Q U A R A N T A Q U A T T R O

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Si el infierno te condena, ¿por qué pecar se siente tan bien?

Si el copular es un pecado, ¿por qué Dios diseñaría a Adán y a Eva de modo que, la única forma de procrear vida fuera por ese pecado?

Ahora mismo, esas preguntas revoloteaban en la mente de Alessandro mientras besaba fervilmente a Gianna. Alessandro no era estúpido, sabía que las parejas copulaban para poder tener hijo; lo que no sabía, era todos estos pequeños actos que los llevaban a ello. Pensaba que solo era un acto sin gracia, donde el único fin era procrear vida. Jamás se imagino que, antes de aquello, las personas debían excitarse, mutuamente, hasta alcanzar un nirvana. No sabía que, debían de tocarse o frotarse entre sí. Tampoco se imagino que, un simple beso, podría hacerte sentir electrificado por todo el cuerpo de la manera más excitante. Amaba todo aquello que estaba aprendiendo y no sabía.

Pero el no quería procrear.

Solo quería sentir la plenitud del acto aquel, sin la necesidad de estar tan a la altura de crear vida.

Le aterraba.

Se le hacía imposible.

Y es que, no era como si en su mente no se imaginara un pequeño niño de ojos como los suyos: claros, purísimos, casi grises. Sino, que jamás se planteó que haría en una situación así. ¿Un hijo? ¿Él? Imposible.

Al haber crecido dentro de paredes gruesas en donde, todo lo de la biblia para él era una verdad absoluta, jamás se le inculcó sobre métodos anticonceptivos. Una persona creyente, aborrece a los mismos, alegando que usarlos es pecado. Dando aquella idea absurda sobre poner una barrera entre un regalo de Dios que es el placer de la copulación. La gente creyente cristiana, era en su mayoría personas con enseñanzas pro-vida, algunas tan cerradas de mente que prohibían el acceso a la educación sexual de forma que, personas como Alessandro, vivían con dudas, con miedos y con ideas equívocas.

¿Por qué para ellos el tema era tan tabú? Aún es un misterio.

Pero, en aquella habitación, mientras uno era casi ciego, el otro podría actuar como su guía.

Y Gianna no tenía miedo.

La muchacha había estudiado a fondo aquellos métodos que eran tan condenados por muchos, siendo así, que llevaba un estricto control de natalidad en forma de pastillas anticonceptivas. Era un método tan cómodo para ella a la hora de controlar su ciclo menstruales y dolores del mismo, que eran básicas en su día a día. Su madre aplaudía su responsabilidad, porque, a parte de ser un método para estar saludable, no habría ningún accidente de embarazo no planeado mientras ella siguiera con su rutina normal.

Pero esto Alessandro no lo sabía.

Y aún así, no le importo.

La sensación de estar caliente por todo el cuerpo, era algo que ya había experimentado, solo que está vez, de alguna forma, había estado sintiéndola de forma febril. Era como si todo se sintiera diferente. Los besos, lo hacían erizarse, las caricias las sentía con mil intensidad más y, su excitación, estaba volviendo loco.

—Gianna...—Susurró de forma lenta, excitante y lleno de sentimientos.

Algo en ese susurro hizo que la muchacha se impresionara, aquel susurro no había sonado como Alessandro, era como si otra persona hubiera tomado su voz y la hubiera echo suya. Se había escuchado tan erótico y pecaminoso, que fue el detonante que le hacía falta para volverse loca. Lo enfrento y, mirándolo cara a cara lo estudio.

Era bellísimo.

Una reliquia.

Una obra de arte.

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