T R E N T A

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Ambos estaban sentados cara a cara, confrontándose. La botella de vino ahora vacía yacía en medio de los dos. Fue fácil poner la reglas, además que era muy sencillo: el fondo de la botella sería reto, la boquilla verdad. Iban a dejarlo a la suerte. Nadie ganaba ni perdía por la mano del otro, sería un trato justo.

Y aún así se sentía un ambiente pesado.

Alessandro miraba a Gianna concentrado, a decir verdad la veía ya un poco achispada por el alcohol, pero al parecer nada de ello le nublaba el juicio o la hacía perder la concentración. Su objetivo estaba claro: jugar.

Por supuesto que le emocionaba, la mayoría de los juegos en su infancia tenían referencias a Dios. Había un juego en particular que le gustaba en donde tenía que abrir la biblia al azar y, al encontrar las palabras en dicha página, debía estudiarlas a fondo y después tratar de hacer oraciones nuevas con aquellas palabras. Tal vez parecía aburrido —¡sumamente aburrido!—, pero a él le gustaba y le entretenía. Al no gozar de juguetes o amigos, era una buena forma de perder el tiempo. Te hacía creativo.

Era por esa creatividad que él estaba emocionado. Ya había formulado muchas preguntas en su mente para cuando fuese su turno, así que no las iba a malgastar. Sería cuidadoso y meticuloso con cada una, esperaba obtener respuestas sinceras.

Giro la botella.

Para Gianna un reto, para Alex una verdad.

—Primero las damas.

Gianna miro la botella un poco decepcionada, quería que fuera al revés, pero después lo pensó más. Era lo más sensato, así podría dejar lo mejor para el final.

Suspiro.—Bien, dado el hecho de que pienso que básicamente eres un Santo, no podré preguntarte cosas como cuál fue tu primer beso más incómodo o tu relación más inestable. Así que lo único que se me ocurre es, dime con la verdad, ¿temes ir al infierno?

Alex abrió los ojos de par en par. Era una pregunta un tanto... inapropiada.

Y él había prometido no mentir.

Suspirando, contesto—: Soy un sacerdote, lo único que espero es ir al cielo y consagrarme con Dios; así que es un poco obvio que le tema al infierno. Vives toda tu vida siguiendo las reglas de Dios, quieres ser bueno e ir arriba, imagínate tu sorpresa al ir abajo y cruzar al lado que tanto evitaste.

Ella ya tenía idea de su respuesta, así que lo dejo pasar.

Con su palma derecha hacia arriba, le dio a saber que era su turno.

Era un reto.

Alessandro no había planeado un reto. Era decir poco, más bien no lo entendía bien del todo. Gianna le había explicado que solo debía elegir algo que ella hiciera, cualquier cosa. No importaba si era malo, asqueroso o profano; era algo que debía hacerse. Pero, ¿qué?

La miro.

Se fijó en el tirante suelto de su camiseta, su hombro estaba al descubierto dejando una porción limpia y libre de cualquier cosa.

La idea intrusa pasó por su cabeza, fue rápida; pero estuvo ahí.

Sacudió la cabeza.

Siguió mirando alrededor evitando de nuevo aquella zona y, sin más preámbulos, encontró el balcón.

Sonrió.

—Se que no es parte del juego, pero, ¿qué es lo que más odias que te digan?

Gianna frunció el ceño.

—Mm, no lo sé. Depende de la situación. ¿Estamos hablando de un día casual o un día en casa?

—Un día en casa.

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