dios lo condenara, pero hasta se veía más maduro; más acorde a su edad. ¿Acaso es lo que le hacía el sexo a todos?

No lo sabía y poco le interesaba.

Mirando a Beca de reojo suspiro.—Tenga lo que tenga que pasar, mi máxima prioridad será Alessandro.—Declaró.

Y Beca claro que lo entendió.

Ante cualquier problema, ante cualquier peligro, él solo cargaría con el peso de su amigo, las dejaría ambas en tan solo un parpadeo, y que le condenen si no le dio miedo la idea de quedarse a su Merced con su amiga.

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