La madre superiora Lorenza Carta siempre había sido muy perspicaz, miraba siempre todo con demasiado detalle y cuidado, le decían que era una de las personas más observadoras en todo el convento; y como no, se había ganado ese puesto con sangre, sudor y lágrimas. Criar a niños nuevos cada año, verlos crecer y dejarlos ir la habían hecho más fuerte que una armadura medieval. A pesar de que muchos pensaban que era una persona dura, ella era todo lo contrario.
Todas las noches iría a la cama y rezaba por que todos aquellos niños, adolescentes y hombres que estuvieron a su cuidado estuvieran bien. Había dejado de encariñarse tanto de ellos, porque, para tener un trabajo como el suyo, debía ser extremadamente fuerte. Ver a las personas que ama marcharse, había sido muy duro para ella cada vez que pasaba, pero hubo varios acontecimientos trágicos que la habían hecho endurecerse desde adentro, hechos que la habían hecho levantar una muralla de cinco metros a su alrededor, y con justa razón, las cosas podrían cambiar rápidamente de un abrir y cerrar de ojos.
Fue por ello que no noto extraña la forma en que Donato había entrado a su oficina, también no le hizo ningún efecto mirar su rostro contraído con seriedad y a la vez, de miedo.
—Madre...—No pudo seguir el muchacho. Le faltaba el aire por las prisas y le daba miedo sacar las palabras que tenía atoradas desde el fondo de su corazón.
Pero Lorenza ya lo sabía, como se decía, era la persona más observadora.
—Donato, tranquilo.
—Pero, yo...; ¿usted lo sabe?—Pregunto confundido.
Lorenza sonrió triste.
—Hijo mío, en la vida hay que ser muy observador o la tragedia podría desmoronarte en un segundo.
Donato frunció el ceño.—Pero, yo no lo sabría. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, yo no lo hubiera sabido.
Lorenza sonrió.
—Alessandro ha pasado por tanto, que no me sorprende el hecho de estas acciones rebeldes. Es un Niño desde adentro y él, debe crecer a su ritmo y su forma.
—Pero, está pecando.
La mujer asintió.—Todos lo hacemos y lo hemos hecho mi Niño.
El joven de nuevo negó con la cabeza.—Aún no se es como usted lo vio y yo, que respondí a todas esas preguntas, me sorprende.
La anciana un poco cansada, suavizó la mirada y sus palabras.
—Sabes, hace muchos años fui testigo de un pecado, al que tampoco condene por que, ¿acaso el amor de verdad es un pecado? Los ojos de Alessandro son clarísimos y purísimos como el agua, esa transparencia me dijo todo lo que necesitaba saber, puedes ver desde muy lejos con que ojos mira a la chica. Era inevitable.
Donato gimió.—¿Y si ella solo está jugando? El no sabe de la vida, está arriesgando todo lo poco que sabe por una chica. Pecado... lujuria.
Lorenza negó.—Esta viviendo, mi Niño. Si hay cosas que podría negarle a Alessandro, vivir, no sería una de ellas. Y la muchacha, lo mira de la misma forma en que mi niño lo hace. No es el hecho de que sabemos que ambos están perdidos entre sí, mi miedo, es que se está repitiendo la misma historia; y tengo miedo del final de alguno de los dos.
Donato frunció el ceño.
—¿Hay algo más en aquella historia que usted no me contó, Madre?
La mujer endureció el semblante.—Hay mucho más en ello, pero mientras menos sepas, mejor harás las tareas que tengo para ti.
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Votos Prohibidos ©
DiversosUn devoto, un amor y una confesión. Aun los más santos se van al infierno. ¿Si quiera merece ir al averno? No, un ángel como Alessandro no lo merece. Y tu, ¿te confesarias con él? #1 No apta para menores [100601] #122 prohibido [190811] #100 inocen...
