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Capítulo 11: Una casi conversacion que será en otro momento



En cuanto sintió el manojo de la puerta intentar abrirse, se tiró al suelo siendo cubierta por la cama. Quien había entrado sorpresivamente era Baudilio, quien no pudo ver su desnudez —por segunda vez— porque ella fue más rápida. 


—¿Catalina? —preguntó extrañado, intentando avanzar, pero ella lo detuvo.

—¡NO! —exclamó nerviosa intentando cubrirse de forma incómoda, retorciéndose en el suelo para no mostrar nada. —¡Bueno, sí! Es que...


Baudilio encaminó con su mirada hasta ver la ropa esparcida al borde de la cama y el suelo y, cercano al espejo, su ropa interior. Espejo. Cuando, sin buscarlo ni pensarlo, miró el espejo, vio como este reflejaba el cuerpo semi desnudo de Catalina, la cual sin ni siquiera hacer ruido intentaba cubrirse con una toalla que no cubría ni una pierna, pero servía si estaba agachada. En cuanto vio las curvas de su cintura, evitó la mirada de forma fugaz. 

Caminó hasta su armario y sacó una bata. Se la lanzó.


—Cúbrase, —ordenó dándose la vuelta —no voy a verla. 


Ella, en menos de diez segundos, se colocó la bata y le quedaba a la perfección gracias a su altura, aunque no era más alta que Baudilio. Cuando se sintió lista, dio unos sigilosos pasos hacia delante —tres para ser específicos—, y extendió su mano para tocar el hombro del Alpha. Este se dio la vuelta y no disimuló en absoluto cuando la recorrió con su mirada. Catalina se sintió tan avergonzada que se sonrosó ligeramente. 

Él le acomodó la bata atando el listón que la envolvía. 


—Creo que nos debíamos una conversacion, —susurró de una forma... seductora —¿no?

—S—sí, yo pensaba que —explicaba susurrante —ibamos a hablar en su despacho. 

—Y este es mi cuarto —dio un paso hacia delante, y ella retrocedió con torpeza —, nadie nos podría interrumpir. 


Sus palabras eran arrastradas lentamente, y cada acción que demostraba indicaba que le gustaba tener a la joven de aquel modo; sin rebeldías que la rodeasen, sin aires de agrandamientos ni atrevimientos que se le cruzaran por la mente. 
Si él, manteniendo una personalidad pícara y juguetona lograba mantenerla como una mansa oveja de rebaño tomando él, papel de lobo feroz, estaba dispuesto —y gustoso— de aceptar. 


—¿Quiere tomar una ducha tranquila? —interrogó caminando hasta llegar a su biblioteca y tomar un libro —Puedo esperarla. 


¿Cómo voy a tomar una ducha tranquila con este hombre compartiendo habitación? 


—Sí —afirmó Catalina e internamente se repetía por qué aceptó.


Continuando con su torpeza, y una casi caída, se adentró en el baño cerrando la puerta y terminó por derrumbarse, como si sus piernas le fallaran. En cuanto pensó detenidamente, supo que lo mejor era escapar de él encerrándose unos cuantos minutos en el baño, fingiendo necesitar una ducha, antes que enfrentarlo teniéndolo delante de ella, encontrándose con... esa electricidad que la bombardeaba. 

La hija de AlphasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora