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Sky

Todo lo que tenía que hacer era decir las palabras, pero en cambio, comenzó a reírse. Se sintió como una bofetada en la cara.

¿Qué era tan gracioso sobre que tuviera una cita?

—¿Qué? —pregunté rudamente

—Nada. Es sólo... —No pudo terminar la frase porque estaba riéndose tan fuerte.

—¿Es sólo qué? —pregunté de nuevo, más alto.

Realmente me estaba empezando a enfadar.

—Es sólo que quién se iba a imaginar que tu padre te conseguiría una cita con algún chico de la iglesia cuando yo llegase. Touché, gran hombre predicador —dijo a nadie y sacudió su cabeza.

No estaba teniendo sentido.

—¿Qué quieres decir? —Me apoyé en la encimera y crucé mis brazos.

—Nada. Creo que es una gran idea. Me apuesto a que es realmente agradable y limpio.

Lo era y odiaba que lo fuera. Odiaba todavía más que Hugo pensara que sólo podía tener un chico agradable y limpio. Y todavía peor que Hugo probablemente le iba a ver en el sermón del domingo y sólo podía imaginarme los chistes que iba a hacer para hacerse el inteligente.

—No hay nada malo con un chico agradable y limpio, Hugo. En verdad, los prefiero así.

En el momento en que mis palabras salieron de mis labios, su cara cayó. No estaba segura de si era estar alrededor de Hugo o qué, pero mentía tan fácilmente y lo odiaba. No prefería ningún tipo de chico, pero sabía que me gustaba Hugo, lo cual era tonto por mi parte cuando era totalmente obvio que él no sentía lo mismo.

Se movió rápidamente y me puso contra la pared. Los dibujos de los niños en mi espalda y un dibujo de una cruz cubierta en macarrones duros se clavaron en mi brazo. Aspiré sorprendida.

—Opuesto a un chico como yo, ¿eh? —Puso sus manos en mi pelo y me forzó a mirar hacia arriba, hacia él. Unos ojos de un gris tormenta azulado me miraron por debajo de sus oscuras pestañas—. ¿Vas a esconderte detrás de chicos bonitos con pensamientos limpios toda tu vida? Porque sé que no eres la santa que tu padre piensa que eres. Vi la mirada ardiente en tus ojos cuando pensaste que te iba a besar. Sé que secretamente sueñas con chicos sucios con pensamientos sucios. —Sus ojos bajaron a mi boca brevemente y contuve mi respiración—. Te diré qué haremos... Cuando decidas que puedes manejar a un hombre real, házmelo saber.

Me liberó rápidamente y se alejó. El aire frío reemplazó su calor y dejó escalofríos en su estela.

Nadie me había hablado nunca así. Me sentía disgustada. No por sus palabras o por el hecho de que podía sentir su excitación a través de sus pantalones cuando se presionó contra mí, sino porque era la cosa más fascinante que me había pasado nunca. Fue rápido, pero sentí como mi euforia bajaba cuanto más se alejaba de mí. Tenía razón. Quizás no era tan santa como había intentado toda mi vida.

Casi no hablamos el resto del tiempo en la cocina. Se sentó en una esquina y se cortó las uñas con una navaja de bolsillo mientras sacaba las galleta cuando estuvieron hechas. Una vez se enfriaron, las envolví en un plástico con pequeños lazos amarillos a su alrededor. Cuando eso estuvo hecho, nos dimos las buenas noches y mi padre firmó su papel para que se fuera.

Le vi caminar al auto de su madre mientras seguía a mis padres al nuestro. Una vez estuvo dentro, me miró con una expresión enfadada. No estaba segura de qué había pasado, pero de nuevo, no tenía ni idea en lo que se refería a los chicos.

* * *

La noche del siguiente sábado, me puse mi blusa blanca y otra terrible falda caqui. Una vez estuve vestida, mi madre y mi padre se sentaron en el comedor conmigo mientras esperaba a que Stephen me recogiera. En realidad me sentía nerviosa, y cada vez que mi padre pasaba una página de su periódico, saltaba. Me miró por encima de sus gafas de leer como si estuviera loca antes de dejar el periódico.

—Sky, sé que no te hemos dejado hacer mucho, pero si te he mantenido alejada de las cosas, era porque estaba preocupado por tu seguridad. Es un mundo cruel allí fuera y lo creas o no, hay gente que no querrían hacer nada más que corromper a una preciosa chica como tú. Me siento bien con Stephen. Es un chico amable y viene de una buena familia que cree en Dios.

No pude pensar en nada que decir.

—Lo sé, papá —dije.

Los faros se reflejaron en la ventana y las mariposas en mi estómago luchaban por escapar. En pocos segundos, el timbre sonó y mis padres se encontraron con Stephen en la puerta y le pidieron que entrara.

Me senté callada en la silla de la esquina mientras mi padre hablaba con Stephen hasta la saciedad. Habló hasta que casi no teníamos tiempo de llegar al cine. Casi se sintió como si lo hiciera a propósito, como dándonos a Stephen y a mí menos tiempo juntos para evitar que hiciéramos algo pecaminoso.

Mientras miraba a Stephen en el auto de camino al cine, no podía verle ni siquiera teniendo pensamientos pecaminosos, mucho menos haciendo nada impropio. Hugo, por otro lado, era un pecado andante. El modo en que entraba en una habitación como si fuera suya con una sonrisa ladeada y hoyuelos impresionantes. Sabía que se veía bien a la vista. Era orgulloso y confiado y era como mirar al sol. Tenía que admitir que me gustaba disfrutar de su calor.

La película a la que me llevó Stephen era apta para todo el público. Era insultante. Tenía diecisiete años. No tenía ningún motivo para ir a ver una película apta para todo el público en una cita. Era algo que definitivamente Hugo nunca oiría. Prácticamente podía oír su risa.

Tomé el bote de palomitas de Stephen y me apresuró dentro del teatro. Las siguientes dos horas de mi vida las pasé contemplando la pantalla, pero sin realmente mirar. Ocasionalmente, Stephen me preguntaría algo y yo asentiría. Yo era probablemente la cita más aburrida, pero por otra parte, él era la cita más aburrida jamás vista así que supongo que encajábamos.

Me encontré enfadada sobre el hecho de que no estaba disfrutando nada de ello. Una noche de libertad y aquí me hallaba sentada viendo una película de niños con un chico que casi no me hablaba, y mucho menos me miraba. Había padres y niños llorando en todas partes, así que si quería ver la película, no hubiera podido escucharla de todas maneras. Era un desperdicio total de noche, podría haberme divertido más leyendo.

Nunca me sentí más contenta que al ver mi casa cuando estacionamos. Stephen no perdió el tiempo trayéndome a casa. Era el chico perfecto para mi padre. Tendría que haber estado contenta con ello. El pensamiento de tener algún tipo de vida fuera de la iglesia o la escuela tendría que haber hecho mi noche, pero todo en lo que podía pensar era en Hugo y en cuanto nos habíamos divertido, incluso en la iglesia. Podía imaginar cuán divertido él sería en una cita.

Stephen me acompañó a la puerta principal justamente a las nueve en punto. La luz automática del porche se encendió y brilló directamente en mis ojos.

—Me divertí —dijo.

Estaba contenta de que lo hubiera pasado bien, pero yo no podía decir lo mismo.

—Yo también —mentí de nuevo.

Mentir se estaba haciendo más y más fácil. Eso era o algo muy malo o algo muy bueno.

—¿Podríamos hacerlo de nuevo? —preguntó.

Había esperado que no preguntara, pero no podía herir sus sentimientos. No quería ser mala y decir no. Además, ¿qué diría mi padre? En cambio, le sonreí dulcemente y asentí.

—Por supuesto.

Su sonrisa fue mucho más brillante que la luz de mi porche mientras se inclinaba. El pensamiento de besarle y atascar mi boca en sus aparatos me aterraba. Por suerte, presionó suavemente sus labios a mi mejilla y se alejó.

—Buenas noches, Sky.

—Buenas noches, Stephen.

Esa noche me fui a la cama con pensamientos de Hugo. Sus movimientos poco apresurados, como si el mundo se moviera a su tiempo. Sus cálidos ojos azules que parecían no perderse nada nunca y su arrogante sonrisa. Esas fueron las últimas cosas que vi antes de que el sueño me venciera.

Azul CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora