D I E C I

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Brisa, amaba la brisa.

Su cabello se ondulaba con la misma y hacía ver su cabello infinito y con un movimiento curiosamente parecido al de las nubes en el cielo.

—Te quiero... —dijo la voz desconocida.

Alex sintió su pecho apretado ante aquellas palabras.

Aparto solo un momento la mirada solo para poder ver que estaban en un lugar desconocido. Ambos tenían un helado puesto enfrente y a medio comer.

Una risa lo hizo volver la mirada.

Alex miró como todo ese aquel cabello se apartaba, y un rostro delicado se destapaba. Unos ojos cafés los miraban, estaban llenos de picardía y, amor.

—Te quiero...—Volvió a escuchar. Solo que están vez salían de un par de labios color rosa. Delicados y suaves labios en forma de corazón.

Alex miraba esos labios con curiosidad.

¿Qué se sentiría besarlos?

Entonces, aquellos labios que miraba estaban acercándose a él. Estaban húmedos por el helado y se veían brillantes por el mismo.

Los labios se acercaron a él hasta el punto de tenerlos solo a unos centímetros.

Alessandro también se acercó a ellos.

Sentía la respiración de aquella persona: caliente, suave y con olor a chocolate.

Chocolate.

Odiaba el chocolate, pero de repente se le apeteció tanto probarlo que se acercaba a un más.

—Te quiero.—De nuevo escucho, y solo faltaban unos milímetros para tocar aquellos labios.

Solo unos milímetros más...

(•••)

—¿Padre?—Una voz lo llamó.

Alex abrió los ojos y se dio cuenta de que aún estaba en el confesionario.

¿Me quedé dormido?

¿Padre?—Volvió a llamar la voz.

Alessandro se sentía apenado por quedarse dormido, pero aún más apenado por la falta de respuesta ante la persona que lo llamaba.

Además, de que otra vez tenía esa sensación incómoda en sus pantalones.

Estaba excitado, dentro de una iglesia.

—Ave María purísima—recitó monótonamente mientras trataba fuertemente de hacer que pasara su erección.

—Sin pecado concebida—le respondió una voz de mujer.

—Cuéntame tus pecados.

Y ella los dijo.

—Mi pegado es desear lo prohibido padre, soy casada, pero me gusta otra persona.

Alessandro frunció el ceño.

Saliéndose de la rutina, se atrevió a preguntar—: ¿Qué tiene de diferente esa persona a tu esposo?

Con un fuerte suspiro, aquella mujer dijo—: En la forma en que me toca. Hay veces que mi esposo solo me hace el amor por el bien de procrear más hijos, ¡y lo odio! Ya tenemos cuatro Padre, ¡cuatro! Estoy harta de siempre estar como una maldita vaca embarazada y quedándose en casa. Me niego a seguir en casa.

Paro un poco y después continúo.

»Lo conocí cuando esperaba mi segundo hijo. Estaba en el súper mercado y de repente sentía una mirada. Al principio lo ignoré, pero después de un tiempo, giré mi cabeza y... ahí estaba él.

Votos Prohibidos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora