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Sky


Sus palabras me cortaron profundo. Tan profundo, que, de hecho, lloré todo el viaje de regreso a mi apartamento. Me maldije por dejar que me provocara más lágrimas. Había jurado que nunca lloraría por Hugo otra vez, aun así lo había hecho, pero las cosas que me dijo fueron tan frías, tan dolorosas.

En cuanto llegué a casa, llamé a la tienda de comestibles y traté de recuperar mi antiguo trabajo, pero el puesto ya había sido cubierto. Llevé a Guito conmigo a la agencia de trabajo temporal para recoger mi cheque.

—Sra. Cooper, ¿hay alguna posibilidad que pueda tener otro puesto para mí? —pregunté.

Sus cejas se fruncieron en confusión.

—Pero pensé que lo estabas disfrutando ¿Se debe a que los dueños llegaron a casa? ¿Algo sucedió? —preguntó.

Algo definitivamente había pasado, pero no podía decirle, especialmente en frente de Guito.

—No, nada de eso. Sólo estaba preguntando.

—Desafortunadamente, Sky, con tu falta de educación, será difícil encontrarte algo más, pero me mantendré atenta.

Quería llorar cuando dejé la oficina. Estaba atrapada. Si Hugo no me despedía, tendría que trabajar para él. Tendría que verlo una y otra vez, y eso me hacía sentir enferma. Por no mencionar, que no quería estar en ningún lugar cerca de él ¿Y si averiguaba sobre Guito? No podía bajo ninguna circunstancia dejar que eso pasara. Me lo quitaría, y entonces realmente moriría por dentro.

Llevé a Guito a la juguetería y le compré su dinosaurio. En el camino de regreso al apartamento, seguí mirándolo en el espejo retrovisor. Amaba su nuevo juguete y era lindo darle algo y hacerlo sonreír. Me ponía triste que no pudiera hacer eso cuando quisiera. Era un gran chico y merecía mucho más, pero podía darle todo el amor del mundo. Con suerte, eso sería suficiente.

El asunto era que tenía que continuar buscando por algo más y ojalá la Sra. Cooper continuaría buscando, pero hasta entonces, y siempre y cuando Hugo no me despidiera, estaba atrapada limpiando para él. No me gustaba, pero me tragaría mi orgullo si eso significaba cuidar de mi hijo.

Lo peor era que estaba trabajando por algo que Hugo de todas maneras debería haberme dado. Guito era su hijo. No había duda. No sólo Hugo había sido el único tipo con el que alguna vez hubiera tenido sexo, sino que Guito lucía igual que Hugo, mismos ojos y hoyuelos.

* * *

El lunes, regresé al condominio a limpiar. Me sentí aliviada cuando abrí la puerta y no encontré a nadie dentro. El alivio fue instantáneamente remplazado con nervios cuando miré hacía la esquina y vi a Hugo mirándome desde el sofá. Rápidamente, me di la vuelta, dejé mi bolso, y me puse a trabajar. El lugar era un desastre, todo mi duro trabajo de la semana anterior deshecho en un solo fin de semana.

—Miren quién es, la malvada hija del pastor. —Se burló desde el sofá.

Lo ignoré mientras cargaba el lavavajillas.

—Tengo que admitir, no te pareces en nada a la chica que solía conocer. Creo que la edad te está alcanzando, ¿uh?

Sonaba muy cerca, pero aun así continúe ignorándolo. Sus palabras escocían. Ya había empezado a sentirme poco atractiva. Tenía círculos oscuros alrededor de mis ojos por la falta de sueño, y trabajaba tanto que encontraba difícil ganar o mantenerme en mi peso.

Encendí el lavavajillas y comencé con la basura. Había botellas y drogas por todos lados. Negué con la cabeza dado que obviamente nada había cambiado en la vida de Hugo. Probablemente fue algo bueno que las cosas resultaran de la manera que habían pasado hace todos esos años. Merecía algo mejor y también lo merecía Guito.

Azul CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora