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Hugo

Odiaba las malditas flores. Pase el resto de mi noche trabajando en ese maldito jardín de flores, y había gastado lo último de mi dinero en esas olorosas semillas. Nunca había estado más agradecido de que Walmart estuviera abierto las veinticuatro horas o de que pudiera escabullirme al departamento de jardinería muy tarde.

Para el momento en que volví a mi casa, estaba cubierto de tierra y exhausto. Todos se habían ido al igual que la cerveza, lo cual me enojó bastante. En lugar de sentarme a quejarme de eso, fui directo al baño, me di una ducha y me dormí.

Al día siguiente, dormí hasta después de mediodía. Había decidido saltarme el último año e ir directo a trabajar para el tío Lester, mi distribuidor. Él ni siquiera tenía sobrinas o sobrinos, pero todos lo llamaban tío. Era un tipo extraño, pero siempre se aseguraba de que estuviera bien abastecido de polvo. No era dinero honesto, pero era dinero.

Con un motor desgastado y una llanta ponchada, necesitaba cualquier trabajo que pudiera conseguir para volver a poner mi auto en la carretera. En mi mente, la banda era mi camino a la escena, pero si lo peor pasaba y mi banda no hacía nada, terminaría cuidando de mi mamá y trabajando en algún lugar de mierda. Nacido y criado para luchar.

Me prepare un tazón de cereal en uno de los recipientes de mamá y me senté en el sofá, pensando profundamente. Sky. Parecía que no podía sacarla de mi mente. No estaba seguro de por qué había mentido por ella. Tal vez porque había visto sus moretones, y la idea de que consiguiera más me daban ganas de vomitar. O tal vez porque su papá parecía molestarme todo el tiempo. No es que hiciera nada, era su mentalidad de "Yo soy el pastor y soy mejor que tu". Él no era mejor que yo. De hecho, daría todo mi dinero y la bola ocho sobre mi ropero a que estaba más jodido de lo que yo podría soñar estar.

Le prepare a mi mamá algo para almorzar y me aseguré de que tuviera sus píldoras. Estaba teniendo un día especialmente doloroso, lo que significaba que no quería ser molestada. En lugar de sentarme cerca mimándola hasta la muerte, me fumé un porro en el garaje y salí a perder el tiempo en la ciudad.

Había días como hoy en que deseaba tener un trabajo de verdad. Había hablado de ello con mamá antes, pero juró que me necesitaba más en casa de lo que necesitaba ayuda financiera. Entendía y aunque el pensamiento de tener dinero hecho legalmente sonaba genial, no podía aceptar la posibilidad de no estar aquí para ella si me necesitaba.

Más tarde, los chicos vinieron y practicamos por el resto de la noche. Nos habían invitado a tocar en un nuevo bar clandestino llamado Black Hand y queríamos asegurarnos de sonar geniales. No pagarían por ver un espectáculo de mierda, y siempre teníamos la esperanza de que alguien importante nos viera y nos sacara de nuestras situaciones de mierda.

Canté con el corazón mientras Kevin, el guitarrista líder, destrozaba mi garaje con sus rips. Lo había conocido desde el primer día en la secundaria. Fue el primer amigo que tuve por más de un par de meses. Nunca tuve una amistad duradera. Había pasado la vida rodeado de extraños y era bueno tener algo de lealtad en mi vida.

Ray, quien podía tocar la mar de bien la batería, estaba tocando el redoble con fuerza. Odiaba practicar, pero siempre aparecía a tiempo y tocaba con el corazón incluso si estaba todo molesto la mitad del tiempo. Todos teníamos nuestros vicios, pero creo que él estaba desarrollando un serio problema. Su repentina aparición de hemorragias nasales hacía difícil ignorar su adicción a la cocaína. Yo no era un santo. Vendía esa cosa y en alguna ocasión había tomado una línea, pero nada tan extremo como Ray.

Entonces estaba el nuevo, Maximiliano. Le había dado el apodo de Max, más que nada porque era malditamente enorme para un tipo de su edad. Sin embargo el chico podía tocar un bajo y era reservado. Podía apreciar eso. Parecía genuino y en mi mundo, eso era suficiente para mí.

Azul CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora