V E N T I C I N Q U E

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Lorenza Carta había estado nerviosa todo el día, sabía que  Marco iba a estar cerca en unas horas, y temía que se encontrara con Alessandro.

Sabía que él era muy inteligente —todo un genio— así que no había duda de que si ambos se encontraban, el muchacho iba a sumar dos más dos como si fuera un rayo.

No había misterio ninguno cuando alguien básicamente se está viendo al espejo, un espejo que te hacía dar cuenta como podrías verte con unos años por delante. Alessandro era la viva imagen de su padre (a excepción de los ojos), serían como dos gotas de agua si ambos tuvieran la misma edad; si Alex se cruzaba con él, no podía negar que vería el parecido.

Lorenza estaba temerosa de que ambos se cruzaran.

No quería que Alessandro viera la maldad detrás de los ojos de su padre y no quería que Marco viera a su posesión más preciada y cambiara de parecer en cuanto a su libertad.

Quería evitar a toda costa ese encuentro y lo iba a posponer como diera lugar.

Era la una de la mañana y sus preocupaciones no la habían dejado dormir, pero era tan complicado idear un plan para que Alessandro se alejará del Vaticano. Aún recordaba su cara asustada la primera vez que salió, así que quería evitar a toda costa.

Empezaba a tener una jaqueca y lo que más odiaba era tomar medicamentos.

Un golpecito la distrajo momentáneamente.

—Adelante—dijo Lorenza.

Sabía quien era, porque lo había llamado ya hace dos horas.

—¿Me llamó madre?

Lorenza vio a entrar a un somnoliento Donato con el cabello revuelto y en pijama. Era impropio ver a aquel joven de tal manera tan desalineada. Él era uno de las principales personas que llevaban la piel de un sacerdote de forma impecable, verlo de tal manera era raro y... gracioso.

—Siéntate, Donato.—Le pidió de forma tranquila.—He escuchado que mañana a primera hora de la mañana partes junto al grupo a Venecia.

—Sí señora. A decir verdad no es la primera vez que voy y de alguna forma me emociono como todas las veces.

Lorenza sonrió. —Es bueno saberlo, este viaje cuesta dinero que, aunque tenemos, cuesta mucho para recaudarlo de los fondos que sobran después de tener toda la despensa completa y los niños cubiertos de todos los gastos.

Donato asintió.

—Estoy consciente de que se requiere de un esfuerzo enorme, por ello siempre estoy agradecido de cualquier viaje al que me pongan. Ambos sabemos que la gracia del señor no tiene valor alguno.

Lorenza sabía que podía confiar en el muchacho. Fue el primero de tantos que acogió debajo de su ala a Alessandro, lejos de la envidia y el miedo; él se hizo su verdadero amigos. Son contemplaciones.

Pero sabía que Donato estaba tan ciego como Alessandro.

Quería aclarar su mente con todo el asunto, pero tampoco quería que viera a Alessandro de forma distinta. Aunque, también tenía en claro la gente, sus intenciones y, muy dentro de su corazón sabía que podía confiar en él en tantas maneras.

Lorenza se aclaró la garganta.

—Se que tienes muchas preocupaciones y ocupaciones para mañana, pero te llame tan tarde por una razón y me alegraría mucho que me proporcionaras tu ayuda.

—¿Es algo malo?—Pregunto el muchacho.

—No, al contrario. Es algo bueno de una forma. Verás, mañana viene gente importante y estás gente tiene un poco de... desprecio hacia las grandes congregaciones dentro del Vaticano; por ello el viaje a Venecia es mañana y por ello casi todos irán a pesar del poco presupuesto.

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