🕊Parte uno: Capítulo uno.

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Louis.

Cuando era niño, quería ser doctor. Veía programas con mi familia sobre ello, además de que siempre fui un apasionado por salvar a la gente. Parecer un héroe, que mi entorno crea que soy alguien admirable. Ser más de lo que nunca pude ser.

Además de lo muchísimo que parecía feliz mi madre con la idea, nunca dudó de mis deseos, inclusive cuando era pequeño y se supone que a esa edad no es que pensamos en eso como si fuera la gran cosa (nunca lo fue, al menos, yo siempre lo supe)

Sin embargo, cuando te diagnostican cáncer, y tienes que pasar la mayor parte de ese período de tu vida entre paredes blancas, camillas que no huelen a otra cosa que no sea limón artificial, enfermeras gélidas, y tanto llanto; lo único que quieres es no estar ahí.

Dejó de ser algo que quería hacer el día que me di cuenta que un hospital nunca iba a ser lo mismo para mi, y si algo hice con frecuencia mientras parecía pagar un castigo que algún dios creyó que merecía, fue odiar.

No a mi entorno, no a mi ángel, no a mi familia, no a las enfermeras.

A mí.

Y-bueno, a Dios. (Todavía lo hago, una parte de mi siempre lo hará)

Me exigí tanto en circunstancias donde no podía ser plenamente lo que quería ser, no importa cuanto patalease y quisiera convencerme de lo contrario. El odio nunca me superó, sin embargo, y es lo bueno. Siempre intenté ser más de lo que podia y odié tener cancer, la mayor parte de lo que eso conllevaba. Y no podía hacer nada. Entonces era un inútil, y entonces Dios nunca fue lo que me prometieron que era.

Pero entonces llega un momento en el que me detuve. Un balde de agua fría me cayó en la cabeza. Detuve mis pensamientos, detuve el odio hacia mi mismo, detuve el odio hacia Dios, todo se congeló. Todo lo que eso conlleva, puede ser difícil, o no. Puede significar rasgar tu alma hasta que está lo suficientemente quebrada como para aguantar más, o darte cuenta de lo que podría suceder y actuar en consecuencia.

En mi caso, fue la segunda opción. Y me detuve.

Y encuentras paz en eso, en prestar atención al silencio, en simplemente...no sé, inhalar. Y hay olor a pasto porque abrieron las ventanas esa mañana y la noche anterior llovió. Inhalas de nuevo y sientes el olor del café que todavía no tomaste, o de las acuarelas que Harry estaba usando, mientras comentaba finalmente que la lluvia era preciosa. (Por qué yo creo que lo sea, quiero que en todas mis páginas queden pintadas con mi adoración por ella, y Harry)

Yo encontré la paz cuando dejé de odiar. Cuando me senté e inhalé, cuando los ojos de Harry brillaron hacia mi, cuando dejé de pelear contra mi mismo, o cuando simplemente dejé de atascarme en los párrafos que no podía completar, y retomé los libros que no pude terminar. Mis palabras encontraron caminos a través de los sucesos y yo solo puedo agradecer a aquello que hizo detenerme.

Bueno, que me voy por las ramas...

Entonces. Harry. Mi ángel.

Harry y yo fuimos, para el otro, ese ápice luz que parecía haberse ido con la enfermedad en nuestra niñez, y crecimos juntos, con una injusticia entre nuestras camillas, y sin embargo a lado del otro. Donde nuestras almas se conectaron de la forma más hermosa y fatídica posible.

Cuando un niño deja de ver los colores, a veces solo la presencia de otro puede traer unos nuevos.

Lienzos  {l.s}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora