Capítulo 52

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—¿Q-qué haces aquí?.

Me puse junto a ella, Eduardo tenía una expresión triste y mi hermana quizá podría desmayarse de la impresión, esperemos que no sea así.

—Y-yo lo in-invité.

Frunció el ceño y me miró, me va a matar yo lo sé, esa mirada lo dice todo, ahorita voy a hacer mi testamento, ahora que lo pienso bien debí hacer caso en no meterme.

—¿Qué tú que?.—susurró.

—Emm, si quieren me voy.—dio media vuelta.

Ay, pobrecito, pero si hago que se quede me matan.

—No.—se apresuró a decir mi hermana.—Pasa, Carmen y José están en la sala.

La miré sorprendida, tal vez y sólo tal vez no moriría hoy, Eduardo volteó confundido y asintió, nos hicimos a un lado para dejarlo pasar.

Eduardo entro y Dennis y yo lo dirigimos a la sala, a Carmen casi se le salen los ojos por la sorpresa, José solo volteó y lo saludo con la mano.

—Sientate Eduardo, nosotras iremos arriba por un broche que nuestra mamá dijo que nos pusiéramos.

Fruncí el ceño, ¿de qué está hablando?

—¿Broche? Mamá no dijo nada de un broche.

—A mi sí.—dijo entre dientes.—Ahorita regresamos.

—Pero...—me tomó de la muñeca y me jalo hasta la habitación, cerró la puerta y me miró molesta.

Bueno, tal vez si muera hoy y ni siquiera me dio chanza de hacer mi testamento.

—¡¿Por qué lo invitaste?!.—gritó medio en susurro con una expresión moleta, cruzó los brazos.—Muy bien sabes lo que sucedió, yo aún no sé si estoy lista para hablar con él, además, no debería estar aquí, todavía me duele verlo, ¿por qué lo invitaste?.—respiró, había hablado muy rápido.

Me senté en su cama.

—Primero respira.—lo hizo un par de veces, cuando la vi más tranquila seguí hablando.—Mira, ayer me lo encontré y lo primero que hizo fue preguntar por ti.

Su cara moleta pasó a una sorprendida.

—¿En-en serio?

—Si.—frunció los labios.—No lo hice con malas intenciones, ya paso bastante tiempo, ya es hora de escuchar lo que en verdad sucedió, ¿no crees?

Se quedó callada unos segundos más y por fin suspiro.

—Si, creo que sí, pero te recuerdo que estoy quedando con Oscar.

Reí.—Por favor hermana.—crucé las piernas.—Las dos sabemos que Eduardo nunca te ha dejado de gustar.

Se sonrojó.—¡Calla!

Volví a reír. —Tengo razón.—aplaudí.—¡Auch!.—me sobé la cabeza ya que mi queridísima hermana me había aventado uno de sus peluches que lleva pila.

Un desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora