32

10 1 0
                                    

Hugo

—Te amo, Hugo.

Mi corazón se apresuró. Ella lo decía en serio. Podía ver en sus ojos que lo decía en serio, y nunca había sido tan feliz de escuchar esas palabras. Las necesitaba. Quería envolverlas y meterlas en una caja para guardarlas a salvo. Significaban todo para mí ya que me sentía exactamente igual.

La vi a los ojos y respiré hondo. No todos los días le confesaba mi amor a alguien.

—También te amo.

Ella me sonrió antes de inclinarse cerca.

—Entonces demuéstralo.

Ella dio un paso hacia atrás y alcanzó el dobladillo de su vestido. Difícilmente podía creer a mis ojos cuando la sacó sobre su cabeza. Llevaba unas sencillas bragas de algodón color blanco con un sostén a juego. Mis ojos cayeron a sus pechos, por su estómago, y aterrizaron en sus muslos. Su cuerpo era hermoso. Su cabello estaba apartado en un hombro mientras ella tímidamente me echaba un vistazo desde sus pestañas oscuras. Nunca se había parecido más a un ángel.

Y justo así, la alcancé. Tomándola de la mano, la llevé a mi cama y la recosté.

Extendió sus manos y me dio la bienvenida en ellas cuando me subí encima de ella. Me tomé mi tiempo besándola y tocándola en todos sus lugares secretos.

Ella gimió mi nombre una y otra vez, y cuando sentí sus dedos dirigirse hacia mi toalla, también gemí.

Se retorcía debajo de mí, su respiración viniendo en jadeos desenfrenados. Le quité el sostén y bragas y soplé lentamente en diferentes partes de su cuerpo, haciéndola arquear su cuerpo y estremecerse. Una vez que mi toalla había desaparecido de entre nosotros, presioné y la provoqué con mi cuerpo.

Ella movió sus caderas y lloriqueó.

—Por favor, Hugo. Te deseo. —Sus ojos estaban muy abiertos mientras miraba en los míos.

—¿Estás segura?

Tenía que asegurarme antes de que tomara algo de ella que nunca podría devolver.

Sus dedos se enterraron en mi espalda, tirando de mí tan cerca de ella que podía sentir su latido contra mi pecho.

—Si. Por favor. —La desesperación en su voz coincidía con la mía.

Metiendo la mano en mi mesita de noche, saqué un condón. El papel de aluminio crujió cuando lo abrí. Ella bajó la vista y vio mientras deslizaba el latex resbaladizo sobre mi dureza.

Tragando, levantó la vista hacia mí y vi el nerviosismo en su expresión.

Me apuntalé sobre ella y ajusté mis caderas. Sabía que iba a dolerle, por lo que me incliné y empecé a besarla duro y profundo para distraerla. Una vez que ella estuvo en los besos y envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello, retrocedí y me presioné en ella con un movimiento rápido.

Rompió el beso y jadeó con dolor. Dejé de moverme y me senté allí sembrado profundamente dentro de ella.

—¿Estás bien? —pregunté.

Se sentía asombrosa envuelta a mi alrededor. Tomó todo de mí para no dejarme llevar e ir fuerte y rápido.
Ella asintió con unos ojos grandes y sorprendidos.

—Sí.

No estaba tan seguro, y lo último que quería era lastimarla más.

—¿Quieres que me detenga?

—No. No te detengas.

Así que no lo hice. Esperé y la besé más, dejándola ajustarse a la sensación de mí. Después de un tiempo, el instinto natural se hizo cargo y ella empezó a rodar sus caderas debajo de mí. Se sentía asombroso. Empecé a mover mis caderas también, retirándome lentamente antes de moverme de nuevo.

Se sentía diferente con Sky. Incluso con el condón puesto, sentí como que en verdad podía sentirla. Ella estaba más cálida y se sentía mejor que nada de lo que jamás he sentido en mi vida. Así se lo dije una y otra vez mientras me impulsé en ella e incliné mi cuerpo en formas que la hicieran hacer más ruido.

El mundo a nuestro alrededor dejó de existir mientras jadeábamos nuestros nombres, nuestros cuerpos se deslizaron juntos en una forma que nunca había experimentado. Era como si yo fuera virgen de nuevo. El sexo con Sky estaba más allá de las palabras. No sólo estaba conectado físicamente a ella; estaba conectado emocionalmente también, lo que hizo que fuese cien veces mejor.

Las uñas se enterraban en mi espalda cuando ella lanzó su cabeza hacia atrás y gritó su liberación. Fue mi perdición. Enterré mi cara en su cuello, la sostuve más cerca, y me liberé en ella. Morí un poco en ese momento, y Sky fue mi paraíso.

Azul CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora