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Mientras el sol iba todavía más alto y el calor empezaba a sentirse, un par de cuerpos hermosos y jóvenes estaban enredados en las sabanas.
El muchacho, miraba con benevolencia a una joven que se encontraba debajo de él.
Gianna, estaba fuertemente agarrada de los brazos de Alessandro, tratando fuertemente de no llorar ante el dolor que le recorría por la espalda baja, hasta sus entrañas.
Alessandro se había dado cuenta de la mueca incómoda de la muchacha, por lo que salió de su furor de lujuria, para adorarla un poco. Empezó con pequeños besos en la frente, para después acariciarle el rostro de forma tierna y llena de sentimiento. Y, aunque estaba tentado a moverse y buscar fricción, no lo hizo. Estaba un poco preocupado por la chica entre sus brazos.
¿Eran así todas las primeras veces? Se preguntó la muchacha en su cabeza. Por qué, le parecía de lo más hermoso a pesar del dolor. Ella jamás creyó que podía ser tan tierno, tan delicado y tan suave. ¿Una mujer debería ser tratada así? Sin duda. Pero es que, ¿qué no todos los hombres entonces deberían ser como Alessandro? ¿Cómo podrían llegarle siquiera a los talones a semejante Dios?
Al contrario de lo que se creía, no todos los hombres eran iguales. Estaban aquello, que usaban su belleza para aprovecharse de las chicas y estaban estos, que ni siquiera sabían la belleza que poseían.
Mío. Volvió a introducirse el pensamiento en la mente de Gianna.
¡Y es que lo era!
Olvidándose ya un poco del dolor —el cual empezaba a disminuir—, lo miro más atentamente.
La luz pálida resplandecía en su piel.
Él, era sumamente hermoso.
Su cuerpo era un templo digno de dedicarle
todas aquellas oraciones de alabanza. Y ella...
era la única que se sabía aquel cantar.
La única con el don de poner sus manos en
semejante reliquia.
Y eso, la lleno de orgullo.
Había sido criada para darle gracias a Dios por todas las bendiciones que entrarán en su vida y, sin duda alguna, Alessandro era eso y más.
Mientras el muchacho seguía colmándola de delicados mimos, ella sonrió al cielo y dio gracias por aquel regalo. Dio gracias por haberse encontrado con él, dio gracias por haberle permitido tocarlo y, daba gracias, por permitirle empezar a amarlo.
Por qué si, ella no tenía dudas de que lo amaba y lo amaría por el resto de su vida.
El dolor había cesado y las ganas de que Alessandro se moviera eran más grandes que su propia necesidad de respirar.
Movió un poco su cadera.
El movimiento hizo que ambos gimieran de gusto. Mientras ella sentía un tipo de cosquillas placenteras que le recorrían el cuerpo entero, el muchacho sintió como electricidad bajaba por su espalda aún más excitante y bueno a lo que conocía.
¿Cómo era posible ello? Había conocido el dulce sabor del placer anteriormente, ¿Cómo era posible que pudiera sentirse todavía algo mejor? Era el mismo placer, multiplicado cien veces más. Entonces, fue Alessandro quien empezó a moverse de forma pausada. No quería salir de Gianna nunca más, así que trato de no hacerlo. ¿Quién diría que esa era la forma perfecta de hacer el amor?
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Votos Prohibidos ©
RandomUn devoto, un amor y una confesión. Aun los más santos se van al infierno. ¿Si quiera merece ir al averno? No, un ángel como Alessandro no lo merece. Y tu, ¿te confesarias con él? #1 No apta para menores [100601] #122 prohibido [190811] #100 inocen...
