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Sky

—Oye. Espera —dijo.
Me detuve. Cuando llegó a mi lado, estaba sin aliento. Inclinándose, apoyó la palma de su mano en su muslo y levantó un dedo, diciéndome que le diera un minuto.
—Sabes, si no fumaras, no estarías sin aliento en este momento —dije.
Me miró con una sonrisa. Unos hoyuelos a juego se clavaron en sus mejillas encendidas.
—¿Vas a sermonearme a mí, también, dulce niña? —Se puso de pie de nuevo después de recuperar el aliento—. Como si no hubiese oído suficiente sermón en la iglesia. No sé cómo puedes soportar esa mierda día tras día.
No confesé que estaba harta de ser sermoneada. No podía decir eso, sobre todo porque yo estaba sermoneándolo.
—Lo siento. —Suspiré.
—No te preocupes. ¿Qué haces aquí? —preguntó con brusquedad.
Parecía molesto. No es que pudiera culparlo. Yo estaba bastante molesta por estar allí, también. Los dos sabíamos que no pertenecía a allí.
Traté de pensar en una buena excusa, pero no había ninguna. Y tanto como quería encontrar alguna realmente buena mentira para salirme de los problemas que sabía que iban a venir, no podía mentir. Tenía que derramar la verdad y esperaba que no se fuera corriendo a la iglesia el miércoles y le dijera a mi padre todo sobre ello.
—Vine con mi amiga Sol. Ella está saliendo con tu amigo Kevin. No sabía que veníamos aquí. Ni siquiera se supone que me he ido. Mis padres piensan que estoy dormida en casa. Por favor, no les diga que me viste. Por favor —espeté.
Era evidente que él estaba metiéndose en muchos problemas. No cualquiera tenía servicios a la comunidad y parecía cómodo en su situación. En realidad, él no tenía derecho de decirle a una persona, pero conociendo mi suerte, lo haría. Algunas personas les gustarían decirle al pastor en una iglesia de gran prestigio que su hija estaba siendo una pecadora y escondía un oscuro pasado. Tal vez él era una de esas personas.
Sus ojos se llenaron de humor y se echó a reír. Fue una carcajada que sonó proveniente de su interior. No ayudó que también hizo que sus hoyuelos adorables aparecieran. Realmente no pensaba mucho en chicos, pero Hugo estaba haciendo que me diera cuenta de cosas que nunca antes noté.
Como sus brazos; la forma en que sus músculos se movían debajo de su piel cuando él hacía algo con las manos. Mis ojos también se habían desviado a su estómago, el que pude ver claramente a través de su camiseta ajustada. La fina camisa blanca no dejaba nada a la imaginación, ya que se pegaba a sus músculos abdominales.
Se inclinó y envolvió su brazo alrededor de su estómago mientras seguía riendo. No estaba segura de lo que me molestaba más, el hecho de que el proceso de pensamiento habían entrado en el territorio del pecado, o el hecho de que se estaba riendo de mí en mi cara.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunté.
—Crees que te delataría. —Terminó con una risa profunda.
—Bueno, realmente no te conozco. ¿Quién puede decir lo que harías? —le dije, ofendida.
Se puso serio, pero su sonrisa arrogante se quedó en su sitio
—Sí, supongo que tienes razón. Bueno, no te preocupes por ello. Nunca le diría a alguien. No soy un soplón. Creo que es un poco raro que una persona como tú se escapara, sin embargo. No tenía ni idea de que fueras una chica tan mala, Sky. Apuesto a que aún tienes algo de sexy ropa furtiva oculta bajo esa fea falda, ¿no? —Él extendió la mano y tiró de mi camisa.
Le di un manotazo a su mano y di un paso hacia atrás con rapidez, cubriendo mi rubor con mi palma. Uno, porque el sujetador y las bragas de algodón uniforme que llevaba nunca podrían ser llamadas sexys, y dos, porque específicamente elegí mi falda porque era la más bonita. Al menos pensaba que lo era. Era obvio que era tan aburrida y mojigata como el resto. Picó mis sentimientos sólo un poco que la llamara fea, sin embargo.
—Maldita sea, no me refiero a que es, como, fea. Es simplemente demasiado larga. —Trató de disculparse y fracasó estrepitosamente. Suspiró—. Está bien, vamos a probar esto de nuevo. Mira, soy Hugo. Ese es mi hogar. —Señaló hacia atrás en el garaje—. Y no creo que sea una buena idea para ti estar caminando por aquí sola. Este no es el mejor barrio. Qué tal si entras y le diré a todo el mundo que se relaje con el humo.
Honestamente, en ese punto, todo lo que quería era ir a casa, pero la idea de volver a entrar y conseguir que Sol me llevara a casa no me atraía. Como sea, no había forma de que fuera la mojigata hija del pastor arruinando su fiesta.
—No, no hagas eso. No quiero a esas personas pensando que soy una mimada. Estaré bien. Sólo voy a caminar a casa.
Levantó ambos brazos, entonces pasó su mano por su cara con rudeza. Su camiseta se levantó y tuve un pequeño vistazo de la piel justo encima de sus vaqueros. Rápidamente volteé la cabeza y alejé la mirada.
—Mira, vuelve conmigo. Voy a tomar las llaves de mi mamá y te llevo a casa rápido. ¿Trato?
—No. No creo…
—Por favor, Sky, sólo déjame hacer esto. —Me cortó—. Me sentiré como una mierda si eres encontrada a un lado del camino en la mañana.
El azul en sus ojos parecía brillar en la oscuridad alrededor de nosotros mientras silenciosamente me callaba con su expresión. Su irritación era aparente. Tenía la habilidad de hacerme sentir como una niña pequeño siendo castigado. Como si no tuviera suficiente de eso en casa.
Los perros ladraban sin descanso y en la distancia, una alarma de auto comenzó a sonar. Miré hacia mi derecha y tres hombres extraños estaban parados en su porche delantero y nos miraban a Hugo y a mí. Uno lucía una extraña sonrisa que hacía visible su diente de oro.
¿En qué había estado pensando? De ninguna manera quería terminar perdida o asesinada a un lado de un camino abandonado. Hugo no era seguro, pero no creía que me dañaría físicamente.
—Bien. Gracias —dije mientras lo rodeaba y comenzaba a volver a su camino de entrada—. ¿Podrías por favor decirle a Sol que me llevas a casa?
—Lo haré —dijo con sarcasmo.
Era difícil de descifrar. O estaba siendo amigable o lo estaba molestando. Era muy buena con las personas, pero no me gustaba lo desequilibrada que me hacía sentir. Especialmente desde que entre más lo miraba y más me hablaba, más lindo parecía. Era mucho más caballero de lo que dejaba ver. Las mujeres en la iglesia probablemente no estarían de acuerdo, pero sólo un buen tipo se preocuparía de si salía o no de su lado de la ciudad con vida.
Me paré sola en su camino de entrada por un minuto mientras el corría dentro por sus llaves y a contarle a Sol lo que estaba pasando. Odiaba dejarla así, pero era su lugar, no el mío. De hecho, en realidad yo no tenía un lugar, a menos que incluyeras la iglesia. La iglesia definitivamente era mi lugar. No es que fuera mi elección.
Dentro del garaje, podía escuchar a sus amigos quejándose de que se fuera. No pude escuchar su respuesta, pero me sentí fatal por alejarlo de su pandilla. Aun podía sentir el potente olor de esa cosa que estaban fumando. Asumí que era marihuana, lo cual sólo me hizo querer más ir a casa.
—¿Todo listo para ir? —preguntó Hugo mientras salía del garaje jugando con sus llaves.
Lo seguí hacia un viejo Jeep blanco. Abrió la puerta para mí, lo cual también fue inesperado, y entré. Corrió hacia el otro lado y entró antes de encender el motor. La atmósfera a nuestro alrededor se aligeró entre más nos alejábamos de su vecindario.
Primero estábamos en silencio, sin saber en realidad que decirle al otro. No era como si tuviéramos algo en común. Éramos de mundos totalmente diferentes.
—Gracias por el aventón —dije finalmente para romper el hielo.
Levantó la mirada hacia mí y sonrió. Sus luminoso irises brillaron bajo sus oscuras pestañas. En verdad estaban comenzando a gustarme sus ojos y en serio estaba disfrutando sus sonrisas conocedoras un poco más de lo que debería.
—No importa. No queremos que una cosa bonita como tu sea secuestrada. —Miró de nuevo al camino como si no acabara de darme un buen cumplido.
No podía recordar nadie llamándome bonita antes. Me hacía sentir rara. No podía decir que lo odiara. De hecho, como que me encantó. Podía recordar a mamá diciéndome que lucía linda una vez, y recuerdos de papá llamándome su princesa cuando era pequeña aún permanecían, pero ahora que era mayor y sentirme bonita en verdad importaba, nadie nunca lo había dicho.
Él se volvió a mirarme y sentí mis mejillas encenderse. Miré por la ventana así no se daba cuenta. Una suave, masculina risotada sonó desde su lado del auto, dejándome saber que no se perdió mi vergonzoso sonrojo. El resto del camino fue incómodo. De vez en cuando le daría indicaciones, pero además de eso permanecimos callados.
—Por favor, sé extra silencioso —dije mientras nos acercábamos a mi casa.
Se rió de nuevo y le di la mirada desagradable mientras acercaba el auto a mi casa y se estacionaba. Se dio la vuelta en su asiento y en silencio me miró mientras movía los dedos en mi regazo. Cuando sus ojos estaban en mí, me sentía sin aliento. Era como si tuviera algún tipo de extraño hechizo en mí.
Necesitaba alejarme de él y dormir algo. La noche me había enseñado una valiosa lección: no tenía que escaparme de mi casa o pasar el rato con personas que no eran como yo.
Desabroché mi cinturón de seguridad y abrí la puerta. Estaba a punto de agradecerle el viaje cuando las luces del porche se encendieron. Fue sólo entonces que noté las luces de la sala.
El tiempo se detuvo cuando mi padre salió al porche en pijama y entonces, con rápidas, enojadas zancadas, se dirigió hacia Hugo y yo.
—Oh, mierda —dijo Hugo.
No me molesté en corregir su lenguaje dado que había estado pensando lo mismo en secreto. Una noche fuera y ya estaba teniendo pensamientos impuros.
Mi papá nos dio una mirada a Hugo y a mí y su cara se transformó en algo enojado y rojo. Sus ojos lucían a punto de salirse y la vena a un lado de su cuello latía. La forma en que me miraba me hacía sentir sucia, como si hubiera estado fuera toda la noche haciendo todas las cosas que asquerosamente Sol me había contado.
—Sky, quiero que entres así puedo tener una conversación con nuestro amigo Hugo. —Él habló con calma, pero sabía lo que esa calma significaba. Se aproximaba una tormenta.
No era correcto que Hugo se metiera en problemas solo por ser un caballero y asegurarse de que llegara a casa a salvo.
—Papi, Hugo sólo estaba…
Levantó la mano para detenerme.
—Es suficiente, Sky. Por favor, ve adentro con tu madre. Estaré ahí para lidiar contigo en un momento.
Lidiar conmigo. Ni siquiera quería pensar en cómo iba a lidiar conmigo. Apreté mi crucifijo en preparación para la lección de la noche. Iba a ser una mala.
—Pastor Pérez, esto es mi culpa —dijo Hugo con valentía—. Quería sorprender a la hermana Francis con algunas flores especiales en su jardín y convencí a Sky de ayudarme. Sabe cuánto quiere a la hermana Francis. No hay forma de que lo hubiera terminado antes de la iglesia el miércoles si ella no me ayudaba.
Tan pronto como la mentira dejó su boca, me di la vuelta y lo miré como si estuviera loco. Primero que nada, no había flores plantadas aun y mi papá lo sabría al minuto que se detuviera en la iglesia al día siguiente. En segundo lugar, estaba sorprendida por lo fácil y rápido que podía mentir. Nunca había visto algo así y estaba en secreto celosa de su fabuloso talento. Podría haberme salvado del cinturón algunas veces si fuera capaz de eso.
—¿Es verdad eso, Sky? —preguntó mi padre.
No quería mentirle, pero en verdad no quería meterme en problemas ni a Hugo. Sin importar lo que estuviéramos haciendo, aún estaba fuera después de una hora decente cuando no se suponía que lo hiciera. Aun iba a escucharlo, pero de algún modo decir que estaba plantando flores para la hermana Francis sonaba mucho mejor a que estaba en una fiesta con un puñado de drogadictos y chicos malos.
Abrí la boca para hablar, pero la mentira no salía. En lugar de eso, moví la cabeza afirmativamente y silenciosamente pedí perdón.
Silenciosamente rogué perdón. No le había mentido a mi padre desde que era pequeña. Mi garganta se sentía apretada y escalofríos atacaron mi cuerpo, causando que me abrazara a mí misma.
—Debiste haber preguntado primero y aun estarás castigada por escaparte tarde —dijo mi padre firmemente—. Y para ti, Hugo, no quiero a Sky en tus maneras pecadoras. Apreciaría que te quedaras lejos de mi hija fuera de la iglesia.
Mi papá me tomó del brazo y me jaló hacia la puerta. Sus uñas se enterraron, marcando la suave piel. Miré por encima de mi hombro a Hugo y lo atrapé mirando fijamente la espalda de mi padre. Antes de que entrara, volví a mirar mientras se alejaba.
Tuve la peor golpiza ese día. Por primera vez, papi perdió el control y su cinturón golpeó otros lugares en mi cuerpo además de las piernas. Cuando fui a la cama, mi espalda dolía y mis piernas y brazos punzaban. Apenas llegué a la cama antes de que las lágrimas llegaran. Nunca lloraba durante la golpiza, nunca le daría la satisfacción, pero casi me había rendido por el dolor.
Encima de la golpiza con el cinturón, conseguí un mes de castigo, lo cual no importaba tanto ya que prácticamente vivía castigada así como estaba. Finalmente me quedé dormida dos horas después con lágrimas secas en mis mejillas y ansiedad por lo que pasaría al día siguiente revolviendo mi estómago.
Sólo iba a empeorar una vez que mi papá llegara a la iglesia y viera que no había flores en la jardinera.

Azul CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora