Capítulo ochenta.

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Louis escucha el llanto antes de entrar a la habitación, el desgarrador, roto, llanto de Harry que viene del baño.

Alarmado, y esperando lo peor, se encuentra a si mismo caminando rápidamente (cosa que últimamente no hace, porque es cansador) hasta dar con la puerta y abrirla.

Es-oh-bien.

Es-es el pelo de Harry.

De acuerdo.

"Lo siento, Lou, no es un buen momento..." Annette suspira, maniobrando a Harry para que se deje cortar los rulos, acabar con todos ellos.

Louis traga saliva, su vista clavada en el mar de rulitos qué hay en el suelo. Algo le aprieta el pecho.

"Hazza..." intenta, pero las manos de Harry lo empujan y sacan de la habitación.

Entonces, Louis sabía que esto iba a pasar, tarde o temprano, ambos iban a atravesar por ello. Pero...la mirada de Harry, su dolor. Louis no-él cree que nunca ha visto tanto dolor antes en sus dulces facciones.

Y se odia, porque literalmente no hay nada que pueda hacer. ¡Nada! ¿Que va a intentar? Es un inútil, no puede consolarlo, no con algo que al otro vaya a servirle. O quizás si, no es como si pudiera intentarlo, ¿No? Harry lo sacó de la habitación. Harry no quiere su consuelo.

Entonces, él se odia. A sí mismo y a Dios. A él, por no ser suficiente para Harry (o para si mismo) y ayudarlos a enfrentar la situación. Y a Dios, por ponerlos en este lugar principalmente.

Está cansado de odiar lo que no puede manejar. Sin embargo, no se detiene.

Lienzos  {l.s}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora