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Sky

Esa noche fui a la cama con una mejilla amoratada y más cintarazos en mis piernas que nunca. Uno de ellos de hecho sangró hasta el punto que tuve que cubrirlo con un vendaje. No era bonito, y por primera vez en un muy largo tiempo, lloré del dolor.
Estaba lentamente comenzando a darme cuenta que había algo malo con mi papá. Ninguna persona debería sentir alegría por darle una paliza a otra, y lo que vi en su cara mientras me daba con el cinturón después que la policía se fue era alegría. Había sido una mala. Tan mala que de hecho mi madre, quien normalmente se quedaba fuera de ello, intervino y le dijo que parara.
Honrarás a tu padre y a tu madre, y lo hice, pero eso no significaba que no se me permitía odiarlos. Nunca antes usé la palabra odio. No tenía idea que fuera capaz de la emoción, pero lo era. Odiaba a mi padre por lo que me había hecho. Odiaba a mi madre por quedarse sentada y observando durante tantos años.
Giré sobre mi costado y miré fijamente hacia la luz de luna que pasaba por mis cortinas de encaje blanco. Mi mente no había parado de andar desde que puse pie en mi jardín más temprano esa mañana, pero finalmente, pude sentirme teniendo sueño. Jamás había rogado por el sueño tanto en mi vida. Quería que todo se fuera por unas cuantas dichosas horas hasta que fuera momento de levantarse y correr a la escuela.
Mis ojos estaban pesados y se cerraban lentamente. El sueño estaba más allá de mi alcance y yo lo sujetaba con todas mis fuerzas. Estaba casi ahí cuando una sombra trepó a mi habitación. Con ojos muy abiertos, me senté y grité, pero una mano cubrió mi boca y evitó que saliera cualquier sonido.

Mi cuerpo se tensó y estuve a punto de volverme loca completamente. Me sacudi en mi cama en un intento por alejarme, rasguñando la mano con mis uñas y golpeando tan duro que los resortes de mi cama chillaban ruidosamente. Si iba a ser asesinada o secuestrada, no iba a caer sin una buena pelea.
—Sky, soy yo —susurró Hugo.
Renuncié a la pelea y me tomé un minuto para dejar que mi pánico disminuyera. Mis ojos se ajustaron a la oscuridad a mi alrededor, de nuevo permitiéndome ver su silueta en la luz de luna. Estaba tan feliz de verlo, pero al mismo tiempo, en todo lo que podía pensar era en mi papá viniendo y atrapándolo. Había dejado libre a Hugo una vez. Seriamente dudaba que lo hiciera dos veces. Lo último que quería para Hugo era que fuera arrestado. No estaba segura de lo que te conseguiría el allanamiento de morada, pero sabía que era más que servicio comunitario.
Una vez que quitó su mano de mi boca, me senté y lancé mis manos alrededor de su cuello.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurré en su hombro.
Inclinándose hacia atrás, capturó mi cara en sus manos.
—Quería asegurarme que estuvieras bien. Lo siento por lo que pasó hoy.
Quería ver su cara. Necesitaba ver su sonrisa y saber que realmente estaba aquí conmigo. Estirándome, encendí mi pequeña lámpara de mesa para poder ver más de él. Una vez que la luz estuvo en su cara, la sonrisa que él tenía decayó. Suavemente tocó con el dedo el lado amoratado de mi cara con sufrimiento en sus ojos.
Presioné mi mejilla adolorida en su palma.
—Estoy bien. —Le sonreí.
—Debí moverme más rápido. No debí dejarlo tocarte —dijo con voz ronca.
—Para. —Presioné mi dedo en sus labios—. Eso no fue tu culpa. Sólo siento que hayas tenido que verlo. —Usé un dedo para mover un mechón de cabello de sus ojos—. No más charla deprimente. ¿Cómo entraste aquí? —pregunté.
Su ceño fruncido fue reemplazado con su distintiva sonrisa presumida.
—Te dije que escabullirme dentro y fuera de ventanas era súper fácil para mí.
Me levanté y me aseguré que la puerta de mi habitación estuviera con seguro, y luego abrí más amplio mi ventana para que Hugo pudiera tener un rápido escape en caso que mi papá viniera a mi puerta. Una vez que terminé con eso, me giré de vuelta hacia mi cama y lo atrapé mirándome fijamente.
—¿Qué? —pregunté.
Se puso de pie y vino hacia mí. Me encantaba cuando jugaba con mi cabello así que estuve feliz cuando enterró sus dedos en los mechones alrededor de mi cara. Su sonrisa se oscureció y sus ojos bajaron por mi cuerpo.
—Sólo te había visto en faldas largas. Tus piernas son tan largas y hermosas… sexys.
Mi cara se iluminó con calor cuando bajé la mirada hacia mí. Había olvidado lo que estaba usando. Mi camisola blanca y bóxers a cuadros dejaban muy poco a la imaginación. Me sentí todavía más avergonzada sabiendo que no tenía ni sostén ni bragas debajo. Jamás había estado tan desnuda alrededor de otra persona en mi vida.
—Debería cambiarme —dije mientras intenté alejarme.
Me atrapó alrededor de la cintura y sentí el calor de sus dedos a través del delgado algodón cubriendo mi estómago.
—No. Me gusta verte así. No porque estés enseñando más piel, sino porque te ves cómoda. Eres tan hermosa y no tienes ni idea.
No luché con él cuando lentamente me encaminó de regreso a mi cama y me jaló a su regazo.
—¿En qué nos hemos metido, eh? —Sonrió y sacudió su cabeza.
Pasé mis dedos por sus hoyuelos y me incliné para besarlo. Era agradable ser capaz de hacer eso. Jamás pensé que sería el tipo de chica que de la nada besaría a un chico, pero estaba cómoda con Hugo.
Me regresó el beso como si me estuviera respirando, y cuando pasó su palma por mi estómago, no lo detuve. Me dijo antes que no me presionaría… que me esperaría, y confiaba en eso.

Azul CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora