Capítulo 11

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—Hola.—sonrió

Me sequé las últimas lágrimas que resbalaban por mis mejillas.

—Hola.

—¿Qué haces aquí?

—Sólo quería estar sola.—me encogi de hombros.

Se me quedó viendo, volteé la cara para que ya no lo hiciera.

—¿Sabes?.—volteé de nuevo para verlo, ya estaba sentado y con una pierna cruzada—La banca es para que uno se siente, no la mochila.—rodé los ojos.

—No me importa, yo quería estar en el pasto.

—Estoy comenzando a creer que te caigo mal.

—Ni siquiera te conozco Armando, no puedo decir si lo haces o no.

—Tienes razón.—chasqueo la lengua.—Pero desde la mañana me has tratado mal.

Reí sin ganas. —Lo siento, pero en la mañana lo único que hiciste fue coquetar conmigo, ¿qué quieres que te trate como un rey?.—crucé los brazos.

—Quería hacerte reír, pero veo que es imposible.—cruzó los brazos también.

—No estoy de humor hoy.

—Por ahí hubieras empezado. —se puso de pie.—Intento ser tú amigo, pero no me dejas.

—No soy buena siendo amigos.

—Y con ese genio menos.

Comenzó a caminar, me puse de pie y me senté en la banca.

—No soy geniuda.—hablé lo suficientemente alto para que me escuchara.—Suelo ser muy alegre, desgraciadamente me conociste en un día malo y con tus coqueteos me irrité más.

Se giró y volvió a acercarse a mi.

—Una disculpa entonces, ¿me dejas conocer a la Alicia que sueles ser?

Reí un poco.—Esa Alicia tiene miedo de hacer amistades.

—Ahora entiendo.

Fruncí el ceño.—¿Qué entiendes?

Se sentó.—Tuviste una mala experiencia con alguna amistad y esta versión de ti es para alejar a la gente.

—Para que te lo voy a negar, en una parte es eso.

—¿Me permites darte un consejo?.—asentí.—No todos somos iguales Alicia, aún somos jóvenes y creó que te estas precipitando para no tener amistades, deberías de dejar que la gente se gane tu amistad de nuevo, no creó que sea tan malo.

Sonreí.—¿Cuántos años dices que tienes?

Rió. —Quince.—sonrió orgulloso, yo reí.—¿Qué es tan gracioso?

—Tengo dieciséis. —le guiñé el ojo.

—Rayos, ahora si quisiera algo contigo menos caso me harás.—reí.

—Tienes toda la razón.—frunció el ceño.—Ya, ya.—le di una pequeña palmada en la frente.—Mejor dime como me encontraste.

Sonrió.—Te seguí.

—No te vi.

—Sería un grandioso espía ¿no lo crees?.—alzó una ceja, reímos.

—Tal vez.—sonreí, me dio un suave empujón con su hombro.

—Ya no estas tan geniuda.

—Oh callate.—reímos.

—Piensa lo que te dije.

Un desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora