Capítulo 7

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Me dirigí sin demora a la última planta del edificio. La lencería que llevaba en la bolsa negra era de alta costura, con precios desorbitados. No podía permitir recibir tales regalos, por lo que me disponía a devolverle cada centavo de éste.

Sin embargo, aunque me sentía furiosa por el dinero invertido en ello, no podía evitar sentir tanta excitación al pensar en lo directo que había sido el Sr. Dixon y las inmensas ganas que tenía de besar cada milímetro de su piel en mi sofá.

Por fin me encontraba junto a la puerta de su despacho, contrasté con su secretaria que el Sr. Dixon se encontraba sólo y llamé a la puerta.

­–Adelante –respondió desde el otro lado de la puerta.

Respiré hondo, tenía que prepararme para no dejarme llevar por su enormemente atractivo y atrayente físico. Finalmente abrí y entré.

Su despacho era inmenso, de grandes ventanales, bibliotecas de madera negra repletas de libros y un gran escritorio negro en el centro. Junto al escritorio, él sentado sobre su sillón. Me miraba divertido.

–No esperaba su visita Srta. Ross –habló con una sonrisa pícara. Sus ojos grises fijados en mí. En seguida se percató de la bolsa en mi mano.

Su mirada, sus gestos, su pelo despeinado… estaba comenzando a perder la razón, dejándome llevar por la excitación que me perseguía desde el momento que llegó la bolsa a mi despacho.

Me acerqué despacio hacia su mesa, dejé la bolsa sobre ésta y me dirigí detrás de ella, quedándome a un sólo paso de él.

Giró su silla y se colocó justo en frente de mí, sin levantarse de ésta. Sus ojos brillaban con curiosidad y deseo.

Me senté sobre sus piernas y agarré su corbata negra.

–No me gusta que me regalen cosas Sr. Dixon –comencé a juguetear con ella entre mis dedos sin apartar mis ojos de los suyos–. He venido para abonarle cada centavo.

Sonrió, se estaba divirtiendo.

–Srta. Ross, si mal no recuerdo su salario mensual es de 3000 dólares, aquella bolsa ha costado 2.500. ¿Podría pagar todos sus gastos con los 500 restantes?.

–¡¿2.500?! –exclamé sorprendida, había dejado de sentirme juguetona en aquel momento.

–¿Es qué acaso no le han gustado mis planes para ésta noche? –plantó sus manos al límite de mi cadera, su roce provocando que la excitación volviese a mí. Sus ojos mirando mis labios con deseo.

–No llegue tarde Sr. Dixon –le besé y me levanté de su regazo. Cogí la bolsa y me dirigí hacia la salida, con sus ojos clavados en mí.

–Un momento Srta. Ross.

Paré de caminar y me giré a mirarle.

–Pensé que tal vez podría ayudarme con un problema –se levantó de la silla y recostó sus manos sobre su mesa.

–¿Cuál es el problema? –pregunté siguiendo su juego.

Su sonrisa se amplió y sus ojos me miraron salvajes. En seguida posó su mano sobre su cinturón y comenzó a desabrocharlo. Fue entonces cuando me percaté de su erección. Definitivamente, no quería dejarme salir por aquella puerta.

Volví a dejar la bolsa sobre su mesa y me acerqué a él con cierta impaciencia. Le hice sentar sobre su silla y me puse de rodillas en el suelo, terminando de desabrochar sus pantalones y dejando salir su suave y duro miembro.

Comenzó a tocarme el pelo con deseo y yo aparté sus manos de mi y las dejé en los brazos de su silla.

–Vamos a hacer un trato Sr. Dixon, yo le ayudo a arreglar su problemilla, pero usted mantiene sus manos a los lados –sonreí picarona. Sabía cuanto odiaban los hombres no poder participar. Aquella era mi venganza por el caro y sexy conjunto de lencería.

Agarré su pene con mis manos, y lo acerqué hacia mi boca. Primero le di un lametazo como si de un helado se tratase. Disfrutaba de la frustración del Sr. Dixon, quien se mordía el labio tratando de contener sus impulsos.

Finalmente lo metí dentro de mi boca y comencé a chuparlo, de arriba abajo, absorbiendo, con mis manos masajeando las partes que no cabían en mi boca.

El Sr. Dixon se tensó y acercó su cadera más aún a mi boca, comenzaba a gemir suavemente. No había nada más sexy en este mundo que escucharle gemir de placer.

Una gota de semen había salido de la punta, caliente, espeso y salado.

William no podía contenerse, y agarró de nuevo mi pelo, provocando que yo parase en aquel mismo instante.

­–Tenemos un trato Sr. Dixon, si usted toca yo paro –hablé y le miré a los ojos, oscurecidos por el deseo.

Apartó sus manos rápidamente de mi.

–No pares Gea –respondió en un gruñido y yo volví a introducir su pene en mi boca.

Arriba abajo, arriba abajo. Finalmente se dejó llevar y sentí su líquido a presión.

Tragué y me separé de él.

–Hasta ésta noche Sr. Dixon, sea puntual –le susurré al oído mientras se abrochaba los pantalones y mordisqueé su oreja.

Tras ello agarré la bolsa de encima de su mesa y me dirigí a la puerta, con sus ojos fijos en mí.

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Hola a todos! Muchas gracias por leer Killing Gea, las lecturas están aumentando bastante en éstos días y eso es altamente gratificante. Espero que sigáis disfrutando de la historia. 

¿Qué esperáis que pase en los siguientes capítulos?

-G.Bo 

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