C I N Q U A N T A D U E

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—¿Por qué lo hiciste?—Pregunto sorbiendo.

Alessandro la sostuvo deforma delicada, abrazándola a el mismo. El vendaje en su mano no la dejaba tocarla como él deseaba, pero tenerla en sus brazos era lo único que necesitaba en ese momento. Lo calmaba.

De repente se sintió muy cansado, pero ella necesitaba una explicación —merecía una—. Se sintió avergonzado de todo aquel episodio, Gabina preocupado a mas de uno con su osadía de hacer semejante cosa. Todo merecían una disculpa de su parte, pero la primera debería ser Gianna. Tomando valor la acerco a si mismo y los dirigió a la gran cama acercándola a él. Necesitaba su calor, su cuerpo pegado el suyo, solo necesitaba sentirla entre sus brazos. Acomodándose en la cama, tomo un respiro y la acerco. No quería que huyera de entre su brazos.

—En la vida, fui criado para no sentir dolor—empezó con voz calmada—. Cuando era niño y lloraba por que quería un juguete, me hicieron estar arrodillado dos días enteros recapacitando sobre mis deseos; después del tercer día cuando mis rodillas estaban tan rojas y sangradas que ya no las sentía, me hicieron ver que un juguete no era nada; un lujo innecesario. Había niños que no envían comida en sus bocas o ropa que les abrigara en el frío de las calles donde vivían. Cuando quise salir la primera vez, me hicieron quedarme desnudo en invierno por cuatro horas, con ello me enseñaron a que si quería salir podría quedarme afuera como los vagabundos, sentir el frío de las calles y el hombre de los mas necesitados. Y, cuando quise estar en una huelga de hambre por no ir a un retiro de sacerdotes en Paris..., bueno, solo digamos que después de ellos, siquiera pensar en salir me hacia entrar en pánico. Esos ya lo has visto.

Gianna se estremeció con cada palabra que Alessandro decía. La mano sana del mismo la tocaba de forma suave, reconfortandola como solo él podía hacerlo. Tomo aire y continuo.

»De alguna forma me ayudaron a odiar todo aquello que alguna vez anhele. Los castigos siempre venían de cardinales u obispos. La madre superiora jamás se atrevería a hacerle daño a alguien. Si ella hubiera sabido todo aquello que me hicieron, me hubiera sacado de ahí desde hace mucho tiempo. Pero yo siempre callé, a pesar de los castigos, del dolor..., de todo, sentía que lo merecía. De alguna forma veía de forma enfermiza sus castigos como un poco de la atención que yo quería; era una forma de sentirme cerca de ellos. Sin embargo, con el tiempo me acostumbre a ello. Ya no sentía el dolor como dolor, solo sentía y parecía de lo normal. Tan normal que en vez de huir de ello, lo buscaba, lo necesitaba. Era como el recordatorio de que todo lo que hacia mal debía ser castigado. Me acostumbre el dolor era como un recordatorio de que debía sentir algo..., cualquier cosa.

Gianna recordó la primera vez que despertó a su lado. Había sido por un capricho suyo, pero antes de alejarse de su lado, había visto a contra luz de la mañana la espalda de Alex. Recordó las pequeñas y ligeras cicatrices que parecían ser rasguños. Ahora se daba cuenta de qué tal vez aquello no era lo que pensó, tal vez ese era uno de todos aquellos episodios parecidos al mismo de aquel día.

No quería volver a verlo.

—Ahora tienes mas cosas para sentir—, dijo bajito la muchacha.—Ahora nos tienes nosotros, Alex. Cuando sientas que no puedes o no lo deseas, por favor ven a nosotros. No dejes que esos impulsos de nuevo te ganen. Tienes amigos, ¡me tienes a mi!, no vuelvas a hacer algo como aquello. Muchos menos si te hace daño.

Alessandro asintió contra su cabello, inhalándolo en el proceso. Gianna olía a mar y a violeta. Era un olor delicioso que quería grabar en su mente. Amaba tenerla en sus brazos. Sentía que mientras ella estuviera justo en ese lugar, la tendría para siempre así, de esa forma.

—Prometo no volver hacerme daño.—Le juro depositando un pequeño beso en su frente de forma delicada.

El cansancio físico y emocional paso factura a ambos, por lo que se quedaron dormidos.

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