Lorenza Carta frunció el ceño.
El hombre sentado en medio le dio escalofríos, pero se mantuvo inescrutable ante la mirada de los cuatro hombres que lo acompañaban dispersos en su oficina.
Esto no le gustaba.
Había esperado la visita de los Parodineli, lo había deseado, pero nunca en sus más grandes sueños, se imaginó que ellos, serían los que la buscaran al final.
Una confrontación estaba esperándola y no le gustaba ni un poco que él no viniera solo.
—Hola, madre, esperaba que tuviéramos una charla.—Dijo uno de los hombres burlón mientras la miraba de arriba abajo.
Lorenza entró a su oficina como si fuera cualquier otro momento de cualquier día. Ella no mostraba ningún signo de reconocimiento sobre el por qué los hombres estaban ahí, cuando claramente lo sabía.
¡Oh, claro que lo sabía!, pero se haría la desentendida.
—Disculpe si me siento un poco incómoda sobre la situación—dijo tomando asiento en su escritorio—, pero me temo que mi tiempo es muy limitado cuando uno se encargan de muchas tareas, sería muy amable si me dijera que es lo que hacen aquí de forma rápida para poder seguir con mi itinerario.
Uno de los hombres se rio ante sus palabras, pero otro, tenía una expresión fría como hielo.
Era notable que nadie le hablaba así, es más, su rostro era el de alguien quien daba órdenes.
Una lástima, ella no se echaría atrás.
—Solo venimos de paso, claro está, sin tratar de incomodarla...—Respondió... él.
—Stefano, hace años que no te veo, es justo decir que te ves... viejo.—Soltó la mujer sin pudor.
El hombre con cara seria dio un paso adelante amenazador.
Stefano le hizo una señal de alto que en seguida el otro obedeció.
—Dejémonos de tonterías de niños, madre. Solo dígame dónde está y todos podemos salir librados de aquí, sin..., accidentes.—Terminó con sonrisa lobuna.
Lorenza sonrió.—Usted y yo sabemos que esta vida me ha arrebatado más de lo que se debería, me juré ante Dios y, ¿cómo me lo pago? Perdí a la mitad de mi familia, aún así, no le guardé rencor. Aquí sigo, fuerte como un roble, así que me perdóneme por lo que haré a continuación, pero solo voy a pedirle de forma amable, que se vaya a la mierda.
Un bufido disfrazado en rosa se escuchó, seguido de una tos inconfundible.
Nadie le hablaba así a Stefano y vivía para contarlo, nadie. Era impresionante que una monja estuviera a la altura de..., eso.
—Mi paciencia se acaba madre, dígame dónde está y mire, nadie le hará daño. Ya que, si no me dice dónde está, lo primero que haré es hacerlo gritar, muy, muy fuerte.—Amenazo sacando un arma de su costoso traje y poniéndola encima de su escritorio.
Lorenza no se inmutó.
Mirando el arma la recorrió con mofa, como si lo fuera la primera vez que veía una —y claro que no lo era—, simplemente sabía que Stefano era de aquellos que ladraban, pero no mordían. Lo estudio a fondo, y lo miro de cerca, notando que solo estaba fanfarroneando, aquel no era peligroso, pero él que venía, vaya que si lo era.
De repente hubo un jaleo proveniente de afuera.
Lorenza Carta escuchó con atención.
Y entonces la puerta de su despacho se abrió con un estruendo.
ESTÁS LEYENDO
Votos Prohibidos ©
RandomUn devoto, un amor y una confesión. Aun los más santos se van al infierno. ¿Si quiera merece ir al averno? No, un ángel como Alessandro no lo merece. Y tu, ¿te confesarias con él? #1 No apta para menores [100601] #122 prohibido [190811] #100 inocen...
