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Sky

- El que detiene el castigo, a su hijo aborrece. —Citó mi padre a la Biblia mientras se ponía de nuevo el cinturón.
Estaba segura de que era su parte favorita del Buen Libro ya que me la decía cada día. Era fácil para él ya que cada día encontraba una razón para utilizar su cinturón en mí.
Apreté la cruz de plata que estaba contra mi pecho. La he tenido toda mi vida. La madre de mi madre me la dio cuando tenía seis años y nunca me la he quitado. Normalmente estaba escondida debajo de la ropa y me hacía sentir segura.
Solía pretender cuando era más joven que podía esconder mi alma en la cruz para que nadie me la pudiera quitar. Mi padre pasó mi infancia inculcándome los peligros de un alma contaminada y que el diablo se la llevara. Era mi mayor miedo. Así que cuando tenía miedo de haber hecho algo mal o de que algo iba a hacerme daño, me imaginaba que vertía mi alma en la cruz y estaría protegida por algo sagrado y bueno. Era así como lo sobrellevaba… mi mecanismo de supervivencia.
Años más tarde, sabiendo que era imposible meter tu alma en un amuleto de plata, todavía agarraba fuertemente mi cruz y aún calentaba mi palma cada vez que las cosas eran demasiado, cuando pensaba que estaba a punto de encontrar mi límite en las cosas que podía soportar.
Una vez que mi padre salió de la habitación, me agaché y pasé mis dedos por mi pierna. Los gruesos moretones ya estaban comenzando a formarse. Mi piel se sentía caliente al tacto y dolorida, pero ser azotada por el cinturón de papá ya no me dolía; no como solía hacerlo de todos modos. En vez de llorar por el dolor, derramaba la ocasional lágrima oculta por cuán degradada me sentía.
Comenzó cuando tenía seis años; me pilló en una mentira sobre comer un trocito extra de caramelo y continuó durante los años. Nunca más volví a mentir desde ese momento en adelante. Me lo inculcó a golpes y permaneció allí. Mentir era un pecado, y si mentía, era una pecadora e iba a arder en el infierno.
Tenía diecisiete años y estaba asustada de todo y de todos, pero sobre todo tenía miedo de que mi padre me azotara como un niño de la escuela primaria. ¿Cuán triste era? Ninguna de las otras chicas de mi edad tenía que pensar en ello. Estaban fuera viviendo sus vidas, destacando y creciendo de la manera apropiada… con la experiencia.
Mi vida en casa era de todo menos excitante, que era por lo que casi odiaba volver a casa después de un día de escuela. Supongo que también era la razón de que hiciera cosas estúpidas como comenzar a llorar de repente en el baño de la iglesia. No era la primera vez que lo había hecho, pero era la primera que me habían pillado.
No podía creer que lo había hecho de nuevo, me juré a mí misma que no lo haría, pero sentía que estaba desapareciendo. Era como si cada vez que su cinturón tocaba mi piel, me estuviera borrando. Cuando me sentía de esa manera, la única forma de sentirme viva era pellizcarme, o mejor aún, agarrar mi cruz y llorar en el baño.
No tenía sentido para mí. Llorar, sentir ninguna emoción en general, dolida y sintiéndome bien a la vez. Era como si no pudiera evitarlo. Raramente lo hacía en cualquier otro lugar que no fuera en mi habitación por la noche. Sólo entonces podían las silenciosas lágrimas caer por mis mejillas sin que nadie supiera acerca de ellas.
Todo el mundo tenía un ataque de nervios de vez en cuando. Al menos eso es lo que me decía a mí misma. Ya me sentía como si no perteneciera a ningún lugar, que era diferente al resto del mundo. Diciéndome que todo el mundo lo hacía, también, me hacía sentir mucho mejor.
En el fondo sabía que tenía un problema de depresión y que tenía que hablar con alguien, pero ¿qué pensarían mi madre y mi padre si les dijera de ir a un terapeuta? Me pondrían en el altar y harían que toda la congregación rezara por mí. Sanar era un trabajo de Dios. Eso es lo que mi padre me diría. Así que en vez de pedir ayuda y arriesgarme a más golpes o a avergonzarme delante de todo el mundo, lo escondía.
Normalmente cerraba la puerta. No estaba segura sobre qué me había poseído para no volver a mirar el cerrojo antes de dejarme ir, pero cuando el chico nuevo entró, mi humillación fue severa. Dudaba que supiera lo que estaba haciendo aquí, pero aun así no era divertido. No es como si la gente normal se sentara por ahí para llorar sin razón. Sin mencionar que la última cosa que quería que viera eran esos feos moretones de esa “lección” de la tarde sobre obedecer a mi madre.
* * *
De alguna manera Sol me convenció para ir con ella, Kevin y su primo después de misa el domingo. Tenía colegio al día siguiente, pero después de haber sido pillada en el baño, llorando como un paciente mental que ha huido, pensé que salir a escondidas y tener un poco de libertad se estaba haciendo necesario.
Era la primera vez en mi vida que había hecho algo tan descuidado, pero estaba a punto de romperme. Me iba a golpear con el cinturón hiciera lo que hiciera estos días, así que por qué no al menos darle una buena razón. Pensé en ello mientras esperaba a que Sol aparcara silenciosamente afuera.
Cuando finalmente llegó, trepé fuera de la ventana como una delincuente juvenil. La repisa de la ventana se clavó en mi estómago y pinchó la suave piel debajo de mi ombligo. Mi corazón estaba ya en mi garganta por el miedo, pero la repisa presionando en mi pecho no ayudó.
Alargué mis piernas más hasta que finalmente pude sentir la hierba debajo de las puntas de mis pies. Ayudándome con mis palmas, me deslicé el resto del camino hasta el suelo. Mi jersey beige se agarró en un trozo de madera roto del marco de la ventana y creó un pequeño agujero.
Todavía no podía creer lo que estaba haciendo. Nunca en un millón de años pensé que podría salir a escondidas con Sol, pero necesitaba alejarme. Las cosas se estaban volviendo peor emocionalmente y necesitaba un descanso de mi vida, o de la falta de ella. Incluso si era para ir en un estúpido viaje de dos horas con dos extraños y mi mejor amiga… eso era suficiente. No estaba atrapada en mi casa, en el colegio, en la iglesia, y sólo eso ya se sentía increíble.
Me deslicé sin sonido de la ventana y esperé por algún sonido de dentro de mi casa. Mi corazón permaneció apretado en mi garganta mientras imaginaba a mi madre o a mi padre entrando en mi habitación para encontrarme rompiendo las reglas.
—Vamos, Sky —susurró Sol detrás de mí.
Corrí detrás de ella a un auto parado, mis deportivas blancas simples hundiéndose en la hierba húmeda. Sin pensarlo dos veces, salté en el asiento trasero. Mi boca estaba seca y casi no podía tragar. El miedo de que me pillaran era tan fuerte y estaba poniéndome enferma y cansada de sentir miedo todo el tiempo.
Mi estómago se enrolló por los nervios y comencé a temblar como si me estuviera congelando. Nadie a mí alrededor pareció notarlo. Una vez que el auto salió de mi calle, temía entrar en un ataque de pánico y tener que ir corriendo a urgencias. Estuve agradecida cuando la tensa sensación comenzó lentamente a irse.
Estaba oscuro afuera, tan oscuro que no podía ver al chico en el asiento a mi lado. Eso solo era aterrador por sí mismo, pero confiaba en Sol. Significaba problemas, pero sabía que no haría nada para ponerme en peligro. Al menos, esperaba que no lo hiciera.
—Se siente bien, ¿no? —dijo Sol con la cabeza apoyada en el asiento del copiloto, sus ojos salvajes y excitados.
No esperó a que le respondiera. En cambio, se desplomó en su asiento e inclinó para besar a quien podía suponer que era Kevin.
De nuevo, miré al chico sentado a mi lado. Ocasionalmente, algo de luz exterior se colaba y podía verle de verdad y no sólo su silueta.
Era un chico corpulento, mucho más corpulento que mi padre, y en la oscuridad, no podía decir si era un poco gordo o realmente musculoso. No fue hasta que Kevin paró en un semáforo en rojo en el medio de la ciudad que pude verle bien. Su cabello oscuro era corto y sus ojos eran tan oscuros que se mimetizaban con el auto en torno a él, lo que le hacía parecer un poco fantasmagórico. Sólo estaba un poco asustada por su total silencio.
Levantó un brazo para bajar la ventana, dejándome ver el bulto en su bíceps, definitivamente no era grasa, definitivamente eran músculos. Sabiendo que podía comportarse como un cavernícola conmigo y ponerme encima de su hombro como un saco de patatas no me hacía sentir mejor sobre escaparme con extraños.
Notó que le estaba mirando y volvió su atención a mí.
—Soy Maximiliano, pero todos mis amigos me llaman Max. —Su voz era profunda, como la de un hombre mayor, a pesar de que su cara de bebé decía cosas diferentes.
Pensé que no tenía más de dieciocho. Era divertido que sus amigos le llamaran Max dado que no había nada en el chico remotamente pequeño. Me sonrojé ante el pensamiento y miré abajo hacia mis manos.
—Me llamo Sky. Encantada de conocerte. —Soné tan pequeña como me sentía a su lado.
Él se rio un poco y volvió su cabeza para mirar de nuevo por la ventana.
—No te preocupes por él. Es grande y aterrador, pero es sólo un gran y viejo oso de peluche. ¿No es así, Max? ¿Puedes creer que sólo es un estudiante de segundo año? Acaba de unirse a la banda de Kevin. Toca el bajo y sabes que tiene que ser malditamente bueno para que Hugo y Kevin le dejen unirse siendo tan joven —dijo Sol desde el asiento delantero.
Estaba totalmente sorprendida. Uno, Sol nunca dijo nada acerca de que Kevin estaba en una banda, y dos, no podía creer que alguien tan grande y lleno de músculos como Max fuera tan joven. Las apariencias engañaban.
—Supongo que toca bien —bromeó Kevin desde el asiento delantero mientras miraba por el espejo retrovisor.
Sol y Kevin se rieron cuando Maximilano, o Max, les enseñó el dedo medio. Se veían bien juntos. Ambos eran rubios y guapos. De hecho, Kevin no se parecía nada a como me imaginaba a un chico en una banda. Sus ropas eran demasiado limpias, su cara afeitada, sin piercings ni tatuajes que pudiera ver. Con todo dicho, podía ver lo que Sol veía en él. Tenía una actitud arrogante que me recordaba al nuevo chico de la iglesia. Era más atractiva de lo que admitiría.
Max sacudió su cabeza ante sus risas y lanzó algo por la ventana. Quería gritarle , pero algo me dijo que no apreciaría que le sermoneara. No quería hacer nada para enfadar al gigante.
Aparté mi atención de Max.
—¿Quién es Hugo? —pregunté.
Sol se volvió en su asiento de nuevo.
—Es el cantante en la banda de Kevin. Kevin y él han sido amigos desde la escuela media. Es sexy.
—¡Oye! —dijo Kevin en voz alta—. ¿Qué demonios?
—Él está bien lejos de ser tan sexy como tú, bebé. —Se inclinó y le dio un beso.
Apartó sus ojos de la carretera y la besó de vuelta. Desde mi posición, pude ver sus lenguas enredándose y mi estómago se revolvió de nuevo. Un auto que pasaba nos tocó el claxon cuando giramos bruscamente de nuestro carril. Estaba al borde de un mini ataque de corazón cuando ella le soltó y se concentró en conducir de nuevo.
No hice más preguntas. No lo necesitaba. Ya tuve suficiente de estar fuera y estaba orando en silencio para que me llevaran a casa ya.
Quince minutos más tarde, nos detuvimos en la entrada de una casa de ladrillo. Tampoco estaba en el mejor barrio. El patio era agradable, pero la casa en sí era vieja. Destacaba en contra de todas las otras casas que tenían basura en sus patios y perros enganchados en cadenas, ladrando como locos.
Los tres abrieron sus puertas y comenzaron a salir
—Espera, ¿dónde estamos? —pregunté en estado de pánico.
Sol se volvió hacia mí y sonrió.
—Vamos, será divertido. Lo prometo. Esta es la casa de Hugo. Ellos van a tocar esta noche. Son buenos. A veces, incluso tocan en bares de la zona que les dejan entrar.
Saltó del auto y cerró la puerta detrás de ella. Quise gritar para que ella regresara en ese segundo y me llevara a casa, pero ya estaba desapareciendo en el garaje. Había pensado que sólo conduciríamos un poco por ahí, disfrutar de ser libres y luego me llevarían de vuelta a casa; una hora como máximo. No tenía idea de que tenían planes. Sol no me lo dijo a propósito, porque sabía que me hubiera echado atrás.
Tenía dos opciones. Podría ir dentro y desvanecerme en una esquina hasta que pudiera convencer a Sol para conseguir que los chicos me llevaran a casa. Ya estaba lamentando esto y lo único que quería era estar a salvo en mi cama. O podría sentarme en el auto y esperar a que volvieran, pero en un barrio como éste, me encontraba probablemente más segura en el interior del garaje con los adolescentes locos por el sexo y sus instrumentos de rock salvaje.
Decidiendo que de cualquier manera no quería estar sola, salí del auto y lentamente me dirigí hacia el garaje. Los perros en los patios a mí alrededor estaban volviéndose locos tratando de soltarse y comerme viva. Me detuve al lado de un viejo auto deportivo al que le faltaba un neumático. Había un bloque de cemento en su lugar y el aceite se filtraba por debajo de él y corría por el camino de entrada.
Di un paso lejos del auto y más cerca del garaje. Fue entonces cuando la música empezó a sonar en el interior. Era ruidosa; la aguda guitarra retumbó en mis oídos e hizo vibrar mis rodillas. La puerta del garaje retumbaba con la batería y los sonidos de risas femeninas fueron ahogados una vez que el cantante comenzó a cantar con su profunda voz.
Un olor extraño flotaba fuera del garaje y todo lo que me rodeaba. Tosí un poco y utilicé mi mano para alejarlo mientras entraba en el espacio ensordecedor, lleno de humo. Las personas se amontonaban en un viejo sofá de cuero, observando a la banda tocar. Vi a Sol a través del cuarto, sentada en el sofá, mirando a Kevin con estrellas en los ojos.
El grupo con el que ella se sentó parecía estar pasando alrededor lo que parecía ser un pequeño cigarrillo sin filtro. El humo que salía olía fatal. Obviamente se estaban drogando. Me sentí un poco mal del estómago cuando vi a Sol tomar una calada. Era mi amiga, mi única amiga de la infancia. ¿Cómo podría no saber que ella estaba tan involucrada en este tipo de estilo de vida?
Eché un vistazo a la gente a mí alrededor que nunca había visto antes; personas que no me habían visto. Y entonces mis ojos chocaron con alguien familiar. Era el chico nuevo de la iglesia, el problemático que había pintado el costado del edificio. Me miraba fijamente mientras cantaba en el micrófono. Su voz ronca y oscura inundó el garaje y puesto que él estaba mirándome, era como si estuviera cantando para mí.
Sus suaves ojos azules me contemplaron y sus cejas se hundieron en confusión. Obviamente yo no pertenecía allí, lo sabía y él también. Un espeso pedazo de cabello color caramelo caía en sus ojos y se pasó los dedos a través de él, apartándolo de su cara.
Verlo me hizo entrar en pánico. ¿Qué pasa si le decía a mi padre que estaba allí? No quería estar rodeada de tantas cosas que no entendía. No me hallaba de acuerdo con todo lo que estaba pasando y me quería ir, pero más que nada, no quería que mi familia de la iglesia supiera que estaba involucrada con ese tipo de personas. ¿Qué haría mi padre? Si conseguía que me pegara por prácticamente nada, ¿qué haría si conseguía escaparme?
Rápidamente, me alejé de la puerta del garaje y desaparecí fuera de nuevo. Tan pronto como el aire de la noche me golpeó, pude respirar mejor y la música no fue tan fuerte. Los perros a mí alrededor se encontraban ladrando como locos de nuevo. No sabía a dónde ir o qué hacer. Sólo sabía que tenía que salir de allí antes de que alguien me viera o sucediera algo malo. Podría haber un tiroteo desde un auto o una redada de drogas en cualquier momento. No necesitaba a mi padre averiguando que estaba en cualquier lugar cerca de este lado de la ciudad.
Pensé que tendría que regresar por dónde venimos. Era una locura, la locura más grande que jamás había hecho. Sobrepasaba el escabullirme en un nivel totalmente distinto, pero tenía que hacerlo. Estaría segura de dejar saber a Sol lo infeliz que estaba con ella en la escuela al día siguiente. Tal vez mi papá tenía razón. Tal vez Sol era una mala influencia.
Me encontraba cruzando la calle cuando oí que alguien me llamaba. Cuando me di la vuelta, el chico nuevo en la iglesia, que ahora sabía era Hugo, el cantante de la banda de Kevin, estaba dando grandes pasos hasta a mí.

Azul CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora