V E N T I T R E

1.1K 101 24
                                    

Ambos se miraron unos segundos.

Alessandro no sabía interpretar a su amigo. Por primera vez tenía una mirada diferente a cómo lo miraba siempre.

Lo miraba con... odio. Como si lo hubiera traicionado o hubiera cometido un pecado maligno que no podría ser perdonado y su amigo fuera receptor del mismo; pero, ¿por qué?

Él no había hecho nada.

Aún. Le susurro una desconocida voz en su mente; una que no había escuchado alguna vez.

Alessandro por primera vez tenía miedo de su amigo. Ese sentimiento que había descartado que fuese a sentir al estar en la compañía de Donato, estaba ahí; persistente, como una espina molesta. Siempre se había sentido de esa manera con todos, el sentimiento de ser evitado, juzgado y mal visto; había sido cotidiano para él, jamás lo había sentido con su amigo, hasta ese día.

Su mente estaba trabajando a marchas forzadas tratando de encontrar una excusa para todas aquellas palabras que había dicho y seguramente había malinterpretado su amigo, pero, ¿cuánto de ello había escuchado? Si bien era obvio que había estado un rato escuchando todos sus disparates hacia Dios, no sabía qué partes había captado y sobre todo, ¿qué de ello lo haría verlo de semejante manera?

Era extraño, doloroso y un poco... tonto.

Lo miraba como si lo estuviera juzgando, como si tratara de medir sus pecados; y claro que esta que Donato no era nadie para hacerlo.

Si algo les enseñaban en el pontífice, era que ellos no podían juzgar a nadie mientras su conciencia siguiera vagando por aquel mundo lleno de pecadores. No podían tratar de juzgar a una persona solo por sus palabras, acciones o incluso, su existencia misma.

«No juzgues por la apariencia, sino juzgad con juicio justo.» Juan 7:24

Así de repente le vino a su mente aquel salmo. ¡Y que razón había en tan pocas palabras sacadas de las agradas escrituras. Pocas veces buscaba un salmo, pero ahora, tan solo de repente le vino a la mente.

Donato lo estaba juzgando con la mirada, y por supuesto que no tenía derecho. Estaba juzgando —como dice el salmo— la apariencia de sus palabras; por que eso eran: palabras. Había sido educado para escuchar completamente antes de juzgar, su papel como sacerdote se lo pedía; y más aquel cargo de absorber pecados para la absolución de los pecados.

En su vida diaria tenía que sentarse a escuchar miles de palabras de personas que iban a ser juzgados por un discípulo de Dios. Un mensajero que tenía la gracia de ayudar a su salvador por medio de la palabra y la penitencia; y eso le llevaba a algo en específico, un pensamiento intruso:

¿Su amigo estaría cien por ciento limpio de cualquier pecado? Por muy pequeño que fuese, ¿lo estaría?

Tal vez... o tal vez no.

Alessandro, por primera vez en su vida no sentía la soledad de la que tanto estaba acostumbrado, ni siquiera era un sentimiento igual; ahora mismo, se sentía enojado.

Enojado consigo mismo.

Enojado con dios.

Enojado con Donato y su mirada llena de juicio.

Simplemente enojado por meter la pata y no andar con cuidado con sus palabras. Se le había dicho que en este mundo, la gente podía juzgar con tan solo un aleteo de pestañas. Podía juzgarte el cómo te ves, el cómo te vistes, el cómo hablas... ¡te juzgan ante el hecho de que crees en un Dios!

Torciendo el gesto —tan solo un poco y apenas perceptible— alejo la mirada de él. Miro hacia arriba, su mirada gris chocando con aquella imagen de Dios —que lo miraba como todos los días y todas las veces—. Y aquel Dios, lo miraba como siempre: con tristeza placara en el rostro ensangrentado.

Votos Prohibidos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora