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Capítulo 19: Pesadillas 




Baudilio estaba tendido sobre sus rodillas entre una gruesa capa de nieve. Nieve era lo que inundaba aquel espacio tan peculiar, las turbulencias blanquecinas no daban señal de dónde se hallaba. Él estaba enmarañado, con lastimaduras entre su rostro y sangre goteaba de su labio. No tenia una mínima idea de dónde estaba hasta ver una sombra. Vislumbró una sombra femenina a la distancia y...

Él despertó. 

Jadeante, se sentó sobre el borde de la cama para contemplar que aquello había sido sólo una pesadilla. No había nieve sino, que estaba siendo acogido por la temperatura calurosa de su habitación. Entonces, a su mente llegó la sombra femenina de sus sueños e intentó convencerse de que no era importante. 
Se refregó el rostro varias veces con agua fría y cogió una bata.  

Quizá sea mejor dar una vuelta por el jardín. Pensó para sus adentros. 

Caminó hasta detenerse en el piso debajo de su habitación e instintivamente no pudo no evitar pensar en Catalina y cómo le carcomía la curiosidad de saber qué habrá sentido en la cena para tomar la decisión de irse. Estaba luchando consigo mismo en decidir si pedir o no disculpas. ¿Le debía disculpas a una sangre impura? ¿Acaso eso no es... rebajarse? 
Su mente se distrajo en cuanto sintió su aroma y decidido, caminó hasta ella. La encontró con su cabello revuelto, luciendo aquel camisón de seda negra y descalza —algo que la caracterizaba—, mirando con detenimiento un cuadro. 

El cuadro revelaba la imagen de un hombre desnudo sosteniendo una mujer tambien en su total desnudez. Ambos cuerpos, en una posición comprometedora bajo la luz de la luna, demostraban que se amaban. 


—¿Le gusta el cuadro? —señaló dando unos pasos hacia delante. 


Ella no respondió hasta que él, se puso a su lado.


—Me parece curioso, nada más —comentó corriendo su cabello hacia un costado —. ¿Qué hace despierto? ¿La culpa no lo deja dormir?

—¿Disculpe? —inquirió sujetando sus manos por detras de su espalda.

—Imagino que caminó hasta esta precisa habitación para pedirme disculpas por lo de la cena —explicaba Catalina —. No hacia falta que dijera aquello, ¿sabe?

—Y me parece una falta de respeto huir de una cena en una casa donde se te abrieron las puertas a pesar de no ser bienvenida. 

—¡Ah! ¿La culpa es mía entonces? —se preguntó cruzándose de brazos —¡Claro! Que la culpa recaiga en la descendiente de Arsenio, en la sangre impura, en la bastarda, en—


Él la aprisionó contra la pared arrinconándola. 

Catalina se quedó en silencio haciendo un esfuerzo por respirar en cuanto sintió la presión del antebrazo de Baudilio sobre su cuello. Lo tenía demasiado cerca para evitar que su cuerpo sintiera una oleada de nervios por la presión corporal que ejercía sobre ella. 


—Prosiga —indicó Baudilio —. ¿Qué más cree que es para nosotros?

—¿Y... n—no lo soy? —su voz se desarmaba poco a poco, él dio un paso más hacia delante. 

La hija de AlphasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora