Un devoto, un amor y una confesión.
Aun los más santos se van al infierno.
¿Si quiera merece ir al averno?
No, un ángel como Alessandro no lo merece.
Y tu, ¿te confesarias con él?
#1 No apta para menores [100601]
#122 prohibido [190811]
#100 inocen...
Primeramente, quiero agradecerles por estar aquí leyendo. No tenía mucha fé en esta historia por tener temas religiosos, así que tenía miedo de publicarla. Pero sus buenos y hermosos comentarios, me hacen pensar que es un buen riesgo. Muchas gracias por sus comentarios de motivación y cariño. ❤️
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Resultaba agobiante.
Solo unas horas bastó y Alessandro, ya estaba listo para llorar.
Nada de lo que quería estaba pasando como lo planeaba.
Primero había sido aquel cardenal extraño con su regaño, luego fue el hecho de no alcanzar un buen desayuno como predijo Donato; y al final, la madre no había estado en el Vaticano.
El cielo gris de Roma se alzaba imponente y lleno de estruendo. Aquel treinta de junio resultaba ser uno de los peores días. Y no solo fueron aquellos acontecimientos que lo hacían perder de quicio, sino, lo que le siguió...
Donato se fue a hacer sus labores como sacerdote, ya que como al mismo si se le permitía salir, tenía que ir a dar misa a una congregación a cinco cinco kilómetros retirados del Vaticano. No era demasiada distancia, pero Alessandro deseo poder ir con él; cosa que no logro.
Uno de los padres residentes y más viejo del Vaticano, le dijo a Alessandro que no podía salir... pero tampoco dar misa.
¿Cuál era el objetivo de haberse recibido en sus votos si no podía dar misa?
Alessandro no tuvo el valor de preguntar por qué se le prohibía dar misa y fue muy bueno que no lo hiciera.
El secreto de su prohibición, sería su belleza. El padre Secler, un viejo amargado proveniente de Francia, fue quien dictó la sentencia de Alessandro de no dar misa. El mismo creía que la congregación si de por sí ya no se tomaba tan en serio a Jesús, menos lo haría con un orador de semejante belleza.
Secler sabía que las mujeres de hoy en día, eran más atrevidas y... pecadoras. Y, siendo honesto, Alessandro era como la encarnación del pecado.
Hubo un tiempo, en que hubo un sacerdote de igual o más belleza.
Su nombre era Yeudiel.
Fue un muchacho hermoso de alta altura, musculatura y ojos azules. Cuando llego al Vaticano, era un andrajoso muchacho de España; de madre croata y padre israelí.
El padre fue quien lo había mandado al Vaticano. Como israelí sumamente devoto, quería que su hijo siguiera los pasos de Dios y se convirtiera en un sacerdote; para así, poder volver a la tierra Santa y poder dar la palabra en su nombre, dentro de una tierra llena de conflicto y guerra.
Al principio Yeudiel había hecho lo que su padre había dictado, pero después se desvió del camino.
Dentro del Vaticano había grandes secretos, uno de los más grandes era el hecho de ansiamos sacerdotes podían mantener una consorte. Mujeres eran enviadas todas las noches a aquellos más viejos y con más deseos, pero entre aquellas mujeres; también había hombres.