Capítulo 8

7.1K 392 24
                                    

Cuando llegaron las siete de la tarde había recogido y limpiado cada rincón de la casa, no es que estuviese desordenada o sucia, pero ni siquiera la perfección me parecía suficiente sabiendo que el Sr. Dixon aparecería por la puerta en unas horas.

Había barrido y fregado, limpiado el baño y la cocina, quitado el polvo, cambiado las toallas y llenado el frigorífico de comida y bebida.

Dos horas después, cuando el reloj marcó las nueve, me tomé una caliente ducha y sequé mi pelo con el secador. Tras ello, me vestí con la lencería que William me había regalado aquella misma mañana. Un sostén negro de encaje y un tanga adornado con un liguero que se enganchaba a unas medias de un negro nada opaco.

Me miré al espejo. Siempre había odiado mis piernas, y la cicatriz de mi brazo me hacía sentir incómoda, pero aquel reflejo era explosivo, nunca en mi vida me había sentido tan atractiva y poderosa.

Me enfundé en un vestido ajustado negro que acababa por encima de mis rodillas y tenía un sofisticado escote en pico. Seguidamente me dirigí al tocador de mi dormitorio y me maquillé. Tras ello, me puse unos zapatos negros de unos 15 cm de tacón y esperé junto a una copa de vino en la barra de la cocina a que sonase el timbre.

Eran las diez en punto cuando el timbre sonó. Metí la copa que estaba utilizando en el lavavajillas tras vaciarla en el fregadero. No quería que diese la sensación de que había estado esperándole durante media hora, aunque realmente así hubiese sido.

Me acerqué a la puerta y abrí.

Hay mujeres que suspiran por un hombre trajeado, pero a mí me volvió aún más loca ver al Sr. Dixon tan casual. Vestía una camiseta azul que dejaba entrever sus abdominales, unos vaqueros grises que marcaban su trasero a la perfección y una chaqueta de cuero negra. Amaba a los hombres en cuero… y en cueros. Llevaba en la mano derecha una botella de vino tinto.

Le sonreí.

–Veo que siguió mi recomendación y llegó puntual –saludé.

–Siempre seguiré tus recomendaciones Gea –respondió amigable y me tendió la botella, observándome de arriba abajo y esbozando una sonrisa que probablemente venía dada por las medias que llevaba, la cuales reconoció al instante.

–Gracias Sr. Dixon, pase por favor –me aparté de la puerta y le permití el paso.

–No es necesario que sigas tratándome de usted Gea –entró en mi piso y una vez cerré la puerta se acercó acariciando mi mejilla –. Para ser sinceros, después de haber visto cada milímetro del otro creo que las formalidades no son necesarias.

Sus ojos se encendieron. Aquellos ojos que me volvían loca, que me hacían perder el sentido. Aquel gris que me hacía soñar por las noches con el toque azulado que desprendían frente a la luz. Tanta belleza me hizo contener la respiración.

Asentí. Probablemente aquella falta de palabras había supuesto una victoria para él en nuestra no-declarada guerra, lo cual enfureció mi orgullo.

Divertido, se separó de mi y cruzó al salón hasta la cocina.

–Espero que no te importe que hoy le diese el día libre al servicio –bromeé.

Se rió. Era raro verle reír, y era una pena ya que su sonrisa era preciosa.

–¿Dónde tienes unas copas? –preguntó examinando la cocina.

–Primer armario a la derecha– respondí.

Asintió y agarró un par de ellas, dejándolas después en la barra. Me acerqué y le di la botella junto con un descorchador. Sirvió una copa a ambos y se sentó en uno de los taburetes. Seguidamente me senté a su lado tomando un sorbo de vino junto a él. Me intrigaba su siguiente movimiento. Posó su mano sobre mi pierna y habló.

Killing Gea (hot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora