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—Oye. ¿Qué estás haciendo? —pregunté mientras me sentaba a su lado—. ¿Escribiendo cosas malas sobre mí en tu diario?
Me miró a los ojos, sus marrones orbes absorbiéndome y capturándome.
—¿Qué pasa si lo estoy? —preguntó.
Estaba más que sorprendido. A pesar de que se sonrojó dulcemente, no podía creer que había dicho algo tan contundente y coqueto. Me gustó. Me gustó mucho.
—¿Lo estás? —Si lo estaba, quería leerlo.
Me sonrió mientras cerraba el libro.
—Tal vez.
Podría jugar así con ella todo el día. No sólo era adorable como el infierno, estaba excitándome. Nunca había estado excitado por algo tan inocente.
—¿Puedo leerlo?
Un chico podía tener esperanza.
—No voy a dejarte leer mi diario.
—¿Por qué no? Mi nombre está en él.
Rió.
—Y ese es exactamente el por qué no vas a leerlo. ¿Qué haces aquí de todos modos? Es sábado. —Cambió rápidamente de tema.
—Simplemente estaba conduciendo por ahí y te vi sentada aquí algo solitaria. Pensé en pasar a saludar. Tal vez descubrir cómo fue tu cita anoche —dije, a pesar de que no quería saberlo.
A decir verdad, era lo último que quería saber. Si me decía que la besó, no había manera de saber lo que haría.
—Fue divertido. Salimos y cenamos en el restaurante al lado del centro de pistas y luego me llevó a casa.
Era oficial. Stephen era un idiota.
—¿Llegaste a probar tus nuevas habilidades para besar? —El vello de mis brazos se erizó mientras esperaba su respuesta.
Sus mejillas se volvieron rosadas, rogándome tocar su cara. Curvé los dedos hacia arriba en las palmas de mis manos y las mantuve quietas.
—No. Sólo otro beso en la mejilla —dijo con el ceño fruncido—. Estoy empezando a pensar que no le agrado demasiado.
—Eso es imposible. Le gustas, confía en mí.
¿Por qué estaba ayudándolo? Necesitaba cerrar mi gran bocota.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—Simplemente lo sé.
Se volvió hacia mí y sus ojos me contemplaron. Se mordió el labio inferior nerviosamente y colocó un mechón de cabello detrás de su oreja. Quería besarla de nuevo. El estúpido Stephen tenía la oportunidad y no la estaba tomando. Maldito sea.
—Hugo, ¿qué fue lo de ayer?
—¿Qué quieres decir?
Sabía lo que quería decir. No tenía derecho de agarrar su mano de esa manera, pero no había querido que se fuera con él. Quería que se quedara y saliera conmigo.
—No importa. —Se dio la vuelta y recogió una mala hierba creciendo entre los ladrillos de las escaleras.
La observé durante un rato antes de decidirme a responder a su pregunta.
—No quería que te fueras. Es por eso que agarré tu mano.
Sus ojos se movieron sobre mi cara mientras trataba de entenderme. Abrió la boca para decir algo, pero Stephen eligió ese momento para salir de la iglesia.
—Hola, Hugo —dijo él con una sonrisa.
—Hola. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Sólo estaba parando para recoger a Sky, pero tenía que hablar con su padre realmente rápido. ¿Está todo bien? —preguntó al ver la tensión entre nosotros.
Probablemente estaba tenso porque él estaba prácticamente restregándome que la estaba recogiendo y era mejor amigo del gran predicador. Me estaba cansando de él.
Sky apartó la mirada como si se sintiera culpable. No había ninguna necesidad de sentirse culpable. No estábamos juntos así que no estaba haciendo nada malo. Sin embargo, todavía dolía.
Me puse de pie y limpié la suciedad de la parte trasera de mis vaqueros.
—Bueno, diviértanse en la cena.
—Oh, no vamos a cenar esta noche, sólo películas.
Se agachó para sujetar la mano de Sky y tiró de ella poniéndola de pie. Ella le sonrió y metió su cabello detrás de su oreja.
—Eso suena interesante —dije sarcásticamente—. Que se diviertan.
Me alejé. Estaba molestándome y lo último que quería hacer era golpear al niño en su nariz en el patio de la iglesia.
Una vez que estaba en el jeep, miré de vuelta y vi mientras caminaban a lo que parecía el auto de los padres de él. Abrió la puerta para ella y ella entró. Aceleré mi motor y salí de mi plaza de estacionamiento. Cuando llegué a la carretera principal, masacré los neumáticos de tracción en el tráfico.
Estaba siendo infantil. Lo sabía. Debería haber estado acostumbrado a ser el indeseado. Había sido el indeseado la mayor parte de mi vida y no era justo. No pedí nacer con alguien que no quería niños, al igual que no pedí enamorarme de la hija del predicador. Las cosas sucedieron de esa manera y no hay nada que uno pueda hacer para controlarlo. Todo lo que puedes hacer es subirte al tren y rezar que no choques.
Nunca tomé las cosas de mi madre de la tienda. Estoy seguro de que estaba enojada por eso. No lo habría sabido, sin embargo, ya que había dejado el celular y ella no tenía manera de contactarme. Estaba tocando fondo, un lugar en el que no había estado desde que entré a la casa de mi madre. Fue como revivir los hogares de acogida y las familias que no me querían una y otra vez. No estaba acostumbrado a sentirme de ese modo por una chica. Todo sobre mi situación con Sky era diferente.
Debería haber ido a casa y hablado con mi madre. Debería haber hecho lo correcto, pero en su lugar, me encontré en la casa de un amigo, bebiendo mis penas… otra vez. Una vez que bebí todas las inhibiciones, hice algo loco. Fui a la sala de cine y esperé a que Sky saliera.

Azul CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora