T R E N T A D U E

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En la vida, uno piensa que las cosas deben suceder como se planeas. Empiezas desde abajo, naciendo y siendo correcto conforme las decisiones que tomen por ti; decisiones que terminan siendo planes. Tus padres no decidieron tu sexo, pero empezaron a elegir tu ropa, tu comida y hasta los juguetes con los que podías jugar. Después empiezas a crecer, deciden a qué escuelas iras y, cuando uno sale del seno materno por solo unos instantes, es cuando empiezas a hacer tus propios planes.

Pero siguen siendo eso: planes.

Era por ello que, después de tanto pensarlo, se había decidido que así fuera.

Así debía ser el encuentro de dos personas, una de ellas un poco cansada del día a día y, la otra, apenas conociendo el exterior de las cosas y las personas.

Alessandro no entendía como sus planes empezaron a irse a pique. ¿Fue desde que empezó a curiosear con el exterior? ¿O fue aquel día de libertad que tanto había anhelado y le habían regalado? O tal vez, solo era este el momento; en donde una mujer se acomodaba de forma suavísima y lenta en sus piernas, las manos de la misma se aferraban a él mientras trataba de enseñarle solo con su boca, lo mucho que lo deseaba.

Las manos de Gianna se sentían suaves en su cuello, algunas veces las sentía moverse... como si trataran de memorizar cada pequeña parte. Cada sensación.

La primera impresión habría sido apartarla, pero no fue así. Él quería eso, lo necesitaba. Había estado en sus pensamientos una y otra vez, quería volver a repetirlo para no quedarse tan quieto; para tratar de memorizar la sensación de los labios tibios de otra persona sobre los suyos. Para, hacerlo mejor.

Y es que era así, cuando uno se crece aprendiendo y mejorando, lo quiere hacer en todos los aspectos posibles. Como cuando descubres un nuevo deporte y, de alguna forma, se te mete la idea de tratar de ser profesional. Como cuando descubres un talento, podría ser música con el sueño de ser famoso o arte; con el sueño de tener una gran exposición en un museo. Cualquiera que fuese el nuevo descubrimiento, uno trata de mejorarlo, explotarlo y perfeccionarlo.

Alessandro, quería ser bueno para Gianna.

Alessandro, quería aprender a besar a Gianna.

Alessandro... quería explorarla de pies a cabeza. Tocarla.

Pero, ¿cómo se hacía? Hasta hace poco tiempo apenas había descubierto cómo hacérselo a si mismo, ¿cómo sabría que le daría el mismo tipo de placer que el alcanzaba? ¿Debía hacer algo distinto?

No negaba que el peso de su cuerpo encima de él se sentía bien, ¡más que bien!

Toda su vida había lidiado con comestibles pesados, costales de arroz, azúcar y hasta especias; pero jamás había sentido el peso de otro cuerpo humano en sus manos. Gianna era ligera —como una pluma— sentía el calor de todo su cuerpo contra el suyo, era demasiado agradable para ser verdad.

Y, tomándose la mayor fuerza, de aparto de ella.

—No, Gianna.

—Por favor—suplico la muchacha tomándolo de las mejillas—, no puedo evitarlo más. Me gustas, Alex.

Negó.—Esta mal, lo que hacemos está mal; iremos al infierno.

—Iré con los brazos abiertos.

—Pero yo no, tan solo y-yo...

—Yo te guiaré—lo interrumpió tomando su mano derecha que, aún con todo ello, seguía congelada en el brazo de la silla.—Por favor, se que es malo, se que no debemos... pero solo, arriésgate.

—Es pecado—lucho—, el pecado no puede venir a mi, Gianna.

—Si puede, el pecado no escoge a quien tentar, las personas somos pecadores por defecto; jamás podremos impedir caer en el.

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